Mis ojos deben estarme engañando. Es imposible que sea él. Así que, jalo la manga de Valentina para llamar su atención. No puedo tomarla a la primera del shock que experimento, tengo que dejar de ver a la puerta, concentrarme en ella, y tomar su manga. Gracias a eso mi amiga me ve desconcertada.
—¿Estás-estás viendo al mismo tipo de la puerta que yo estoy viendo? — pregunto desconcertada.
—Sí o no. Hay como cinco diferentes de ellos… — responde esta confundida.
Giro a la puerta para ver a lo que se refiere, él ya no está más ahí, quienes están entrando son otros estudiantes masculinos. No hay rastros de él. Ninguno.
—¿Qué te pasa? ¿Estás bien? — cuestiona mi amiga.
¿Fue una alucinación? ¿Fue culpa de sobre pensar cosas que deberían quedarse en mi cama?
—Sí, sí. Estoy bien — miento.
Ella no parece creerme del todo. Aunque la entrada de nuestro profesor la hace dejar de prestarme atención. El aula está repleta de otros estudiantes, no era de extrañar, puesto que este profesor en particular es muy respetado. El doctor Carlos Biazin, una eminencia en el área. Famoso también por lo exigente que era, y por reprobar a la gente con tanta facilidad como respirar.
En lo que entra al salón ajustando sus gafas y terminándose el café humeante que traga sin que le queme la boca, todos, absolutamente todos enderezamos nuestras espaldas y guardamos silencio.
—Bienvenidos a la fascinante disciplina de la anatomía — menciona el profesor en un tono… ¿sarcástico? — Al estudiarla, no solo adquirirán un conocimiento fundamental para su carrera, sino que también desarrollarán una profunda apreciación por la complejidad y belleza del cuerpo humano.
“La belleza del cuerpo humano”, me repito en mi cabeza. Esta materia era una más para cumplir mi meta. No podía ser tan malo. No tenía que estar así de nerviosa.
—¿Les pareció una buena introducción? — pregunta el profesor — Bien, levanten esos culos y vamos a la sala de disección. Ni sé qué hacen aquí.
Hay cierta conmoción en el salón por algunos. Según el programa esta clase sería teórica, Valentina y yo nos miramos como las miedosas que somos. Aterradas.
—Disculpe profesor. Pero, ¿no es muy pronto para eso? — cuestiona uno de los chicos a nuestro lado, es el que me sonrío más temprano.
El profesor que ya anda saliendo del salón, le da una mirada terrible. Una digna de la reputación que tiene.
—¿Cómo te llamas tú?
—¿Yo? Ah, Thiago — responde intentando sonreír — Thiago Santana. Admiro su trabajo, por cierto.
—Vuelve a preguntarme alguna estupidez por segunda vez, y no entres más a mis clases — impone el profesor para irse.
A Thiago se le cae la sonrisa, al igual que el alma a cualquiera que ande nervioso por ir a la sala de disección. Eso igual no es impedimento para que todos nos apresuremos a ir a donde nos pidió el profesor.
…..
¿Por qué tuve que antojarme de estudiar en una universidad con cadáveres disponibles para diseccionar? ¿Por qué tuve que alistarme a la clase de un profesor como Biazin? ¿Cómo iba a saber que este iba a ser el peor día de mi vida? Es que debía serlo.
El silencio incómodo de cuando entramos en la sala llena de cadáveres y el impacto de ver alrededor a todas estas personas muertas, todavía no me lo puedo borrar de la cabeza. No había tenido nunca a una persona fallecida cerca, ni me gustaba acercarme a los ataúdes al momento de asistir a funerales. Esto es ridículamente peor, no hay un ataúd de por medio, sólo un hombre rebanando la piel de otro.
He resistido la mitad de la clase. Lo más que mi estómago ha podido con este olor nauseabundo e imágenes nauseabundas. Una chica al entrar en la sala pidió retirarse, otra más está saliendo porque no puede más. Y eso que sólo estamos siendo testigos de lo que hace Biazin. Testigos que hacen preguntas que rara vez son contestadas. El profesor no contesta preguntas que considera “estúpidas”.
Mi estómago no está bien, pero el reloj en la pared dice que cada vez falta menos. Menos para demostrar que sí puedo con esto. Mientras, el profesor está mostrando la arteria radial y explicando las diferencias con una vena. Aunque a mí lo que más me llama la atención en el nervio mediano.
Su forma y grosor me recuerdan a… un tallarín cocido.
Ese pensamiento me convierte en la tercera estudiante en salir despavorida de esa sala a vaciar el contenido de mi estómago en la jardinera más cercana.
…..
—¡No te fue tan mal amiga! — exclama Valentina golpeando mi hombro mientras estamos sentadas en un banco del patio universidad.
La clase ya había terminado, así como yo de lavarme la boca.
—Salí corriendo para vomitar Valentina. ¿Cómo eso no es malo? — me quejo avergonzada.
—Pudo ser peor, el altote con acento marcado se mareó cuando el profesor pidió que sintiese la textura del nervio. Estuvo a poco de desmayarse — explica ella.
—Pobre… ¿qué le dijo el profesor?
—Lo iba a mandar a sacar, pero cambió de opinión al ver entrar a Mister estoico.
—¿Entrar quién? Si me fui a mitad de clase. ¿Era otro profesor? — cuestiono confundida.
—No, era un estudiante. Creo que ha repetido la materia y le conoce porque empezó a criticarlo de manera muy personal.
—¿Lo sacó? Lo tuvo que mandar a sacar ¿no? — pregunto.
Valentina niega con su cabeza impresionada. Estoy igual que ella.
—Lo dejó quedarse, pero sin poder tocar.
—Biazin parece el tipo de profesor que te mancha el expediente si no le agradas, y dejó a un estudiante ver la clase aun llegando así de tarde. ¿No es raro? — comento.
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Editado: 17.10.2025