Mientras Duró El Verano

Capítulo 1: El Encuentro

Luna se bajó del auto, cerrando la puerta tras de sí con un suspiro pesado. El aire salado del mar llenó sus pulmones mientras sus ojos recorrían el paisaje que tenía delante. La playa de San Isidro se extendía ante ella, bordeada por las olas que rompían suavemente en la orilla. El sol brillaba alto en el cielo, reflejándose en la superficie del agua, y el sonido lejano de las gaviotas resonaba en el aire. A lo lejos, se veía la silueta del faro que había visto cuando llegaron al pueblo por primera vez.

—Es hermoso, ¿verdad? —dijo su madre desde el asiento del conductor, sonriendo con melancolía.

Luna asintió, aunque en su interior no compartía el entusiasmo de su madre. Para ella, este nuevo pueblo costero no era más que un recordatorio de todo lo que había dejado atrás: su escuela, sus amigos, y la vida que tanto amaba en la ciudad. Pero después del divorcio de sus padres, su madre había decidido que necesitaban un nuevo comienzo, y San Isidro parecía ser el lugar ideal para ello.

—Voy a dar una vuelta —dijo Luna, sin mirar a su madre, antes de girarse y caminar hacia la playa.

Con los pies descalzos, se acercó a la orilla, sintiendo la arena caliente bajo sus pies y dejando que el agua fría de las olas le tocara los tobillos. Había algo reconfortante en la monotonía de las olas que iban y venían, un ritmo constante que contrastaba con el torbellino de emociones que llevaba dentro.

Mientras caminaba, perdió la noción del tiempo, permitiendo que sus pensamientos divagaran. No se dio cuenta de cuánto había caminado hasta que una gran cometa de colores brillantes pasó volando sobre su cabeza, seguida por las risas de un grupo de niños. Levantó la vista justo a tiempo para ver a un chico corriendo hacia ella, sosteniendo el carrete de hilo con una mano mientras intentaba mantener la cometa en el aire.

—¡Cuidado! —gritó, pero era demasiado tarde.

Luna apenas tuvo tiempo de apartarse antes de que el chico chocara ligeramente contra ella, riendo por lo ocurrido.

—Lo siento —dijo, deteniéndose a su lado mientras intentaba recuperar el aliento—. No pensé que la cometa fuera tan rápida.

Luna lo miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad. El chico, que parecía tener su misma edad, tenía el cabello desordenado por el viento y unos ojos marrones que brillaban con diversión. Llevaba una camiseta blanca y unos shorts desgastados, típicos de alguien que pasaba mucho tiempo en la playa.

—No pasa nada —respondió Luna, esbozando una sonrisa tímida.

—Soy Marco —dijo él, extendiendo la mano libre hacia ella.

—Luna —respondió, estrechando su mano con la suya.

—Bonito nombre —comentó Marco, sonriendo—. ¿Eres nueva por aquí? No recuerdo haberte visto antes.

Luna asintió, mirando a su alrededor.

—Sí, acabo de mudarme.

Marco asintió con comprensión, sin soltar el hilo de la cometa.

—San Isidro es un buen lugar —dijo—. No es muy grande, pero tiene su encanto. ¿Qué te trae por aquí?

Luna se encogió de hombros, dudando por un momento antes de responder.

—Mi mamá quería un cambio —dijo finalmente—. Así que aquí estamos.

Marco la miró por un instante, como si estuviera evaluando algo en ella, antes de sonreír de nuevo.

—Bueno, si quieres, puedo enseñarte algunos lugares interesantes del pueblo —ofreció—. Hay más que solo esta playa.

Luna dudó por un segundo. Parte de ella quería decir que no, que prefería estar sola, pero la otra parte, la que estaba cansada de sentirse tan fuera de lugar, la impulsó a aceptar.

—Me encantaría —dijo finalmente, sorprendida por lo fácil que le había salido la respuesta.

Marco sonrió ampliamente y comenzó a enrollar el hilo de la cometa hasta que la tuvo bajo control. Luego la pasó a uno de los niños que la habían seguido hasta allí, indicándoles que la mantuvieran volando.

—Vamos —dijo, haciendo un gesto hacia el pueblo—. Hay un montón de cosas que ver.

Luna lo siguió mientras se alejaban de la playa, sintiendo una extraña mezcla de emociones. No conocía a Marco, y sin embargo, había algo en él que la hacía sentirse cómoda, como si hubiera conocido a alguien con quien podría conectar.

Mientras caminaban por las calles empedradas del pueblo, Marco le mostró algunos de sus lugares favoritos: una heladería con los mejores sabores caseros, una pequeña librería escondida en un callejón, y una plaza donde los lugareños solían reunirse por las tardes. Le habló de las fiestas que el pueblo celebraba cada verano, donde la gente se reunía en la playa para bailar y cantar bajo las estrellas.

Luna escuchaba con interés, sintiéndose menos abrumada por el cambio que la había traído hasta allí. La energía de Marco era contagiosa, y antes de darse cuenta, se encontraba riendo y hablando con él como si fueran viejos amigos.

—Este es mi lugar favorito —dijo Marco, deteniéndose frente a un mirador que daba al océano.

Desde allí, la vista era impresionante: el mar se extendía hasta el horizonte, y las olas rompían suavemente contra las rocas abajo. Luna se apoyó en la barandilla, mirando el paisaje con una nueva apreciación.

—Es hermoso —murmuró, perdiéndose en el vaivén de las olas.

Marco asintió a su lado, observando el horizonte.

—Vengo aquí cuando necesito pensar —dijo en voz baja—. O cuando solo quiero estar solo por un rato.

Luna lo miró de reojo, notando la seriedad en su voz. Por primera vez, se preguntó qué era lo que hacía que Marco se refugiara en un lugar como aquel. Sin embargo, decidió no preguntar. Había algo en la forma en que él hablaba, una tristeza oculta detrás de su sonrisa, que le hizo darse cuenta de que todos llevaban sus propias cargas, incluso en un lugar tan pintoresco como San Isidro.

Pasaron un rato en silencio, disfrutando de la paz del momento. Finalmente, cuando el sol comenzó a ponerse, Marco se volvió hacia ella.

—Deberíamos volver antes de que oscurezca —sugirió—. No querrás que tu madre se preocupe el primer día.




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