Esa sensación en la que notas como todo tu cuerpo se convierte literalmente en gelatina y no puedes ni siquiera mantenerte en pie, esa sensación en la que no recuerdas tan siquiera como respirar con normalidad, pues da la casualidad de que esa sensación es la que estaba sintiendo yo en aquel momento.
Aaron ya sabía toda la verdad.
Lo mejor de todo era que por fin había podido saber el verdadero motivo por el cual Aaron había alargado tanto nuestra ruptura. Él era la persona más segura de si misma que conocía, es capaz incluso de encargar una figura a tamaño real de si mismo a algún escultor. Nunca pensé que alguien pudiese hacerle sentir a Aaron inferior. Jamas creí que existiría una persona así, pero mira por donde me equivocaba. Todo ese tiempo él había pensado que acabaría eligiendo a Alex antes que a él, después de todo. Creyó que verdaderamente sus temores se habían cumplido cuando Alex apareció en Berkeley por primera vez.
No se si debería sentirme furiosa o tendría que ponerme en su piel y sentir un poco de empatía.
Furiosa en el sentido de que no podía creer que después de todo lo que habíamos vivido Aaron y yo e incluso todo lo que había podido demostrarle, terminase creyendo que me lanzaría a los brazos de Alex sin pensármelo dos veces. Solo por tener ese tipo de pensamientos me entraban unas enormes ganas de matarlo. Pero claro, debería empatizar con él y ponerme en su lugar. Después de decidir omitir el hecho de que me había encontrado con Alex aquella mañana en la universidad, le dí pie a que sacara sus propias conclusiones erróneas derivadas de su peores pesadillas.
En definitiva, lo principal que nos hubiese faltado a ambos es hablar. Ya sea sobre algún tipo de miedo al pasado o simplemente miedo al presente.
Pero lo único en lo que podía pensar allí mismo era en que necesitaba ver a Aaron.
Necesitaba decirle cuanto lo había echado de menos, necesitaba decirle como me dolía pasar por nuestros lugares favoritos y que no fuesen con él de la mano, necesitaba discutir con él por las mañanas mientras se negaba a ir a clase conmigo. Necesitaba que bromease sobre mi desastrosa función del colegio en la que interprete el papel de oruga, necesitaba que me recordase lo horrible que se me daba cocinar. Necesitaba todo eso y más. Lo necesitaba a él. Y lo necesitaba ya.
No iba a conseguir nada allí sentada. Miré el reloj de mi muñeca. Solo habían pasado unos veinte minutos desde que Alex había cortado la llamada telefónica. Llevaba veinte minutos sentada sobre el borde de la cama con las piernas cruzadas y los brazos apoyados en las rodillas, aquella podría ser una perfecta posición para comenzar a practicar yoga y relajarme un poco; pero lo cierto es que no podía ni siquiera mantener mi mente alejada de mi disparatada vida.
Puede que quizás, ya estuviese llegando a su apartamento, si había ido en su coche podía volver a más velocidad que en trasporte publico. Bueno eso dependía también del trafico, y de los semáforos en rojo que pillara en el camino. Quizás se hubiese parado a tomar algo con algún amigo o puede que aun este con Alex despidiendo lo, al fin y al cabo ahora que todo esta completamente arreglado entre ellos pueden volver a ser los de siempre.
Como si estuviésemos conectados por un hilo invisible, la pantalla de mi teléfono móvil se iluminó mostrando el nombre de Aaron. Mi corazón comenzó a latir a tanta velocidad que pensaba que era irreal.
-Hola – susurré con voz tímida una vez que descolgué el teléfono -.
-Quiero.. - la voz de Aaron sonaba pesada, como si le costara hablar -.
Escuche como exhalaba aire antes de volver a contestarme.
-Quiero verte – murmuró -.
Dos simples palabras que consiguieron hacerme esbozar una amplia sonrisa en el rostro.
-Estaba pensando justamente lo mismo – contesté -.
-¿Donde estas? - me preguntó -.
-En el apartamento.
Nuestro apartamento quería decir más bien.
-Estoy subiendo las escaleras – me dijo – en menos de un minuto estoy en tu puerta.
Y colgó.
Me quede con teléfono pegado al oído. Estaba allí. Mierda, ¡estaba allí!.
Lancé el teléfono móvil sobre los cojines que tenía esparcidos sobre mi cama y con un ágil movimiento, que incluso me sorprendió a mi misma, me levanté de la cama. Casi corrí como alma que se la lleva el diablo hacía la puerta del apartamento. No me importaba si parecía una completa loca en esos momentos. Llevaba puesto un sencillo pantalón corto de chándal que usaba algunas veces para dormir, mi vieja camiseta de Hello Kitty tampoco es que fuese el conjunto perfecto para recibir a Aaron el día de nuestra reconciliación. Vaya, nuestra reconciliación creo que esa palabra aun sonaba demasiado lejana como para poder procesarla adecuadamente.
Agarré el picaporte de la puerta, con seguridad, y tiré de él con tanta fuerza que me di un golpe en la frente con el borde de la puerta.
-¡Mierda! - exclamé y me lleve la mano sobre la frente – maldita puerta.
-Las viejas costumbres nunca cambian – oí una voz a mi lado – insultando a una pobre puerta que no te ha echo nada.
Me froté la zona que había sido golpeada. Miré a Aaron de reojo.