No había comido tanto en toda mi vida, y en aquel momento la idea de tener que bajar tantas escaleras me había parecido lo mejor del mundo. Aaron había pedido un poco de todo, de ese modo pudimos probar diferentes platos. Todos ellos increíblemente buenos. Le dije un par de veces que se había vuelto loco, cuando lo vi aparecer con tantas bolsas de comida. Pero lo cierto es que no nos sobro ni una pizca.
-¡Creo que estoy apunto de explotar! - exclamé mientras bajamos el último tramo de escalones -.
-No parecía que te quejaras mientras te comías cada plato – dijo Aaron – casi no me has dejado probarlos.
Lo miré de reojo.
-Mentiroso – mascullé – aunque me ha faltado algo.
-Ya te dije que el postre nos esta esperando en el apartamento – murmuró -.
Puse los ojos en blanco. Este chico. Sacudí la cabeza antes de darle un golpe en el hombro.
-Me refería a un par de chupitos de mezcal – dije -.
Aaron chasqueó los dedos.
-Sabía que algo olvidaba – susurró -.
Sacó la llave del bolsillo trasero de sus pantalones, y la introdujo en la cerradura de la puerta de nuestro apartamento. Vaya. Nuestro. Aveces no me acostumbraba aun a esa palabra. Era increíble el modo en el que las cosas cambian tan deprisa. Pero.. ¿hasta cuando duraría eso?. Giré la cabeza hacía la puerta contigua a mi apartamento. Estaba cerrada. El antiguo apartamento de Aaron. Me pregunté si su casero le ha dicho algo de como van las obras. Aunque había pasado varias veces por la puerta cuando estaban trabajando en su interior los albañiles, nunca había podido echar un vistazo al interior.
Aunque creo que realmente no quería saberlo. No me apetecía pensar en que Aaron tuviese que irse de casa, otra vez. Y esa vez permanentemente.
-Tierra llamando a Elena – murmuró Aaron sacudiendo su mano frente a mi rostro -.
Parpadeé un par de veces volviendo a la realidad.
-¿Que estabas pensando? - preguntó -.
-Mmm nada en particular – me encogí de hombros -.
Pasé por su lado, y entré al interior del apartamento. Dejé el teléfono móvil sobre la encimera de la cocina, mientras abría la nevera para sacar una botella de agua bien fría. Bebí un largo trago de la botella. Estaba sedienta.
-¿Me das un poco? - susurró Aaron a mi lado -.
Me gire hacía él. Abrí los ojos de golpe mirándolo. ¿En que momento se acaba de quitar la camiseta? Puede que fuese lo inesperado del momento o que simplemente me había quedado en shock al verlo semidesnudo, que termine escupiendo el agua a toda prisa. Mierda. Como hacer el ridículo una y otra vez, así debería llamarse el libro sobre mi vida.
-Elena.
Aaron se puso a mi lado en un segundo. Comenzó a darme pequeños golpecitos en mi espalda. Tosí un par de veces más antes de recuperar el control de mi cuerpo.
-Lo siento, no sé que me ha pasado – balbuceé -.
-¿Aun no te acostumbras a verme? - bromeó él -.
No, chico idiota. Lo que no me acostumbro es a verte semidesnudo paseándote por el apartamento.
-Creo que nunca me acostumbrare a nada que tenga que ver contigo – sonreí -.
-El amor esta en el aire – comenzó a tararear -.
Puse los ojos en blanco. Le pasé la botella de agua antes de dirigirme a la habitación para cambiarme.
Una vez me pusiese alguno de mis pijamas, tendría la situación bajo control. Podría relajarme al cien por cien. Al menos esa era la idea que me rondaba por la cabeza. Abrí uno de mis cajones asignados de la cómoda. Pase la mano entre las diferentes prendas para dormir que tenía. Me detuve con una en especial. Enarqué una ceja. No recordaba que había comprado aquella cosa.
Saqué el camisón gris perla del interior el cajón. Nunca había sido muy fan de los camisones, pero debía reconocer que el que me presto Abby cuando dormimos en su casa todos juntos. Me sentaba fenomenal, e incluso no era para nada incomodo a la hora de dormir. Bueno dormir. Noté como me recorría un cosquilleo al recordar aquella noche. Cuando Aaron y yo...
Sacudí la cabeza. Basta. ¡Control!. Necesitas controlarte, Elena. Con el dorso de mis manos toqué mi mejilla. Estaba caliente. Cerré los ojos y respiré un par de veces. Oí como Aaron entraba en el cuarto de baño, y cerró la puerta tras de si. Esa era la mejor oportunidad que iba a encontrar esa noche para desvestirme sin que el me interrumpiese. Dejé mi ropa perfectamente doblada, sobre el tocador. Deslicé el fino camisón sobre mi cuerpo. Me miré fijamente en el espejo. No recordaba que fuese tan bonito. La última vez que fui de compras, cuando Lila estaba aquí, me había convencido de que lo comprase.
-No esta nada mal – le susurré a la chica del espejo -.
Unos toques en la puerta de la habitación interrumpieron mis pensamientos.
-¿Hablando sola? - dijo Aaron en tono juguetón -.
Me giré en su dirección. Y lo que menos esperaba era la reacción que tuvo. Sus ojos se abrieron como platos, dilatándose por tanto las pupilas verdes que tanto lo caracterizaban. Recorrió mi cuerpo con su penetrante mirada, haciendo que se me acelerase el pulso. Solamente él, podría hacer que mi cuerpo sintiese esa sensación sin tan siquiera tocarme.