Había llegado aquella fecha especial. Ese pequeño periodo de tiempo en el cual la gran mayoría de personas se vuelve amigable y feliz. Esos días en los cuales se comienzan a hacer listas de nuevos propósitos, aunque en su gran mayoría no llegan a cumplirse ni la mitad de ellos. Esos días donde los aeropuertos cobran un inmenso protagonismo, llenándose de despedidas y reencuentros a partes iguales. Los niños esperan con entusiasmo sus regalos soñados y sus padres con cámara en mano no perderán la oportunidad de hacerles mil fotos para colgarlas en sus redes sociales. Cenas de empresa, cenas con amigos, cenas familiares … da igual la compañía, la cuestión es comer. Y por supuesto si tenias suerte podrías encontrarte toda tu ciudad nevada, pero claro ese no había sido mi caso en esos 20 años que llevaba celebrando esa fecha especial.
Por supuesto estoy hablando de la Navidad.
Debo reconocer que para mi siempre me había resultado más bien indiferente. No estoy diciendo que aborrezca la navidad por completo o que el espíritu navideño no me invada haciéndome cantar un par de villancicos de vez en cuando. Simplemente que desde mi punto de vista es una fecha sin más como cualquier otra. Aunque claro, este año tenía un significado especial.
Este año iba a pasar las navidades con Aaron Hampson.
Si unos meses atrás alguien me hubiese dicho que eso iba a suceder lo hubiese tachado por loco. Pero claro, a estas alturas de mi vida, ya no podía sorprenderme de nada.
-Elena - Aaron me llamó, estaba parado frente al maletero del coche - ¿Estas segura de que has dejado algo en nuestro apartamento?
Me ajusté la correa del bolso sobre el hombro. Cerré la puerta del coche y camine hacía él.
-¿Crees he olvidado algo? Estaba segura de que lo había metido todo – murmuré mirando el interior del maletero – es más revisé un par de veces por si acaso.
-Creo que no has notado la ironía de mi voz – dijo Aaron – lo que quería decirte era si habías dejado algo en el apartamento, ya que parece que te has traído toda tu ropa y sospecharía que incluso los zapatos.
Enarqué una ceja en su dirección.
-Tonterías – sacudí la cabeza – son solo un par de cosas básicas y necesarias.
-Claro – asintió él – no ahí nada más básico y necesario que traerte todo tu armario
-Aun no he decidido que ponerme durante estos días – me encogí de hombros -.
-Ya veo – dijo pensativo – así que ese es el motivo para que traigas tres maletas.
-Así es – sonreí -.
Aaron curvó sus labios en una sonrisa. ¿He dicho ya que adoro su sonrisa?
-¿Una maleta por cada día que vamos a estar aquí? - preguntó con ironía -.
-También llevo cosas tuyas – le recordé -.
Mi respuesta solo hizo que su sonrisa fuese más intensa.
-Olvide que habías guardado el cargador de mi teléfono móvil en una de tus maletas – comenzó a decir – seguro que te ocupó mucho espacio.
-Idiota – puse los ojos en blanco -.
Aaron comenzó a sacar las maletas del coche, y tal y como él me había dicho comencé a pensar que había traído demasiadas cosas solo para tres días. Quizás sí hubiese traído solo dos…. no importa, ya estamos aquí. Coloqué cada una de las maletas que Aaron iba sacando junto al coche.
-¿Falta algo más? - pregunté -.
En ese momento Aaron me agarró de la mano y tiró de mi hacía él. Rodeó mi cintura con sus brazos. Deje caer la cabeza sobre su pecho, oyendo cada uno de los latidos de su corazón. Respiré hondo, dejando que la increíble fragancia de Aaron inundara mis fosas nasales. Sentí como depositaba un pequeño beso sobre mi pelo que me hizo sonreír como una tonta enamorada.
Unas pequeñas chispas de electricidad a las que ya estaba acostumbrada, me recorrieron el cuerpo. Levanté la cabeza lentamente de su pecho y me concentré en su rostro. En aquel bello rostro. En esos electrizantes ojos verdes, los cuales en más de una ocasión me habían echo perder el control de mi cuerpo. Sonreí.
Aaron se mordió su labio inferior. Se acercó peligrosamente a mi rostro, quedándose a tan solo un par de centímetros. Su nariz acariciaba la miá despacio. Realizó un camino de besos desde las comisuras de mis labios, cruzando mi mejilla hacía mi oído. Besó ese punto sensible que él sabia que tenía justo debajo de mi oído derecho que me hizo temblar. Hizo brotar un disparo de necesidad alrededor de mi cuerpo.
Con Aaron siempre era así. La atracción mutua era incontrolable.
Entonces me besó con urgencia. Sus labios se amoldaron sobre los míos perfectamente. Me besó suavemente, despacio, tiernamente. Contenía tanta pasión que me volvía loca. Necesitaba más, lo necesitaba a él.
-Elena – dejó escapar mi nombre en uno de sus besos -.
-Callate – Le rodeé el cuello con los brazos -.
Aaron dejó escapar una risita.
-Elena –comenzó a decir mientras le besaba el cuello– ¿crees que estarán tus padres mirándonos por la ventana?.
Abrí los ojos de golpe. Y me aparté de él dando un salto. Nunca una frase me había echo reaccionar tan deprisa. Parpadeé sorprendida mirando a mi alrededor cayendo en la cuenta del sitio donde estábamos. Reconocía la calle, incluso sabía a que hora pasaba el camión de la basura o el cartero por allí. Reconocía perfectamente el lugar en donde estábamos. Tragué saliva. Me giré hacía la casa que teníamos a nuestra espalda. El césped perfectamente cortado, el buzón contra el que me estrelle cuando iba en bici, el viejo columpio desde donde mi hermana se cayo una vez y termino con dos dientes partidos, Esos dos primeros escalones de la entrada los cuales no paraban de crujir desde que nos habíamos mudado.