15/10/2017
Era domingo. Por la mañana. Muy temprano. Podría haber sido un día normal y rutinario pero, no. Era el día de las madres.
Había pasado gran parte de la noche encerrada en mi cuarto haciéndole un regalo a mi madre y mi abuela. Por desgracia me quedé dormida sobre la alfombra sin terminarlos, así que me reincorporé rápidamente para terminarlos y ponerlos en sus sobres. Terminé el de mamá; era un dibujo de nosotros: Elián; mi hermanito recién nacido, ella, papá y yo. Acompañado de una flor que me había traído mi abuelo a escondidas para que ninguna de las mujeres se enterará de mi sorpresa. Terminé el de mi abuela y repetí el proceso solo que en su sobre había una carta, una flor y una fotografía de ella, mi abuelo y yo cuando era bebé, por supuesto también había recibido ayuda de mi abuelo para eso.
Iríamos a la casa de mis abuelos a almorzar y luego ellos vendrían a cenar con nosotros. Necesitaba tomar una ducha así que fui silenciosamente al cuarto de baño, me duche y vestí rápidamente; guardando ambos sobres en unos de los bolsillos de mi campera, no había podido dejar de abrirlos y ver si faltaba algo más, sobre todo en la carta para mí abuela; ella significaba mucho para mí. Mis padres aún dormían, por lo que aproveché a hacer el desayuno y una leche para Elián; preparé una gran bandeja con galletitas, dos tazas de café, facturas y para decorarlo, puse la flor que me había dado mi abuelo en un frasco con agua en el centro de todo, también estaba la mamadera de Elián que no era muy estética, pero era necesaria y una vez terminado, caminé cuidadosamente al cuarto, abrí la puerta y me acerqué a la cama de mis padres. Toqué suavemente el hombro de mi mamá y ella abrió los ojos casi al momento. Como si ella supiera y esperará lo que estaba por pasar.
—Feliz día, mamá —hable bajito, regalándole una amplia sonrisa. Ella se sentó en la cama, sonriendo levemente—. Te hice esto.
—Buen día, mi vida. A ver qué me hiciste, corazón —dijo bajito. Elián y mi padre dormían. Su rostro tenía una gran sonrisa y brillo, no podía creer que yo había logrado aquello.
Apoyé la bandeja en su regazo, tomé el sobre de mi bolsillo y lo extendí hacía ella; hizo un gesto con su cabeza para que me acercará y así lograr depositar un beso en una de mis mejillas. Por lo que me incliné hacía delante de manera entusiasta, mi corazón latía a gran velocidad; estaba feliz. Desgraciadamente, yo no nací para serlo y una vez más mi idiotez me lo demostraba. Al inclinarme hacía delante de forma bruta, perdí el equilibrio y para ayudarme, apoyé mis manos en la cama, haciendo que la bandeja, que solo estaba firme por estar sobre mi madre, se desequilibrará y cayera todo sobre la cama y suelo e hiciera un gran estruendo en el cuarto. Rápidamente escuché el llanto de Elián. Mi padre abrió los ojos por un momento, pero solo se dio la vuelta en la cama y nos ignoró. Mi madre se puso de pie rápidamente, empujándome sin cuidado alguno. Por suerte no caí y me quedé clavada a los pies de la cama. Su rostro demostraba lo enojada que estaba. Y yo era quien había provocado eso.
—¿¡Pero qué haces!? Pendeja tarada.
Ella se acercó a la cuna de Elián y lo tomó en brazos. Se acercó a mí, liberó una de sus manos y golpeó mi cabeza. Me lo merecía.
—Yo... lo siento —respondí tímidamente a la vez que mis ojos se cristalizaron.
—Mocosa inservible, ya me haces empezar el día para la mierda, Melisa. Me tenés harta.
Ella llevó a Elián bruscamente sobre mi pecho y por suerte lo pude sostener antes de que lo soltará.
—Pero, mamá...
—¡Mamá las pelotas! —gritó mientras caminaba hacía el ropero y sacaba algunas prendas.
Abracé a Elián fuerte, tanto como lo estaba siendo su llanto.
—Bueno, mamá, lo siento. Dormí un poco más si querés.
—Ya me quitaste el sueño... la vida, todo me quitaste —pauso—. Voy a ducharme —Volvió hacía nosotros—. Y está porquería —Dejó su ropa sobre el pie de la cama y tomó el sobre; el cual ni se gastó en abrir y lo partió en dos... tres, cuatro... muchos trozos—. Esas porquerías de dibujitos, porque seguro es alguna mierda de esas porque es para lo único que te da la cabeza —soltó en tono de burla—, no me gustan, menos viniendo de vos. —Me señaló con uno de sus dedos índices— ¿Y esto? —Sin cuidado alguno sacó el otro sobre del bolsillo de mi campera. No pude impedirlo estando con mi hermano en brazos.
—Es para la abuela. ¡Deja! —grité desesperada. Las lágrimas que estaba aguantando comenzaron a fluir por mis mejillas.
—Mira lo que hago con el regalo para tu abuelita querida. —Lo partió en dos. Al igual que mi corazón cuando lo ví. Y lo tiró—. ¿Vas a llorar?¿Eh? ¿¡Vas a seguir jodiendo mi vida!? Tenés que aprender a comportarte porque las malas cosas que haces tienen un castigo, tontita. ¡Y que sea la última vez que me gritas! —Seguido de su última frase, sentí su palma izquierda golpear mi mejilla derecha.
Volvió a tomar su ropa y caminó rápidamente hacía el cuarto de baño, cerrando la puerta tras ella. Apreté mis labios y tragué el llanto que quería dejar salir. Respire profundo y me agache como pude a agarrar el sobre para mi abuela. Lo guarde en el bolsillo.
—Melisa, saca a ese niño de acá que no me deja dormir, dale —habló mi padre, mirándome sobre su hombro. Su ceño estaba fruncido.
—Si-si... Lo siento, papá.
Sorbí mi nariz y salí del cuarto, cerrando la puerta con cuidado. Ya no quería seguir arruinando días.
—No llores, Eli, ahora te hago otra la leche, ¿Sí? No llores, por favor. Siento haberte tirado tu mamadera antes.
Deje a Elián en el sofá cuidadosamente, bese su frente esperando que eso lo calme un poco, aunque no hizo efecto, él sólo lloraba más y eso hacía que entrara en desesperación. Volví a tomarlo en brazos y caminé a hacerle la leche nuevamente. Para ese momento mi rostro también estaba lleno de lágrimas y mi llanto hacía eco entre las paredes de la casa. Con una de mis manos sostenía fuerte a Elián y con la libre preparaba lo demás. Una vez todo listo, tome asiento en el sofá con él encima y lo ayude a que tome su leche.
Editado: 22.11.2024