Para cuando volví a mi apartamento, ya había conseguido desahogarme por completo con Eric. Me sentía una persona horrible por hacerle daño de esa manera a Aaron. A él, a una de las personas a las que jamás le haría nada que pudiese herirlo. Y lo peor de todo era ver como había fingido que todo estaba bien, simplemente para que yo estuviese tranquila. Cuando recuerdo la expresión que tenía mientras me hablaba, se me hacía un nudo en la garganta.
Tenía que hablar con él, cuanto antes mejor. No podía dejar aquello a un lado y que el problema se fuese haciendo mucho más grande de lo que era ahora mismo.
Abrí la puerta de mi apartamento. Y lo primero que note al entrar era que el ambiente estaba cargado de un delicioso aroma. Colgué mi bolso en el perchero de la entrada. Un leve olor a especias inundó mis fosas nasales. Debía reconocer que mi estomago respondió ante aquel olor tan delicioso, emitiendo un pequeño ruido. ¿Mi hermana estaba cocinando? Imposible. Yo no era buena en la cocina, pero definitivamente mi hermana era exactamente igual. Seguramente solo había pedido comida para llevar, ya que eso era lo que habíamos estado haciendo esos días.
Cuando giré la esquina del pasillo y entre en la cocina, me quede literalmente con la boca abierta. ¿Qué era aquella escena? Lo que menos podía imaginar era que eso llegase a ocurrir. Vale, puede que hubiese fantaseado un poco ante la idea de que esa escena se recreara en la vida real, pero llegados a aquel punto de mentiras tras mentiras había perdido un poco la esperanza.
-¿Qué haces tú aquí? – pregunté aclarándome la garganta un poco -.
La persona que se había apoderado de mi cocina, levantó la cabeza que permanecía agachada mientras servía un poco de lo que parecía ser pollo en salsa, en tres platos diferentes. En el momento que clavo sus ojos verdes en mi rostro, sentí como mis terminaciones nerviosas respondían al instante. Permanecimos callados, simplemente nos mirábamos el uno al otro. Tenía tantas cosas que decirle. Quería pedirle perdón por ser una completa imbécil. Y me moría de ganas de que me besara ahora mismo.
-Soy vuestro chef el día de hoy – musitó con una sonrisa -.
Apoyó las palmas de las manos, a cada lado de la superficie de barra de la cocina. Llevaba puesta una camiseta negra, tan sencilla que era difícil creer que algo tan básico le sentara tan bien. Sobre el hombro derecho permanecía colgado uno de mis trapos de cocina. Tenía un aspecto tan increíblemente normal, que solo quería rodear la barra y tirarme sobre él. Pero no podía.
-Y como es que tú has... – comencé a decir -.
¿Quizás el sentía la necesidad de hablar conmigo sobre lo que había pasado esa mañana en la universidad?
-Oh Elena, ¡Ya estás aquí! – sonó la voz de mi hermana a mi espalda -.
Me giré para mirarla. Tenía puesto un bonito vestido blanco con pequeñas florecitas esparcidas por toda la tela. El vestido ser anudaba al cuello, realzando mucho más el busto. Eso fue lo que hizo que me lo comprara en el momento que lo vi en la tienda la primera vez. Puse los ojos en blanco mientras la miraba de arriba abajo. Otra vez lleva puesta mi ropa sin pedirme permiso.
-Le estaba diciendo a Aaron que estabas tardando demasiado en volver de clase – dijo mi hermana apoyándose a mi lado en la encimera de la barra – y que suponía que estarías con Eric.
-Sí, hemos salido un poco antes de clase -respondí – así que decidimos quedarnos un rato charlando en un banco.
Lila asintió en mi dirección.
-Lo que yo decía – murmuró ella – Aaron me dijo que no os había visto ya que había pasado el día en la biblioteca estudiando.
Miré de reojo a Aaron. El permanecía con de espaldas a nosotras, buscando los cubiertos en el primer cajón.
-Vaya, así que estudiando – dije en voz baja -.
-Tengo varios exámenes a la vuelta de la esquina – interinó Aaron – al mismo tiempo que un par de trabajos pendientes.
-La universidad es horrible – se estremeció Lila -.
-Depende de cómo lo mires – opiné yo – si no faltas a clase y llevas las asignaturas al día, toda ira bien.
-Pero el verdadero espíritu universitario se debe vivir al cien por cien – bromeó Aaron – un par de días a la semana es obligatorio faltar a clase.
Le dedique una mirada envenenada.
-Por supuesto – mascullé – para luego acabar como tú, completamente agobiado.
Aaron me dedicó una sonrisa burlona.
-No intentes convencerla – Lila sacudió la cabeza – mi hermana es una empollona integral.
Puse los ojos en blanco. Lo que hacía falta era que mi hermana se dejase llevar al mundo oscuro de Aaron. El primer pasó era dándole la razón a él en todo, y ese paso lo tenía mi hermana más que superado. Sobre todo, cuando ella era una de sus mayores fans.
-Vamos a ver – levante las manos hacia arriba – tengo una pregunta para el eje del mal.
Lila y Aaron me miraron a la vez. Como no, ambos se habían dado por aludidos.
-¿En qué momento Aaron se convirtió en nuestro cocinero personal? – pregunté -.
Intente disimular una sonrisa. Lo cierto es que la idea no estaba del todo mal. Pensándolo bien tener a Aaron como cocinero personal era una de las mejores cosas del mundo. Al menos los días que habíamos estado viviendo juntos lo habían sido. Tenía un increíble talento para la cocina. Y por supuesto se adaptaba a cualquier receta. Si aprovechase aquel mismo talento en los estudios, le iría genial. Aunque claro, reconozco que tenía una memoria totalmente prodigiosa, era capaz de memorizar y recordar las cosas más pequeñas. Quizás por ello aun no había suspendido ninguno de las trabajos o pequeños exámenes que habíamos tenido hasta ahora. No, si al final iba a tenerle envidia.