Tras introducir la llave en la cerradura de la puerta principal de mi apartamento, empujé poco a poco mientras la abría. ¿Estaría Aaron ya en casa? Lo primero que hice después de aparcar mi coche, fue echar un vistazo al reloj de mi muñeca. Habían marcado las siete y cuarto. En el camino de vuelta a casa, me pilló un poco de trafico en la avenida principal. Y por si fuese poco los semáforos parecían haberse puesto de acuerdo en señalizar luz roja una vez que estaba yo a su lado. En definitiva, me habían retrasado un poco.
-¡Ya he vuelto! – dije en voz alta, mientras entraba en el apartamento -.
Dejé las llaves en el interior de un cuenco de color verde menta, que estaba sobre la superficie de mi encimera. Había sido parte del grupo de adquisiciones que me llevé, uno de los días que fui de compras con Alice. Me pareció bonito el color que tenía, y al instante me enamore de su diseño sencillo y sofisticado. Y lo mejor de todo, estaba a mitad de precio. Si eso no podía ser el destino no sabía yo que era.
El apartamento parecía estar tal y como lo deje antes de salir de casa. Y por supuesto ni rastro de Aaron. Quizás había tenido el mismo problema que yo con el tráfico. Pasé el bolso por mi cabeza, descolgándomelo. Y lo deje también sobre la encimera. Me acerqué a la ventana del salón, y alcé la vista al cielo. Parecía que estaba apunto de anochecer. ¿Qué tipo de plan estúpido tendría Aaron preparado? Sacudí la cabeza. Quien sabe.
El sonido de mi teléfono móvil capto mi atención. Me dirigí al bolso, y tras rebuscar en su interior di con él. Esbocé una pequeña sonrisa al comprobar quien era el sujeto que me hacía la llamada. Descolgué el teléfono.
-¿Te perdiste en el camino de regreso a casa? – Pregunté -.
Al otro lado del teléfono se escuchó una risita.
-No me has dejado migas de pan para que las siga – bromeó Aaron -.
-Acabo de llegar hace unos minutos – le dije sentándome en el reposa brazos del sofá - .
-¿Un día duro de clase? – preguntó Aaron -.
-Más bien diría que un curso duro – me burlé -.
-Pero lleno de novedades como la llegada de – Aaron hizo una pausa – el amor de tu vida.
-El colmo de mi alegría diaria – dije con sarcasmo -.
-Eso es lo que quería oír – reía él -.
-¿Vas a llegar tarde hoy? – pregunté intentando sonar indiferente, lo echaba extrañamente de menos -.
-Estoy aquí – dijo como si tal cosa -.
Abrí los ojos de golpe, incorporándome del sofá.
-¿Dónde? – pregunté -.
-Abajo, en el portal – murmuró – no me hagas esperar.
¿Estaba en el portal? ¿Por qué no subía?
-Pero...
-Elena, el tiempo corre -dijo divertido – tic tac.
Y colgó.
¿Quería que bajase? Dejé el teléfono sobre la mesa. Cogí las llaves del cuenco donde las deje, y salí del apartamento. Bajé los escalones a toda prisa, intentando no perder el equilibrio. Recuperé un poco el aire cuando llegué al último escalón. Me dirigí a paso lento hacía el exterior. Y allí estaba él.
Había echado de menos esa sonrisa. Mierda. ¡Estabas descontrolada, Elena!.
Aaron llevaba puesto unos sencillos pantalones deportivos de color oscuro. Y una camiseta blanca, de mangas cortas. Dejando ver sus trabajados músculos. Su pelo estaba un poco mojado. Esaba segura de que los pequeños copos de nieve de la pista de hielo, habían tenido algo que ver en eso. Llevaba las manos en los bolsillos de los pantalones, es un gesto tan sencillo y normal pero que lo hacían ver realmente irresistible.
-¿Sabes que es peligroso correr por las escaleras? – preguntó él esbozando una sonrisa -.
¿Me vio? Imposible.
-¿Quien dice que estaba corriendo? – respondí ruborizándome -.
Aaron se acercó a mí. Pasó su brazo por mi cintura, rodeándola. Levanté la vista a sus ojos verdes que me miraban cargados de diversión en esos momentos. Posó su otra mano en mi mejilla. Y la bajó lentamente, tocándome el cuello y la clavícula. Me quedé totalmente quieta. Se inclinó un poco, dejando sus labios a escasos centímetros de mi odio. Podía oír en aquel momento su respiración.
-Corazón acelerado – susurró bajito – respiración entrecortada.
Me mordisqueó el lóbulo de la oreja, produciéndome un leve cosquilleo en el vientre del estómago.
-Me atrevería a decir que estas emocionada por verme – me dio un pequeño beso en el cuello -.
Se reincorporó, sin apartar el brazo de mi cintura. Le encantaba hacer eso, mostrarme lo débil que era cuando estaba cerca de él.
-¿Estas lista? – preguntó -.
Tragué saliva. Y cambié el peso de un pie a otro.
-Depende – tartamudeé - ¿Qué tienes pensado?
Me dedicó una gran sonrisa. Agarró mi mano, entrelazando los dedos con los suyos.
-Vamos – dijo tirando de mí -.
Comenzamos a andar en dirección al otro lado del edificio de apartamentos donde vivíamos. ¿Íbamos a ir andando? Entonces, eso quería decir que el lugar se encontraba cerca. Pero prefería confirmarlo.