Después de trasladar la última caja desde el apartamento de Aaron al mío. Me deje deslizar sobre el suelo poco a poco. Madre mía, pensé que aquella había sido la mejor manera de expulsar el alcohol de mi cuerpo, que había podido hacer. Pasé la mano por mi frente quitando las pequeñas gotas de sudor que me perlaban la piel. Necesitaba una ducha. Aaron entró detrás de mí, llevando consigo una pequeña mochila colgada al hombro, y soportando el peso de una pila de libros enorme. Cerró la puerta dando un pequeño, punta píe con su pierna derecha. Me levanté de mi sitio, para ayudarlo. Cogí la mitad de los libros que llevaba consigo, y me dedicó una sonrisa de agradecimiento.
-Podemos dejarlos por ahora aquí – le dije mientras dejaba los libros sobre la superficie de la encimera -.
-No sabía que tenía tantas cosas almacenadas – se frotó la parte trasera de su cuello -.
-Intentaremos buscarles un buen lugar – me encogí de hombros -.
-Lo mejor sería que nos deshiciéramos de algunas de tus cosas – bromeó -.
-¿Qué te parece si nos deshacemos de ti primero? Ocupas demasiado sitio – entrecerré los ojos -.
Aaron soltó una risita. Se acercó a mí, pasándome el brazo por los hombros.
-¿Cómo has pasado de odiarme con todas tus fuerzas a permitir que viva contigo? – enarcó una ceja -.
-Creo que eso mismo estoy preguntándome yo – lo miré de reojo -.
Comenzamos a desembalar algunas de sus cosas, principalmente las cosas básicas. Le mostré un cajón en el armario blanco del cuarto de baño que estaba libre. Para que él metiese en su interior todos sus utensilios de aseo. Al notar que tenía todos los pequeños ganchos ocupados con mis toallas, colgadas. Recogí un par y dejé dos ganchos libres para que cuelgue lo que le parezca.
-Lo único que me preocupa es que entres en el baño cuando me esté duchando o cambiando – se estremeció -.
Pus los ojos en blanco. Idiota.
-¿Qué te hace pensar que yo haría algo así? - puede que lo hiciese, pero solo una vez o varias -.
-Tu obsesión por mí es muy grande, no me extrañaría que me espiases – sonrió Aaron de lado -.
-Si, claro – le lancé una mirada de desdén -.
-Ya has dado el primer paso – movió la mano a su alrededor – Estas secuestrándome.
-Nadie en su sano juicio intentaría secuestrarte – me burlé – hablas demasiado, volverías loco a cualquiera.
-¿Igual de loca como te tengo a ti? – me guiñó un ojo -.
-Peor, sería mucho peor – contesté– yo tengo muchísima paciencia contigo.
-Eso querida Elena, se llama amor – levantó las cejas en mi dirección -.
-Vamos pequeño incordio – lo agarré de la mano y tiré de él – mientras antes terminemos, más rápido nos iremos a dormir.
Lo guié hacía mi habitación, paramos frente al armario en primer lugar. Abrí las puertas y miré su interior. En momentos como esos me daba cuenta de que tenía demasiada ropa, y lo más gracioso era que siempre solía ponerme lo mismo. Creo que a la mayoría de personas le pasaba igual, y siempre se ponía la primera cosa que pillaba o tenía más a mano. Fruncí el ceño observando el interior del armario, y las diferentes prendas.
-Oye, nunca te he visto usando esto – Aaron alargó la mano y sacó una percha que tenía colgado un vestido negro -.
Me lo quedé mirando. No me acordaba que lo había traído. El vestido tenía un corte precioso, iba sujeto al cuello. Tenía un bonito y pronunciado escote que llegaba prácticamente al ombligo. Me encantaba como caía en mis caderas ese vestido. La parte de abajo tenía un corte asimétrico, y se componía por pequeños flecos que recordaban un poco al estilo de ropa del cabaret de los años 20. Pasé la mano por los pequeños flecos, me gustaba mucho la textura que tenían.
-Deberías ponértelo cuando salgamos – esbozó una ligera sonrisa – ya me estoy imaginando como te quedaría y se me hace la boca agua.
Me ruboricé por completo y le quité el vestido de las manos. Lo volví a colgar en el interior del armario.
-¡No te entretengas, idiota! – exclamé, aun estaba un poco ruborizada -.
Aarón se rió a mi lado, pero no hizo ningún otro comentario. Alargué la mano al interior del armario y aparté un poco las perchas a un lado, dejando así un poco de espacio. Me agaché y saqué una pila de camisetas perfectamente dobladas, que se encontraban en la balda inferior. Incliné la cabeza hacia el armario, para que comenzase a colgar algunas de sus ropas. Me hizo un pequeño gesto militar, dando a entender que estaba a mis órdenes.
Me dirigí a la pequeña cómoda, y abrí el segundo cajón donde tenía toda mi ropa interior, acomodada. Bien, creo que podía poner todo esto en el primer cajón, junto a los biquinis. De todas formas, tampoco había traído tantos biquinis. Comencé a sacar conjuntos de ropa interior y dejarlos sobre la parte superior de la cómoda. De pronto encontré un conjunto de color gris perla. Lo levanté frente a mis ojos. ¿Pero eso que era? No recordaba que lo hubiese comprado nunca. El sujetador era muy bonito, pero minúsculo. Pensé que estaba creado para tapar la mínima parte de piel posible. La tela era un poco trasparente, pero sin llegar a ser traslucida.