Un par de días después de mi llegada a Berkeley, tras levantarme con la mejor actitud positiva que podía tener, me dirigí hacia la cocina donde me quede mirando un punto fijo al mismo tiempo que me preparaba unos cereales. Era algo tan habitual en mis mañanas, que llegaba a parecer mecánico. Como si de un ritual se tratase, había colocado mi cuenco favorito, el cual había traído de casa, sobre la mesa y vertí en su interior los cereales de colores que tanto me gustaban. Lo cierto es que al principio me resultaban demasiado dulces pero con el paso del tiempo me fui acostumbrando, que puedo decir es como mi pequeña adicción. Saqué el cartón de leche de la nevera y tras beber un trago a morro, vacié parte de su contenido en el cuenco. Si mi madre me viese bebiendo directamente del cartón ya estaría dando sus típicos saltos de frustración.
Después de devorar mis cereales, recogí la cocina lo mejor que pude. Volví a mi habitación donde de un tirón abrí el armario, escogiendo mis vaqueros favoritos y una blusa blanca que termine anudándola en el centro. ¿Dónde había puesto mis deportivas? Llevo menos de una semana aquí y ya he olvidado donde puse las cosas. Mire bajo la cama y allí estaban, como no, el típico sitio.
Cogí mi bolso a la carrera metiendo dentro de él lo indispensable y por supuesto las llaves. Lo único que me faltaba en ese momento era olvidarme las llaves dentro de casa.
Salí del apartamento dando un leve portazo, estaba apunto de seguir mi camino y bajar las escaleras cuando escuche el ruido de unas llaves y una puerta abriéndose. Genial, como no, allí estaba él. Como si el destino se estuviese riendo de mí. ¿Sera que tengo una cuenta pendiente con el universo de la que no soy consciente aun?
-No puedo creerlo, ¿estabas esperándome? - Sonrió divertido mientras se acercaba a mi lado – Que detalle.
-¿Desde tan temprano y ya estas practicando para ver cuantas tonterías puedes decir durante el día? Vaya eres increíble – suspire resignada -.
-Suelen decírmelo bastante – contestó con una sonrisa insolente -.
-De verdad que tú escuchas solo lo que te parece – lo mire desafiante -.
-Poesía para mis oídos es lo único que escucho de tu boca – se burló mirándome fijamente -.
-Definitivamente me desesperas – respondí -.
-Elena me encantaría seguir con esta estupenda conversación, pero resulta que ¡oh! mira qué hora es, llego tarde – contestó mientras fingió mirar su reloj inexistente– Hasta luego.
-Espero que no- Le grite a su espalda mientras se esfumaba por las escaleras -.
…..
Poco después me encontraba aparcando el coche justamente frente a la biblioteca, era una suerte que me hubiese traído el coche a Berkeley porque de lo contrario tendría que usar siempre el autobús. Que ciertamente tampoco me importaba mucho, pero esa era la excusa que le había puesto a mis padres a la hora de que me dejasen comprarme el coche antes de mudarme a Berkeley. Abrí la puerta de mi pequeño volvo negro y me dirigí hacia las enormes puertas de caoba oscura de la biblioteca. Respire hondo antes de decidirme a entrar.
Si su aspecto por fuera era majestuoso el interior no se le quedaba atrás, era increíblemente grande y luminosa. Estaba acostumbrada a la biblioteca de mi ciudad que tampoco estaba del todo mal para ser una ciudad pequeña, pero nada de lo que había visto en ningún sitio se le podía comparar a esta. Las estanterías estaban repletas de los más brillantes ejemplares y estos se perdían a lo largo de los diferentes pasillos. La estructura del edificio se encontraba dividida en dos niveles; diversas mesas se desplegaban justo en el centro, algunas de ellas ocupadas por personas que se encontrarían estudiando o simplemente deleitándose con el placer de la lectura.
Sonreí. Era increíble la sensación tan placentera que sentía al estar rodeada de libros.
Me dirigí hacia el mostrador que se encontraba justo a la derecha de la puerta de entrada, al llegar pude reconocer a una mujer de mediana edad, que se encontraba enfrascada en una novela. La cual reconocí al instante ya que la había leído en diferentes ocasiones, tanto que llegué a tener la portada vencida, ademas era la favorita de mi mejor amiga Alice.
-Orgullo y prejuicio – murmure -.
Al instante la mujer levantó la mirada y me sonrió.
- ¿Te gusta? – Comentó con ternura mientras dejaba el libro a un lado y se quitaba sus plateadas gafas de media luna-.
-Es es uno de mis favoritos – conteste ruborizada – La culpable de eso es mi mejor amiga ya que le vuelve loca Darcy y no para de hablarme de él cuando tiene ocasión.
-Jane Austen es fantástica – Corroboró ella – Cuéntame ¿En qué puedo ayudarte?
-Soy Elena, me llamaron hace varias semanas informándome que mi solicitud para trabajar como ayudante había sido aceptada -explique -.
-¡Oh por el amor de dios!, claro – Se levantó saliendo de su pequeño cubículo y se acercó a mi- Soy Anne, encantada de conocerte.
Después de explicarme brevemente mis diferentes obligaciones, dejé mi bolso guardado en una de las taquillas de la entrada, y comencé a realizar mi trabajo. Me enseño la hoja de registros, como realizaban las prestaciones de libros y donde se encontraban las máquinas expendedoras pero según ella nunca debía probar la chocolatina del número AB por mucho que me sintiera tentada, ya que tenía un sabor amargo.