El suave zumbido de una televisión encendida hizo que me despertase. Cambie de postura en la cama, girando hacía el lado izquierdo. Quizás así al estar un poco más alejada de la puerta conseguiría dejar de escuchar el sonido. Pero por supuesto esa era una idea estúpida. Solté un suspiro. Cogí la almohada y la puse sobre mi cabeza para amortiguar el sonido de la televisión. Y como no, seguía escuchándolo todo.
Giré de nuevo a la misma posición que tenía hace tan solo unos segundos. ¿Pero es que Lila no podía bajar el sonido de la televisión? ¿Qué hora se supone que era? Lleve la mano a la mesita de noche, hasta conseguir encontrar mi teléfono móvil. Eran las siete de la tarde. Observé que tenía un par de llamadas perdidas de Abby. Estaba segura de que quería que nos viésemos ese día. La llamaría más tarde. Tenía también un mensaje de mi hermana. Lo abrí.
<¡¡Oye chica enamorada, acabo de llegar a casa!! El viaje ha sido rápido (he pasado la mayor parte dormida) espero que no te acostumbres mucho a la vida en pareja, porque pronto volveré a visitarte. Recuerdos a Aaron :)>
Vaya parece que había llegado antes de lo previsto. Espera. Parpadeé un par de veces antes de volver a releer el mensaje. Si mi hermana no estaba allí. Giré la cabeza hacia la puerta que permanecía cerrada. Tragué saliva. ¿Quién estaba viendo la televisión en mi salón?
Me incorporé de la cama intentando hacer el mínimo ruido posible. Menos mal que los muelles de esa cama no hacían ninguno sonido que me delatase. Camine despacio hasta la puerta. Llevé la mano al picaporte y lo fui abriendo poco a poco. Fui a hurtadillas hacía el salón. Y cuando conseguí llegar al salón. Encontré el motivo del alboroto.
-Eres tú – murmuré -.
Aaron permanecía absorto en la serie de televisión que estaba viendo. No se había percatado de mi presencia hasta que hable por primera vez. Giró la cabeza en mi dirección y esbozó una sonrisa.
-Ya era hora bella durmiente – bromeó – estabas en un sueño profundo, confieso que llegue a pensar si debía despertarte con un beso.
Puse los ojos en blanco.
-Lo más sorprendente de todo es que tu estés despierto – comencé a decir – sueles tener debilidad por estar tumbado en la cama.
-Sobre todo si es contigo – me guiñó uno de sus bonitos ojos verdes -.
Palmeó el asiento que había vacío a su lado en el sofá. Me demore tan solo un instante antes de ir a sentarme junto a él.
-¿Qué estás viendo? – pregunté mientras miraba la pantalla de la televisión -.
No conocía las escenas de esa serie. Al menos no era una de las que había visto repetidas una y otra vez. Ni siquiera me sonaban los protagonistas que aparecían en ella.
-Cuando encendí la televisión apareció en ese canal – se encogió de hombros – así que la deje.
-Aja...
Me acomodé en el sofá. Miré hacia abajo. ¿Pero que llevaba puesto? Abrí los ojos mientras inspeccionaba la ropa que tenía puesta. Lleve la mano a la tela mientras la tocaba. No podía creer que me quedase dormida con aquello puesto.
-Estabas tan cansada cuando llegamos al apartamento, que te quedaste dormida con la ropa puesta – me recordó Aaron -.
Sacudí la cabeza.
-Me moría de sueño – confesé -.
-Es una lastima que no recuerdes todo lo que me dijiste antes de quedarte dormida – dijo Aaron antes de soltar un suspiro -.
Fruncí el ceño.
-¿Dije algo? – lo cierto es que no recordaba mucho después de que me dejase caer sobre la cama -.
-Me extraña que no lo recuerdes, anoche estabas muy habladora – murmuró él -.
-Estas mintiendo.
Aaron negó con la cabeza.
-Por favor Aaron abrázame un poco más, te he echado tantísimo de menos – comenzó a decir haciendo una pobre imitación de mi voz – y todo eso lo repetías una y otra vez.
Cogí uno de los cojines que estaban tras mi espalda. Le golpeé el hombro con él. Aaron se encogió, mientras se reía. Adoraba el sonido de su risa. Era uno de mis sonidos favoritos en el mundo.
-Nunca dejaras de burlarte de mí – murmuré -.
-Es uno de mis pasatiempos favoritos, ya lo sabes – asintió él -.
Lo miré de reojo. Volvía a tener la cabeza enfocada en la televisión. Aun llevaba puesta la ropa de esa misma mañana, así que no llevaría tanto tiempo despierto. Ya que se hubiese dado una ducha y cambiado de ropa. Sus labios se curvaron en una sonrisa torcida. Sabía que lo había estado mirando.
-Sabes que, aunque dejes de mirarme no voy a desaparecer ¿verdad? – se burló – puedes tocarme, no soy un fantasma ni nada por el estilo.
Solté un bufido.
-No estaría tan segura de decir que no seas un fantasma – bromeé -.
Antes de que me diese cuenta tenía el rostro de Aaron a tan solo centímetros del mío. El olor a vainilla que tanto lo caracterizaba, impregnó mi nariz. Estaba muy cerca. Su increíble mirada no se apartaba de mis ojos. Era imposible sostenerle la mirada sin ruborizarme un poco. Baje la mirada hasta mis manos, que las tenía unidas sobre mi regazo.