Después de aquella noche en la playa, las cosas entre Luna y Marco cambiaron. Aunque su relación siempre había sido cercana, ahora había una nueva dimensión, un entendimiento tácito de que algo más profundo se estaba desarrollando entre ellos. No hablaron abiertamente del beso ni de lo que significaba, pero ambos sabían que había sido un punto de inflexión.
Los días siguientes fueron tranquilos, casi como si ambos estuvieran absorbiendo lo que había sucedido. A menudo se encontraban en la playa o en el café del pueblo, hablando de todo y de nada, pero siempre con una sutil tensión en el aire, una expectativa de lo que podría venir después.
Una noche, una semana después de la fiesta, Marco invitó a Luna a dar un paseo bajo la luna llena. Habían pasado el día explorando un antiguo faro en la costa, y mientras el sol se ponía, Marco sugirió que fueran a un lugar especial que quería mostrarle.
—Es un lugar que mi padre solía llevarme cuando era niño —le explicó mientras caminaban por un sendero de tierra que conducía al borde de un acantilado—. Me gustaría que lo vieras.
Luna asintió, intrigada y emocionada por la idea de conocer otro rincón de San Isidro que aún no había explorado. Llegaron a un pequeño claro rodeado de árboles, donde el suelo estaba cubierto de hierba suave y el viento del océano era el único sonido que rompía el silencio de la noche.
—Aquí es —dijo Marco, deteniéndose en el borde del acantilado y señalando hacia el horizonte—. Desde este punto, puedes ver cómo el océano se extiende hasta donde alcanza la vista. Es un lugar donde me siento más cerca de mi padre.
Luna se acercó a la orilla, maravillada por la vista. La luna llena brillaba intensamente, reflejándose en las aguas oscuras del océano y creando una estela de luz que parecía llegar hasta el infinito.
—Es hermoso —susurró, sintiendo una calma profunda al estar allí.
—Sí, lo es —respondió Marco, mirando más allá del horizonte—. Venir aquí me ayuda a recordar que, aunque mi padre ya no está, todavía hay cosas bellas en este mundo. Y ahora, compartir este lugar contigo lo hace aún más especial.
Luna sintió una oleada de emociones ante sus palabras. Sabía lo mucho que significaba para Marco haberla traído allí, y sintió que era el momento de ser completamente honesta con él.
—Marco, hay algo que quiero decirte —comenzó, girándose hacia él—. Algo que he estado sintiendo desde hace un tiempo, pero no sabía cómo expresarlo.
Marco la miró, su expresión llena de expectativa y una pizca de preocupación.
—Desde que llegué a San Isidro, todo ha sido tan nuevo y diferente para mí. Al principio, estaba asustada, sola... pero luego te conocí. Y aunque al principio pensé que solo eras un chico amable y simpático, pronto me di cuenta de que había algo más en ti. Algo que me hacía querer estar cerca de ti, conocerte mejor.
Marco la observaba en silencio, sus ojos fijos en los de ella, como si tratara de leer sus pensamientos.
—Me importas, Marco —continuó Luna, sintiendo que su corazón latía con fuerza—. Y no sé si es demasiado pronto para decir esto, pero creo que estoy empezando a enamorarme de ti.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire, y por un momento, Luna se sintió vulnerable, temiendo cómo podría reaccionar Marco. Pero entonces, vio cómo una suave sonrisa se dibujaba en su rostro, y supo que había hecho lo correcto al ser honesta.
—Luna, yo... —Marco vaciló por un instante, como si buscara las palabras adecuadas—. Lo que siento por ti es algo que nunca había experimentado antes. Es algo que me asusta y me emociona al mismo tiempo. Y si estoy siendo honesto, creo que yo también estoy enamorándome de ti.
Luna sintió que el alivio y la felicidad se apoderaban de ella. Las dudas y los miedos que había tenido se desvanecieron al escuchar las palabras de Marco.
—Entonces, estamos en la misma página —dijo ella, sonriendo mientras daba un paso más cerca de él.
—Sí, lo estamos —respondió Marco, envolviéndola en un abrazo.
Se quedaron así, bajo la luz de la luna, sintiendo la calidez del otro y la certeza de que lo que estaban comenzando era algo real y significativo. Por primera vez en mucho tiempo, ambos se sintieron completos, como si hubieran encontrado una pieza que había estado faltando en sus vidas.
La noche continuó con ellos sentados en la hierba, compartiendo sus pensamientos, sueños y miedos. Hablaron de lo que les preocupaba, de sus familias, de sus esperanzas para el futuro. Cada palabra, cada confesión, los acercaba más.
Cuando finalmente decidieron regresar al pueblo, el vínculo entre ellos era más fuerte que nunca. Sabían que el camino por delante no estaría libre de desafíos, pero también sabían que juntos podrían enfrentar lo que viniera.