Abro los ojos y una sensación cálida me gobierna. Lo hace porque estoy compartiendo esta cama como lo llevo haciendo desde hace dos semanas con él, con Matthan. Él permanece con los ojos cerrados, durmiendo, todavía.
La luz de la mañana se cuela por esta habitación y toca mi piel, así como su mano está tocando mi cintura. Sus dedos debajo de la tela que me cubre, me provocan una sensación maravillosa. Cercanía y gloria.
Me pregunto si sabrá todo lo que provoca en mí en estas noches de búsqueda frustrada. Pero al llegar las mañanas y poder observar sus labios tan cerca de mí, esos labios que me llaman y quiero en los míos. También me pregunto cuál será su sabor. Debe ser el sabor del amor.
Ese que me está invitando a descubrirlo. Por eso, me inclino un poco a su rostro. A buscar lo que no se me ha perdido. Pero, Matthan abre sus ojos penetrantes, esos que se enfocan en mi osadía y ensoñaciones.
—¿Qué haces? — pregunta.
No me dejo dominar por la vergüenza, llevo dos semanas en esto, durmiendo con él como el acto más cotidiano del mundo. Como si esta costumbre no pusiera mi corazón en peligro cada noche. Algo he aprendido.
—Tienes una pestaña aquí — respondo quitando una pestaña imaginaria de su mejilla. Después echándola al aire.
No sé si Matthan es capaz de creerme, sin embargo, no me dice nada más y se para al baño. Al cerrar la puerta, mi sonrisa de compromiso se cae con dolor.
—¿Una pestaña? ¿En serio?
No tengo remedio a este nivel. Hago algo mejor, me recojo el cabello y pongo mis pantuflas. Seguido salgo de la habitación, en la cocina del departamento que nos estamos quedando, localizo al señor Ian, que está friendo algunos huevos.
Antes de dar los buenos días, puedo notar su rostro cansado, y cómo no lo puede estar. Agatha continua en coma, sigue sin responder a estímulos, y su pareja e hijo han decido por ahora no sacarla de Francia. Mis papás están al tanto de la situación, que tal desgracia cubrir a esta familia y yo estaba dándoles mi apoyo. Papá no estaba del todo contento, pero no es como si estuviese fugada o rebelada en contra de ellos.
—Buenos días. ¿Tienes mucho de regresar del hospital? — saludo.
—Irene — él voltea y finge una sonrisa — Unos pocos minutos. ¿Te apetecen huevos de desayuno?
—Sí, sí. Haré el café — me ofrezco.
Ambos nos ponemos con nuestras asignaciones rápidas para comer, y antes de que Matthan salga de la habitación, estamos poniendo la comida sobre la mesa. Los tres nos sentamos a comer en silencio, no es que estos días hemos tenido oportunidad de momentos muy felices, seguimos sin encontrar a Agatha en nuestros sueños. Los médicos tampoco han reportado señales de mayor conciencia en ella.
—¿Cuándo haremos los trámites para trasladar a Agatha a casa? — pregunta Matthan.
La pregunta me sorprende por venir de la nada, a Ian, tampoco le agrada del todo.
—Por los momentos, será lo mejor no moverla de donde está. Además del eclipse, los costos de traslado son altos, nuestro dinero no es infinito — explica decaído Ian.
—Si temen lo último, puedo ofrecer mi ayuda — menciono intentando ayudar.
—Eso es tan amable de tu parte. Eres muy considerada — me sonríe con suavidad Ian.
—Considerado eres tú al dejarme quedar con ustedes por tanto tiempo, y hasta cocinarme — digo.
—Mientras ustedes dos están intercambiando elogios, mi madre está en coma en un hospital extranjero — agrega Matthan matando nuestro breve respiro de la tragedia — ¿Cuál es nuestro plan si no la encontramos en nuestros sueños?
Las veces que Matthan y yo hemos despertado en el mismo sueño, no han dado los resultados que esperábamos. Ninguno ha sido capaz de soñar de la forma en la que soñé en esa playa. Si nuestros sueños han ayudado en algo, eso ha sido a enamorarme más de él. De su calma, de sus ojos, de su presencia. Si lo analizaba de esa forma, mis sueños se habían convertido en una trampa letal, para mí.
—Su conciencia tiene que estar en uno — asegura Ian bebiendo de su café — Deberían seguir con su asignación.
—Deberíamos hacer algo más que acostarnos juntos todas las noches — lanza también Matthan para beber su café.
Me atraganto con el pedazo de pan que tenía en la boca. ¿Cómo se le ocurría decir esa barbaridad? ¿No entiende lo que ha dicho? Ian sí lo comprende muy bien, porque está cerrando los ojos con tanta fuerza que sé que muere por no reír. Yo por no ponerme roja, digo que tengo que ir al baño.
Miento porque no es que tenga ganas de usarlo, sólo de huir a éste. Así que, con el corazón desbocado me pego de la puerta, y aprovecho para encontrar calma.
—¿Cómo puedes decirle eso de frente y sin anestesia? — escucho que Ian se burla de su hijo a la distancia.
—¿Es que no lo hemos estado haciendo? — responde con indiferencia Matthan.
—No creo que tenga el contexto que crees tiene.
—Ni sé de qué hablas — dice en el mismo tono.
Mi mano va a mi frente, y por el bienestar de mi corazón, dejo de escuchar la conversación de padre e hijo. Voy al baño de verdad.
......
Los tres nos hemos estado turnando para cuidar de Agatha, y nos ha vuelto a tocar esta vez. A pesar de pasar los días que han pasado, sigue siendo igual de complicado ver a Matthan en esta condición. Lo veo cerca de su cama, él le está hablando y tomando de su mano.
En estos días le he escuchado narrar muchas historias de su infancia, de su pasado en común. También le ha leído. Los doctores le han recomendado que haga esto porque una persona en coma puede escuchar e incluso puede tener comprensión mental, aunque no pueda responder de manera visible.
—¿Crees que sí sea capaz de escucharnos? — pregunto.
—Me gusta creer que sí. Después de todo, a pesar de la inconsciencia, el cerebro puede seguir funcionando y reaccionando a los sonidos — explica él.
—También puede estar la posibilidad de que… no lo haga, por estar más allá de nuestro alcance… — continuo pesimista.
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Editado: 24.11.2025