Mientras el mundo duerme

Capítulo 3: Matthan

Suelo ser una dormilona profesional, en serio amaba dormir más que nada en el mundo. Aunque estaría mintiendo, amaba más el chocolate caliente que me hacía mi mamá o las tardes de tocar guitarra con mi papá. Todo en casa, sin salir de mi resguardo favorito. Pero volviendo a lo de ser una dormilona profesional, estoy sufriendo demasiado por la terrible noche que pase.

Tanto que estoy cabeceando del sueño en el comedor de la universidad. La bandeja de comida en la mesa se ve borrosa, y me pregunto qué tan malo será dormir en lugar de comer.

—¡No te duermas! — golpea mi mesa y exclama Valentina.

Doy un salto de susto que me despierta de inmediato.

—Valentina… — le regaño. Ella se ríe mucho.

—Perdón tenía que hacerlo. Mira, te quiero presentar a Rori y a Natalia. Compartimos la clase de anatomía con ellas — nos introduce mi amiga.

Nos extendemos las manos, compartimos sonrisas de presentación, y de hecho el rostro de Rori me suena. Fue la segunda chica que salió de la clase ayer.

—¿Estás bien de lo de ayer? — pregunto con tacto.

—Lo mejor que puedo estar — se ríe — ¿Tú cómo estás también eh? Qué me contaron que fuiste la que me siguió.

Tengo que sonreír y aceptar mi culpa. Las cuatro entonces compartimos comentarios de lo difícil que fue esa primera clase, y del temor colectivo que tenemos por la segunda con un profesor como Biazin. Nos damos cuenta de que hemos compartido otras clases en el semestre anterior, y compartimos anécdotas de eso. Noto que a Natalia al inicio le cuesta verme a la cara, pero después empieza a hacerlo con naturalidad. Parecía algo tímida, y de una tímida como yo, eso es mucho.

Estoy feliz y a la expectativa por lo bien que se está desarrollando la conversación. Valentina y yo nos habíamos propuesto este semestre expandir nuestro grupo de amistades. Qué el último amigo secreto no fue nada secreto. Quizás Rori y Natalia se integren al grupo.

—¿Me puedo unir a ustedes? — nos pregunta… el chico de ayer, Thiago.

Este se sienta a mi izquierda con su bandeja de comida. A mi derecha está Valentina, que lee lo que haré de inmediato. Me sostiene de la muñeca por debajo de la mesa para que no me vaya. No me gusta estar cerca de hombres desconocidos. Intento moverme, pero Valentina me pela los ojos, sé lo que su cabeza dice: “Ni te está tocando Irene. Cálmate”.

Me esfuerzo lo más que puedo en ello, arrimo mi trasero un poco más a Valentina, la cual se mueve aflojándome para darme más espacio, y lo intento.

—Yo no tengo problema. ¿Alguna de ustedes sí? — habla Rori.

—Para nada de nada. ¿No Irene? — me pregunta Valentina pelando sus ojos más.

—No… — digo con voz baja concentrándome en comer.

El tal Thiago se emociona más de la cuenta con ese permiso. Habla de mil cosas de las que ni me doy por enterada, que si de la construcción del nuevo edificio de la facultad de arquitectura, que si de los postres de la cafetería, que si de otras clases que tiene en común con Natalia.

—¿Tú y yo no compartimos Matemática I? ¿No te acuerdas? — dice él.

Nadie le responde, por lo que al alzar la mirada deduzco que es a mí a la que le habla. Todas esperan una respuesta de mí parte. Especialmente Valentina, se ve más sonriente de la cuenta.

—¿Si? No… lo recuerdo — responde sin ver al chico este.

Escucho entonces risas avergonzadas de su parte.

—Fue hace mucho ¿no? Lo que sí sé es que nosotros compartimos la electiva. ¿Vamos juntos? — ofrece Thiago a las chicas.

Natalia y Rori se van con él, ellos se despiden de nosotras. Dejándonos a las dos solas, con Valentina mostrándome un rostro de decepción tremenda.

—¿Pero qué fue eso mi bella alma de Dios? — se queja adolorida.

No sé de qué me habla.

—¿Qué hice ahora? — respondo terminando mi flan.

—¡Nada! ¡Absolutamente nada! ¿No nos comprometimos a hacer crecer nuestro grupo?

—¿No me viste dar lo mejor de mí? Porque lo di — respondo frunciendo el ceño sin dejar de comer.

Valentina se golpea la frente con la mano.

—Thiago no paraba de verte y de rogar por tu atención en toda la conversación. Ni le viste por un minuto entero a los ojos.

Me encojo de hombros. Nada más podía hacer. Valentina respira hondo, muy hondo.

—¿No te das cuenta de la reputación que te estás creando en la universidad? Recapacita, por favor.

—¿Qué reputación estoy creando yo? Qué no me doy por enterada de nada — digo tomando el flan de Valentina que yo sé no se lo comerá porque anda haciendo dieta, ella revira los ojos ante esto.

—Una reputación de difícil. No sólo eres la hija de Antonio Serval, el Antonio Serval; sino que tienes el promedio que tienes y vives donde vives. ¿Cómo te deja eso ah?

Le veo como un bicho raro, muy raro. ¿Qué me estaba preguntando? Mi papá era un ingeniero exitoso con su nombre en varios proyectos de la ciudad, por eso teníamos una casa en una buena zona, y por eso yo había podido tener acceso a una buena educación. La comodidad de mi vida era el resultado del trabajo arduo de mi padre, y la dedicación asombrosa de mi madre. Era consciente de lo afortunada que era. Pero…




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