Narrado por Ian
Huyendo de la muerte me enamoré de una mujer que tenía una relación con la muerte, pero también con la vida. Si quiero recordar aquellos años en lo que ciegamente rehuía de quien era Agatha se me hacen como de otra vida.
Todo comenzó con un atentado en el que ella me salvó la vida, una mujer de ojos verdes a la que seguí con locura hasta darme cuenta de que tenía un don como ningún otro. Ella era capaz de ver morir en sus sueños, le perseguí e ignorantemente, lo hice sin comprenderla del todo.
Ella se había alejado de la gente por sus habilidades. Pero me prometí ayudarla o eso quise hasta que la muerte corrió tan rápido que nos alcanzó. No a desconocidos para mí, sino a gente apreciada. La hija de un amigo que estaba embarazada, en un terrible accidente, al igual que más tarde por su propia mano, a ese amigo.
No había interiorizado el poder que había en sus sueños, y al hacerlo, le temí. Hui como un cobarde de allí, y seguí huyendo de los sentimientos que me envolvieron por cinco años. Aun así, fueron cinco años en los que su recuerdo me siguió matando y matando sin parar.
Intenté rehacer mi vida con otra mujer, creí que podría, hasta que Agatha reapareció, me enloquecí y lo dejé todo por ella. Ella esa vez, no huyo de mí. Estábamos atraídos el uno al otro, como imanes, hasta que me reveló que tenía una misión, la de ayudar a Pierre.
Sobre el destino de Pierre no profundizaré, porque no me corresponde a mí hacerlo. Sólo desapareció de nuestras vidas. Y Agatha pudo cumplir con su misión. El comienzo de una nueva vida a su lado, una vida en la que tuve que aceptar su don, en malas y peores. Esa fue la vida que me esperó a su lado.
Agatha era la noche para mí, un misterio y un gozo. Yo era para ella, el día, la verdad y un refugio, según sus propias palabras. Amarla nunca ha sido fácil. En aquellas noches donde las pesadillas propiciadas por su don, la atormentaba, buscaba consuelo entre mis brazos, en ellos derramaba las lágrimas del pasado, del presente y del futuro.
Ella me pidió muchas veces que me fuese, ella me dijo muchas veces que se iría, pero nunca se atrevió. Así como yo no me atreví a dejarla ir. Nuestra vida como pareja en los días parecía brillante, hasta que las dificultades de la noche, nos susurraban sin descanso.
En nuestra cama yacía nuestro amor, y también yacía, un demonio. El demonio de su don.
…..
Llegué a preguntarme si tener un hijo haría alguna diferencia entre nosotros. Nos daría esa estabilidad en el mundo que nos faltaba, que las demás parejas tenían. Pero a pesar de no protegernos, no quedaba embarazada, Agatha lo sabía, nunca lo ocultó, el hecho de que no podría tener hijos. Que buscarlos era inútil, un sueño que no se cumpliría. Como muchos de los sueños que perecieron en sus labios antes de poder soltarlos en voz alta.
Por eso, cuando esa noche se levantó en gritos desesperados exclamando que “iba a morir otra vez”, tuvo una revelación y fue el comienzo de sus viajes por el país. De una búsqueda que como la mayoría de los elementos que rodeaban a Agatha, eran un misterio.
Tenía trabajo por hacer, no pude ser su compañero de viaje porque carecía de la libertad laboral que ella tenía. Aunque eso nunca la detuvo de marcharse, y volver a mí. Siempre volvía a mí, ese era mi consuelo, porque temía que se fuese para nunca más regresar.
También por ese motivo, no tuve excusas ni peros al regresar de uno de sus viajes con un bebé. Simplemente me lo anunció, que lo adoptaría, que lo había salvado como se lo había prometido.
Al principio no entendí el apego emocional de Agatha hacia ese pequeño niño desnutrido y abusado. Más allá de la empatía básica hacia un niño en esas condiciones, cumplí mi rol porque la felicidad de Agatha era mi felicidad.
La aparición de un niño en nuestras vidas, impactó a quienes me conocían. Llegamos a recibir comentarios de mofa dudando de la adopción de este niño, que inexplicablemente tenía los mismos ojos sobrenaturales de Agatha, la que se suponía no era su madre biológica.
Algunas veces respondí con la misma mofa, otras veces con palabras irritadas, y tantas veces les ignoré. Mi relación con Agatha nunca fue lo que definiríamos como una relación normal, y la llegada de nuestro hijo, tampoco lo fue.
Nuestra versión de la armonía, y de lo que era un hogar siguió de esa forma mientras Matthan creció. Matthan era un bebé tan particular como sus ojos y su lazo con mi pareja. Los bebés se suponen que lloran por no saber expresar sus emociones, no obstante, nuestro Matthan nunca llegó a llorar más allá de en la presencia de Agatha para que lo cargase.
No llegó a prestar atención a juguetes o mimos que solían entusiasmar a otros bebés de edades similares. Tampoco llegó a tener las mismas dificultades de un niño de su edad, empezó a hablar muy temprano, empezó a caminar muy temprano, empezó a leer y escribir muy temprano. También sabía palabras extrañas, que descubrimos más tarde no eran inventadas, sino en otras lenguas. Sus habilidades eran extraordinarias para su edad.
Era un padre confundido, orgulloso y con la sensación de que algo me ocultaba Agatha. Sin embargo, con el pasar del tiempo, y los momentos compartidos con Matthan, terminé adoptándolo también, y considerándolo como mi propio hijo.
¿Cómo no podía serlo? La palabra, “papá” fue la número 50 que le escuché decir. Y para mí eso bastó para considerarla como una de las primeras que dijo.
….
Tratamos de darle una vida tranquila a nuestro hijo. Una vida normal, dársela era el mayor deseo de Agatha. Pero, si mi mujer no era lo que se llamaría normal, no se esperaría lo mismo de nuestro pequeño y anormal hogar.
Mientras más atención llamaba Matthan por sus talentos, más preocupada notaba a Agatha. Desde que había traído a Matthan a casa, no se había ido de viaje a destinos desconocidos. Sospechaba que era porque algo le inquietaba en él. Su preocupación continuaba creciendo, al igual que su cansancio. En ese entonces, estaba evitando atender el llamado de su don. Ignorar los sueños que estaba teniendo.
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Editado: 24.11.2025