La primera persona que llegó a mi apartamento fue Alice. Cuando abrí la puerta comprobé que aún seguía llevando el uniforme del Gimnasio en el que trabajaba. Unos pantalones cortos de color borgoña a juego de una camiseta del mismo color. Le sentaba muy bien ese color. Aunque tenía una pinta horrible allí mismo. Se veía agotada.
-Llegas pronto – comprobé mirando la hora de mi muñeca mientras cerraba la puerta -.
-Uf, no puedo más – se tiró sobre el sofá, boca a arriba -.
-¿Un día duro? – pregunté -.
-Un año duro – masculló – No puedo creer la cantidad de deportista que están surgiendo últimamente, no sé de dónde salen.
-Mejor para ti ¿no? Eso quiere decir que tu gimnasio es popular – conteste sentándome en el brazo del sofá -.
-Ya lo sé, pero odio realmente los días que me toca ayudar a recoger los instrumentos deportivos – suspiró -.
Si Alice no se quejaba como mínimo una vez al día, no sería ella misma.
-Como has llegado la primera estaría bien que me ayudases a preparar unos aperitivos – me levanté dirigiéndome a la barra de la cocina -.
-Y ahora tú quieres tenerme como sirvienta, deberías apiadarte de mí – dijo con un mohín infantil -.
-Venga, levanta antes de que lleguen los demás.
Esta vez sí se incorporó del sofá. Pero volvió a acomodarse poniendo sus dos brazos detrás de su cabeza.
-¿Quién son los demás? – murmuró -.
-Eric va a venir – levanté la vista hacia ella – y Aaron también.
Alice entrecerró los ojos un momento. Mientras me miraba directamente a los ojos. Cerró los ojos un instante, como si buscara algún tipo de consejo divino. Tragé saliva.
-Se perfectamente lo que intentas – dijo tranquilamente -.
Reprimí una sonrisa.
-No tengo ni la más remota idea de que me está hablando – me encogí de hombros -.
Saqué un par de platos del mueble de mi derecha y volqué en su interior el contenido de unos paquetes de aperitivos que había comprado en el camino a casa desde el taller. Tiré la bolsa vacía en la papelera. Llevé el par de platos a la mesa del salón, cogiendo un par de patatas para probarlas. Estaban deliciosas.
-¿Sabes por que somos tan buenas amigas? – preguntó Alice cuando me senté a su lado -.
Arqueé una ceja, y la miré. Claramente intrigada esperando a que siguiese hablando.
-El principal motivo es que nunca te he forzado a salir con nadie – intentaba encontrar las palabras adecuadas – y por supuesto tampoco te he organizado encerronas con el chico que te gusta.
Pero tendrá morro. Me crucé de brazos.
-¿No has organizado encerronas? Estas segura – dije en tono severo – Que me dices de la noche en la cual no llamaste a Abby para que trajese mi bolso, solo para que yo me quedase a dormir en casa de Aaron.
-Vale, rectifico- nunca he organizado encerronas que no creía que eran obligatoriamente necesarias – dijo en tono burlón -
-Te encanta salirte con la tuya – sacudí la cabeza -.
-Además sabes que sí llamé a Abby – contestó inmediatamente – aunque por supuesto que lo hice cuando sabia que era demasiado tarde para que llevase tus cosas.
La observé. Realmente ella no tenía ni idea de lo que ese día significo para mí. Sonreí.
-Dejando ese tema a un lado – musité – me conoces perfectamente y sabes que no voy a forzar ninguna situación.
-Mas te vale, si las cosas se tienen que dar con Eric que sea porque queremos los dos – me miró de reojo – No porque mi amiga loca lo quiera así.
-Solo quiero daros un empujoncito – repliqué riéndome -.
-Tu novio el acosador te está dando clases de como forzar relaciones ¿verdad? – esbozó una sonrisa -.
-No es mi novio.
No sé cuántas veces había podido repetir esa palabra desde que llegue a Berkeley.
-Bueno lo que sea – dijo torciendo el gesto -.
-¿Entonces no te alegras de que lo invitase? – susurré -.
Alice se quedó callada.
-Claro que me alegro – bromeó – pero si no te regaño un poco primero, te acostumbraras a salirte con la tuya.
-Cosa que haces tú siempre – comenté -.
Ella me guiñó un ojo.
El sonido de la puerta nos distrajo. Y fui hacia ella para averiguar quién de los dos invitados era, abrí la puerta. Y allí esta Eric con su pelo rubio despeinado, y con esos preciosos ojos azules mirándome. Se había cambiado de ropa. Ahora llevaba puesto una sencilla ropa de deporte de color negra, con una franja blanca que le surca el lado derecho de los pantalones deportivos.
-Hola de nuevo – sonreí dejándolo pasar -.
-Espero no ser el primero – dijo mientras se quitaba la sudadera de deporte y la colgaba en el perchero, quedándose con una liviana camiseta blanca -.