Los días siguientes a la revelación de Marco fueron diferentes. Aunque la tristeza seguía presente en sus ojos, Luna notó que él parecía más ligero, como si compartir su dolor hubiera aliviado parte de la carga que llevaba. Ella también se sentía diferente, más cercana a él, como si el vínculo que habían formado se hubiera fortalecido con esa nueva confianza.
Una tarde, mientras caminaban por el paseo marítimo, Marco mencionó algo que captó la atención de Luna.
—Este fin de semana es la fiesta anual en la playa —dijo con una sonrisa—. Es uno de los eventos más grandes en San Isidro. La gente de todo el pueblo se reúne para celebrar, bailar, y disfrutar de la noche bajo las estrellas. Es algo que no te puedes perder.
Luna sintió un pequeño nudo de emoción en su estómago. Había oído hablar de la fiesta, pero no estaba segura de si debía ir. La idea de estar rodeada de tanta gente la ponía un poco nerviosa, pero la sonrisa entusiasta de Marco la animó.
—Suena divertido —respondió, tratando de sonar segura—. ¿Vas a ir?
—Por supuesto —dijo Marco—. Es una tradición. Y este año, quiero que vengas conmigo.
Luna se sorprendió por la invitación, pero antes de que pudiera responder, Marco continuó.
—Será divertido, te lo prometo. Y si en algún momento te sientes abrumada, podemos alejarnos y encontrar un lugar tranquilo para relajarnos.
La preocupación de Luna se desvaneció ante la consideración de Marco. No podía evitar sentir que, después de todo lo que habían compartido, era la oportunidad perfecta para disfrutar de una noche especial juntos.
—Está bien, iré —dijo finalmente, sonriendo—. Será interesante ver cómo celebran aquí.
El fin de semana llegó rápidamente, y con él, la emoción de la fiesta se sintió en el aire. Las calles del pueblo estaban decoradas con luces y guirnaldas, y se escuchaba música por todas partes. Cuando Luna llegó a la playa esa noche, se quedó maravillada al ver la transformación del lugar. Grandes hogueras se alzaban a lo largo de la orilla, iluminando la arena dorada y creando un ambiente cálido y acogedor.
La playa estaba llena de gente: familias, amigos, y parejas caminaban de un lado a otro, disfrutando de la comida, la música y las actividades. Luna encontró a Marco cerca de una de las hogueras, conversando con algunos amigos. Cuando la vio, su rostro se iluminó con una sonrisa.
—¡Luna, viniste! —exclamó, acercándose a ella.
—Claro, no me lo iba a perder —respondió ella, tratando de ocultar su nerviosismo.
Marco la presentó a sus amigos, quienes la recibieron con sonrisas amables y conversaciones ligeras. Pronto, Luna se sintió más cómoda, dejando que la energía vibrante de la noche la envolviera.
A medida que la noche avanzaba, la música se volvió más fuerte, y la gente comenzó a bailar alrededor de las hogueras. Marco tomó la mano de Luna y la guió hacia el centro de la acción.
—Vamos, no puedes venir a la fiesta y no bailar —dijo, tirando de ella suavemente.
Luna rió, dejándose llevar por la emoción del momento. Aunque no era la mejor bailarina, la presencia de Marco a su lado la hacía sentir más segura. Bailaron al ritmo de la música, riendo y disfrutando de la compañía mutua. Luna no recordaba la última vez que se había sentido tan libre y feliz.
En un momento, cuando la música disminuyó, Marco la guió hacia una parte más tranquila de la playa, lejos de las multitudes y las luces brillantes. Se sentaron en la arena, donde solo se escuchaba el sonido de las olas rompiendo suavemente contra la orilla.
—¿Te estás divirtiendo? —preguntó Marco, mirándola con una sonrisa.
—Sí, mucho —respondió Luna, sintiendo el corazón acelerado por la emoción del baile y la cercanía de Marco.
—Me alegra —dijo él, su voz suave—. Sabía que te gustaría.
Luna se recostó en la arena, mirando el cielo estrellado. Las estrellas brillaban con intensidad, y la luna llena iluminaba el océano con una luz plateada. Todo parecía perfecto, como si el mundo entero se hubiera alineado para crear ese momento.
—Gracias por traerme aquí —dijo Luna, volviéndose hacia Marco—. Estoy disfrutando mucho más de lo que imaginé.
Marco la miró por un momento, sus ojos reflejando la luz de las estrellas.
—Estoy feliz de que estés aquí —dijo en voz baja—. Desde que llegaste a San Isidro, mi vida ha cambiado. Me has ayudado a enfrentar cosas que pensaba que no podría, y solo quiero que sepas cuánto significa eso para mí.
Luna sintió que sus mejillas se sonrojaban. Las palabras de Marco la llenaron de una calidez que nunca antes había experimentado.
—Yo también he cambiado desde que te conocí —admitió—. Este lugar, tú... todo es diferente a lo que conocía, pero me has hecho sentir como en casa. Y eso es algo que no había sentido en mucho tiempo.
Hubo un momento de silencio, donde ambos se miraron, cada uno sintiendo la conexión que se había formado entre ellos. Entonces, Marco se inclinó ligeramente hacia ella, sus ojos brillando con una mezcla de incertidumbre y deseo.
Luna sintió cómo su corazón latía con fuerza en su pecho, y sin pensarlo demasiado, cerró los ojos y se inclinó hacia él, acortando la distancia entre ellos.
El beso fue suave, lleno de dulzura y emoción contenida. Era como si todo el tiempo que habían pasado juntos, cada conversación, cada momento compartido, los hubiera llevado a ese instante. Cuando se separaron, ambos sonrieron, sabiendo que algo había cambiado entre ellos.
—Luna —susurró Marco, acariciando suavemente su mejilla—. No sé qué va a pasar después de esta noche, pero quiero que sepas que lo que siento por ti es real.
Luna asintió, sintiendo que las palabras se quedaban cortas para expresar lo que sentía en ese momento.
—Yo también, Marco —respondió, su voz apenas un susurro—. Esto es... algo especial.
Se quedaron juntos en la playa, bajo el cielo estrellado, disfrutando del momento y de la compañía del otro. La fiesta continuaba en la distancia, pero para ellos, el mundo se había reducido a ese pequeño rincón de la playa, donde todo lo que importaba era lo que estaban construyendo juntos.