Miénteme

CINCO

Isis solo tenía un vestido, y es el que usaba para una ocasión especial cada año desde los quince.

Sí, se le notaba lo desgastado, claro, no a simple vista o bueno eso creía ella, porque tenía mucho tiempo sin comprar ropa nueva.

Zed ni siquiera se había percatado de ello; él solo se había dado cuenta de lo bonita que lucía. Claro, a decir verdad, él la podría ver bonita incluso con un trozó de bolsa negra como vestimenta.

El automóvil de Zed olía muy bien, y era demasiado limpio. Nada que ver con lo que ella acostumbraba a recurrir. De pronto se sintió empequeñecida, desde que puso su pie en el auto. Sintió su ropa fea, sus zapatos feos e incluso ella misma se sintió fea.

Zed siguió conduciendo, con una sonrisa plasmada en el rostro; solo pensaba en qué diría su madre y que todo saliese como él quería.

—No es obligatorio ver las ofertas —repuso, mirándola—, la fiesta esta aparte.

Isis no dijo nada, qué podría decir de todas formas. Ya estaba ahí y no podía saltar por la ventana.

Cuando llegaron al hotel en donde se celebraría todo. Isis pasó con fuerza. Era cinco estrellas, lujoso, toda la gente que salía parecía que caminaba por la alfombra roja.

Abrió los ojos asustada.

—Salgamos —prosiguió Zed, e Isis se sintió fatal cuando un portero le abrió la puerta e incluso él la miro mal.

Aspiró con fuerza, dando un paso a la vez, tomando a Zed con fuerza cuando todas las personas que se atravesaban con ella, le miraban el vestido.

Ya no era rojo, se había desgastado con los años. Y sí se notaba que era un rojo deslavado.

Cerró los ojos, tratando de pasar desapercibidas. Malditos prejuicios, pensó, porqué se sentía tan pequeña ahí, era solo gente aparentando.

—Ahí está la mesa de bebidas —señaló Zed, e Isis soltó su agarre, definitivamente necesitaba un trago.

Cuando tomó una copa y la tragó de una tajada, la gente a su alrededor le hizo una mueca.

—Tengo sed —disimuló, moviéndose deprisa para buscar a Zed, que ahora lo había perdido entre las personas elegantes del lugar.

No había música alta como lo que ella concurría, solo una melodía de piano de fondo. Y cuando vio a los amigos de Zed, giró para no toparlos de frente, pero era tarde.

—La camarera —señaló uno, y ella dando una media sonrisa, falsa, se movió más rápido, hasta poder llegar al baño.

Se miró en el espejo gigante, y respiró profundo.

“¿En que estaba pensando?” pensó.

Por eso ella no se mezclaba con los chicos que pasaban por sus sabanas, siempre le había costado demasiado hacer amigos, crear vínculos, sentirse cómoda con otras personas. Ahora con estas personas, era mucho peor, eran los leones de la sociedad.

Ni siquiera en su propia casa se sentía de esa forma.

Fingió lavarse las manos cuando varias chicas muy guapas pasaban al tocador; mirándola con descaró.

—Sí, no es nuevo —refunfuñó, harta de las miradas.

Pensó en que tenía que irse, y aunque no recordaba el recorrido, tomando un taxi la llevaría a casa.

En su cabeza apareció Zed, era un buen chico, demasiado bueno para ella, y lo sabía, desde que se acostó con él la primera vez; lo percibió. Lo sintió tan íntimo, tan diferente, que se le formó la tonta idea de que podría sentir algo por alguien, que no sea sexual.

Salió del baño, mirando por arriba de su hombro, para no toparse con Zed en lo que fabricaba su huida. Vio la salida y casi corrió para irse.

Zed la alcanzó a ver cuando ella cruzó la puerta, y su ceño se mostró triste.

Y corrió para poder alcanzarla antes de que se fuera.

“Definitivamente era una mala idea”

La vio pasando la calle, para tomar un taxi, y no le quedó de otra que gritarle su nombre.

Isis volteó de golpe, pero sin dejar de mover los pies.

—¡Solo deja que te lleve! —gritó él, alcanzándola con más rapidez.

Isis lo miró, con las mejillas rojas a causa del calor de la noche. Tan elegante, limpió en todo sentido.

Se sintió muy pequeña una vez más. Con una pulga saltarina.

—Fue mala idea —cantó ella, agitada.

Zed asintió muchas veces, tomándola de los hombros.

—Sí, sí, discúlpame —habló con toda la sinceridad del planeta—, pero déjame llevarte a casa.

Isis no se opuso, lo siguió hasta donde le entregaron su auto, ni siquiera vio a su madre, pero no quería hacerlo nunca.

—No debemos vernos —añadió cuando ambos se colocaron el cinturón de seguridad.

A Zed se le formó un nudo en la garganta, pero había prometido seguir sus reglas.

—De acuerdo —respondió.

No hablaron en todo el camino, Isis bajó del auto apenas se detuvo, pegó un portazo y se marchó a su edificio. Más molesta que lastimada, solo se había menospreciado ella misma.




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