Mientras el mundo duerme

Capítulo 26: El efecto Barnum

Lo que había parecido una semi cita no planeada, en la que hasta me había tomado de la mano con Matthan y hecho reír, pasa a esto. Puedo identificar que en su persona hay varios tipos de silencios, yo que creía que el silencio no podía hablar, está gritándome en este momento.

Él está de un pésimo humor, lo ha estado en todo el trayecto hasta nuestra habitación de hotel. No se parece al silencio de paz y mutuo agrado de más temprano, este es del tipo que, si es interrumpido, sé que terminará de arruinar mis fantasías unilaterales de amor.

Apenas llegamos a la habitación, Matthan monta su maleta en una de las camas, la individual, saca un cambio de ropa y se encierra en el baño. Por mi parte, me siento en la cama matrimonial, agotada. Sólo pudimos conseguir una habitación con dos camas, era lo que estaba disponible.

Como me estaba dando cuenta, con Matthan yo no tenía problema con la cercanía. Acepté el ofrecimiento de esta habitación sin temerlo o pensarlo honestamente. Ni que fuera la primera vez que dormiríamos juntos. Sin embargo, con esta tempestad, no se siente tan emocionante como lo esperaba.

—¿Cuándo empezó a ir mal? — suspiro balanceando mis piernas y mirando al piso.

—No hay dos copos de nieve idénticos — escucho a mis espaldas a Matthan — ¿Es decir, los copos de nieve como individuos nos dicen algo o es solo un fenómeno natural?

Me volteo para responderle las primeras palabras que me da desde aquel desastre, para arrepentirme de inmediato. Matthan está con el cepillo de dientes en la boca, un pantalon de pijama, y más nada. No tiene camisa, puedo ver su abdomen y pecho al descubierto. Mi reacción es rápida, volteo con fuerza y evito mirarlo así.

—¿Por-por qué hablas de copos de nieve-ve? — lucho por sonar normal. No puedo evitar sentir mi cara quemar.

—Nuestras huellas dactilares no dicen sobre nosotros más que una identificación individual. No pueden servir para leer tu pasado, presente o futuro — agrega apasionado Matthan.

—Ah, era eso… — respondo metiendo mi cabello detrás de mis orejas — No tienes que hacerle caso a lo que pasó con esa mujer… Más, si no crees en estas cosas.

—Tú parecías hacerle mucho caso, pero cómo no. El efecto Barnum en todo su esplendor — mientras él habla escucho el agua del baño correr y sonidos de que se está enjuagando la boca.

—¿En qué consiste ese? Me das una explicación express — pido tocando mis piernas y con mi espalda rígida.

Irene, no debes voltear. Tampoco estés así de tiesa. Ni que hubiese salido desnudo. Los hombres van a la playa de esta forma. Tú no te negaste a compartir habitación, y está molesto por lo de la lectura de mano, ni debió acordarse de mi pequeño problema.

—Es un sesgo cognitivo por el que las personas tienden a aceptar descripciones genéricas y vagas de su personalidad como si fueran únicas y precisas para ellas. Cualquier cosa sin fundamento, siempre tendrá evidencia anecdótica aleatoria de que funciona — explica.

Algo falla en su teoría.

—¿Y para qué esa mujer iba a espantar a sus clientes? — me volteo a verle — ¿No te das cuenta que…

En lugar de volver a verlo sin camisa, Matthan ya se ha puesto una. Está perfectamente presentable, y eso me calma y decepcionar al mismo tiempo. Lo cual, me hace avergonzarme más de lo que creía posible. ¿Qué me estaba pasando?

—¿Darme cuenta de qué? — insiste Matthan sin la más mínima sospecha del caos que desató en mi cabeza por no usar camisa.

—De que tal vez sintió algo fuera de lo normal en ti. De tu poder… Ese poder que sabemos, es real.

Él sonríe, pero no una sonrisa de buenas, sino de malas.

—¿Piensas que soy un monstruo?

—No pienso que lo seas — aseguro con firmeza — Pero, tu madre y tú, tienen algún tipo de poder relacionado con la muerte, y quien no te conozca, podría malinterpretarlo. Tú sabes quién eres, yo sé quién eres. ¿Qué más hay que debatir allí?

Mi respuesta parece calmar a Matthan, o eso me da a entender porque viene a sentarse en la cama donde estoy. Lo hace al sur y yo que estoy al oeste, me acerco a su posición. Aunque conservando una distancia respetuosa.

Con Matthan era así, cada vez quería acortar más la distancia entre nosotros. Pero el temor seguía latente, seguía presente en mis venas. Era como si mis entrañas me pidiesen mantener la distancia, pero mi corazón se sentía atraído a él. Era como si algo, algo invisible me jalase a su cuerpo.

—¿Tocaron un punto sensible en ti, no? — indago.

—Nací siendo lo que soy. Eso asusta a algunos, a otros los obsesiona. Pero no necesito de la atención de nadie. Quiero una vida normal. No pedí ser quien soy — reflexiona — Tampoco que me teman. ¿Tú me temes?

¿Qué si le temo? Esa pregunta me hace nacer una pequeña sonrisa en la cara. Pensar que me estaba hablando de sus temores, y que le teme a algo de hecho, es conmovedor.

—Eres lo que menos temo en mis sueños.

—Podrías darme una mejor respuesta que esa — dice algo irritado. Más sonrío.

—No lo creo. Estoy bastante satisfecha con ella.

El chasquea su lengua, y el sonido rebota de las paredes. Siento que se va calmando, que su silencio va siendo apacible, y mientras ese cambio pasa, mis ojos están fijos en sus labios. Tienen la apariencia de ser firmes y suaves al mismo tiempo. De estarme invitando a conocerlos más… más de cerca.

—¿Irene? — cuestiona confundido Matthan.

Salgo de mi trance, le miro a los ojos, no a los labios.

—¿Si?

—¿No deberías irnos a dormir? Mañana salimos temprano.

—Sí, sí deberíamos hacerlo ya mismo… — río de los nervios.




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