El segundo día de convivencia con Aaron estaba resultando mejor de lo que esperaba. Cuando sonó la primera alarma del despertador me sorprendió no encontrar a Aaron tumbado a mi lado. Me froté los ojos con ambas manos, pensando que mi vista me estaba jugando una mala pasada. ¿Dónde había ido? Y, sobre todo, ¿Cómo había conseguido levantarse sin despertarme?
Alargue la mano hacia la mesita de noche y busque a tientas mi teléfono móvil. Tenía un par de mensajes sin leer. El primero era de mi madre, donde me recordaba que tendría que recoger a mi hermana Lila en la estación de autobuses principal de Berkeley. La ciudad donde me críe no estaba muy lejos como para hacer un viaje en coche, pero mis padres no iban a poder traerla. Por lo tanto, fue ella misma la que había propuesto venir a visitarme, haciendo el viaje en bus.
El segundo mensaje que tenía en mi buzón de entrada era de Aaron. Lo había mandado hacía tan solo un par de minutos, así que no llevaba mucho tiempo despierto. Lo abrí, y leí su contenido.
<¿Sabías que cuando duermes, abrazas la almohada como si fueses un Koala? Eres mi chica Koala. Supongo que te preguntaras donde estoy, conociéndote estoy seguro de que, ver mi cara era lo primero que te gustaría hacer al despertar. Tranquila, tendremos bastantes días por delante.>
Me hacía gracia su comentario sobre el Koala. Lo cierto es que sí, solía dormir abrazando la almohada. Me apresuré a contestarle de inmediato.
<Me atrevería a decir que has ido temprano a clase para coger un buen sitio. Pero seguramente estaré equivocada. ¿Qué tipo de asuntos oscuros y peligrosos tenías que hacer desde tan temprano?>
Después de darle al botón de enviar, comprobé la hora. Vale, tenía aún tiempo suficiente. Miré la pantalla de mi teléfono esperando que se iluminara con la llegada de un nuevo mensaje.
Pero no sucedió.
Idiota. ¿Dónde estabas ahora? Puse los ojos en blanco, y me incorporé de la cama. Saqué del armario un par de mallas para hacer yoga y un top de deporte. Me vestí en silencio, maldiciendo un poco lo apretadas que estaban esas mallas. Dí un par de saltitos para ajustarlas mejor a mi cuerpo. Recogí mi cabello en una cola alta, dejando un par de mechones sueltos. Completé el look con mis zapatillas de deporte blancas. Eran las más desgastadas que tenía, y al mismo tiempo las más cómodas. Según había visto anoche en el tiempo meteorológico, se avecinaba un pequeño frente frio para esos días. Así que por si acaso, busqué en el interior del armario una sudadera gris. Me la pase por la cabeza, con cuidado de no despeinarme.
En el momento que me miré en el espejo, vi como detrás de mi se iluminaba la pantalla de mi teléfono móvil. No pude negar que me producía cierta satisfacción que me acabase de contestar. Seguramente era él. Me acerqué hacía la mesita de noche, y cogí el teléfono móvil.
Pero no era el mensaje que esperaba. Era un mensaje de Eric, avisándome de que llegaría un poco tarde a la primera clase. Genial. Debía de parecer idiota, esperando desesperada que llegase un mensaje de Aaron. ¿Cómo había acabado de ese modo? Antes de que me diese tiempo a martirizarme un poco, mi teléfono móvil comenzó a vibrar en la palma de mi mano. La pantalla se iluminaba mostrando el nombre de Aaron. Debería no contestarle, de ese modo pensaría que estaba enfadada. Pero sinceramente lo que menos quería era comenzar una pelea por una tontería. Seguramente tendría un buen motivo que decirme. Pulsé en el botón de recibir llamada, y me llevé el teléfono al oído.
-¿Morías por escuchar mi voz? – preguntó la voz burlona de Aaron, al otro lado del teléfono -.
-Estaba comenzando a pensar que te habías fugado de casa – bromeé -.
-Lo cierto es que, lo he pensado – contestó -.
-No me digas – sonreí -.
-Después de que anoche me forzaras a probar tus espaguetis contra mi voluntad – dijo -.
Sacudí la cabeza.
-Son los mejores espaguetis que has probado en toda tu vida – recalqué -.
-No quiero arriesgarme a que me envenenes, la próxima vez – podía oír como se estaba riendo – Estoy seguro de que lo de ayer era una prueba, y el siguiente plato llevara altas dosis de veneno.
-Debería comprar un par de frascos de veneno, son pequeños y fáciles de esconder – murmuré -.
-¿Él veneno siempre viene en frascos pequeños? – hizo una pausa – con razón eres tan bajita, estas llena de veneno.
Comenzó a reírse por su propio chiste.
-Tus chistes mañaneros no son muy buenos – le informé -.
-Pensare en mejorarlos – dijo – Por cierto, ¿Comiste lo que te prepare?
-¿Qué?
-¿Aun no has salido de la habitación? Sé que te gusta rememorar el lugar donde pasamos las noches juntos, pero Elena sal de ahí – murmuró Aaron -.
-¿Has preparado el desayuno? – pregunté -.
Salí de la habitación dirigiéndome a la cocina. Y para mi sorpresa, sobre la superficie de la barra se encontraba un cuenco con cereales de colores, mis favoritos. Justamente a su lado había un plato tapado. Al abrirlo comprobé que estaba compuesto por finas tiras de bacón, y un poco de huevos revueltos. Un vaso de zumo de naranja compone la escena.