02/11/2023
—¡No jodas! ¿Me ves cara de que voy a aguantar otra infidelidad? ¡Es la tercera vez en este maldito mes, Igor!
Abrí los ojos de golpe al escuchar a mi madre gritar, por un momento, lo había confundido con una pesadilla, que ilusa. Nada era peor que estar despierta en casa.
Me puse de pie e intenté caminar sin hacer ruido hacia la puerta de mi habitación, con intención de cerrarla y que mis hermanos: Irina; la menor de tan solo cuatro años y Elián; de seis años; no despertarán. Los tres dormíamos en la misma habitación. Mi habitación. Porque ellos tenían la suya compartida pero, los días en que mis padres discutían o... peleaban más "bruto", ellos dormían conmigo.
Fui de puntillas de pie hasta la puerta y miré por está antes de cerrarla pero, lo que vi me hizo cambiar de opinión. Miré una última vez a mis hermanos dormidos en mi cama y salí de la habitación, cerré la puerta detrás de mí y corrí hacia mis padres.
—¿Qué haces? ¡Vas a matarlo, mamá!
Mi madre había tirado un plato de cerámica en la cara de mi padre y él se había caído.
—Que raro vos del lado de tu padre, Ariadna, ¿No sabes lo que me hizo?
Me dejé caer en el suelo, al lado de mi padre y tomé su rostro entre mis manos.
—No cierres los ojos, papá, ¿Te podes levantar?
—¿Qué no me escuchaste? Me fue infiel otra vez el idiota este —soltó mi madre, acercándose a nosotros—. Lo sabías, ¿Verdad? Puta enferma y cómplice de esta basura, ¡Basura igual que vos!
Ni siquiera me dio tiempo a reaccionar cuando sentí sus dedos enredándose en mis cabellos y tirando de ellos, haciendo mi cabeza hacia atrás. No era la primera vez que lo hacía y sabía perfectamente que no sería la última mientras siguiera viviendo allí y, con diecisiete años, no era fácil escapar.
—Déjame, mamá. Has tomado, no sabes qué estás haciendo... —Intenté parecer calmada al hablarle, aunque eso no sirvió—. ¡Déjame, mamá! Vas a despertar a mis hermanos.
—¿Me estás llamando borracha? Niña estúpida.
Comenzó a arrastrar mi cuerpo desde mis cabellos hacia la puerta de la casa; había perdido la cuenta de las veces que hizo eso, lo hacía parecer fácil y normal el arrastrarme por la sala o quizás era porque mi anatomía era demasiado pequeña y estaba bastante por debajo de mi peso "normal"; dolía como la mierda eso pero, no le demostraría aquello. Visualicé a mi padre aún tirado en el suelo de la sala e intenté sacarle las manos a mi madre, rasguñandola, cosa que la hizo enfadar aún más. Abrió la puerta y me tiró, haciéndome rodar por los tres escalones de la entrada.
—Llama... una ambulancia... —remarqué en un susurro, mi cabeza daba vueltas—, para papá.
—¡Y que ni se te ocurra volver, estúpida! —espetó.
Pude enfocar mi vista en ella antes de que cerrará la puerta de un portazo. Su ojo izquierdo estaba morado e hinchado, su labio inferior tenía algo de sangre seca y su ropa estaba manchada de cualquier tipo de bebidas, probablemente, alcohol de todo tipo. Recordé que la noche anterior habían salido ambos a un bar de la ciudad y ella no estaba así. Seguramente fue allí donde se desencadenó todo. De todos modos, no era la primera vez que ellos se golpeaban, ni que me golpeaban, ni me echaban de la casa; sin celular, sin mis medicamentos, sin dinero, sin las llaves de mi motocicleta y a medio amanecer.
Sacudí mi cabeza, con la intención de dejar de pensar en lo que había pasado. Necesitaba dos cosas: llamar una ambulancia y un lugar para descansar en lo que se hacía la hora de entrar al instituto. Me puse de pie y seguí el camino hasta la salida. Mis manos comenzaban a temblar y mis ojos a humedecerse; mordí mi labio inferior para tranquilizarme.
Solo sabía de un lugar donde ir, dejé de dudar tanto y les permití a mis pies que me guiaran. Finalmente llegué a la casa de Thomas. No sabía que éramos actualmente, hacía unos días que habíamos discutido y no nos habíamos mensajeado, aunque así solíamos ser. Discutíamos, nos alejábamos por semanas y en alguna de las carreras ilegales de motocicletas que participábamos, nos arreglábamos. No éramos pareja, ni amigos, nuestra relación era rara. No sabía cómo reaccionaría. Toqué el timbre, impaciente. No tardó en abrir.
—Sasha —murmuró al verme y frunció el ceño—, ¿Qué haces acá? Creí que no querrías volver a verme y que me odiarías por siempre y un montón de berretines más.
—Me olvidé las llaves de casa dentro y están todos durmiendo —mentí, sin mirarlo—, ¿Me dejas pasar?
—Pasa. —Se hizo a un lado, dejándome entrar. Su casa era bastante grande, su familia era dueña de una heladería del lugar y, al ser una ciudad chica, era una de las pocas que había; vivía con su padre, a quien no le caía muy bien que digamos. Parecía no haber nadie en la casa—. ¿Ya te agarraste a otro? Estás más sacudida que...
—¿Me prestas tu celular? —solté—. Por favor.
Él asintió extrañado, aunque me lo dio sin chistar. Lo miré, esperando que entendiera lo que quería, no tardó en hacerlo.
—Te espero en la habitación, Sasha.
Dicho eso, lo observé subir las escaleras. Marqué el número de la ambulancia y llamé; al menos me quedaba tranquila con que mi padre recibiría ayuda. Por más que él me tratará en ocasiones peor que mi mamá, no lo dejaría morir así. Corté la llamada, borré el registro y subí.
—Gracias —Le lancé el celular a la cama, donde estaba él—, ¿Estamos bien?
Se encogió de hombros y por dentro rogué por una respuesta positiva.
—¿Has usado mi celular para llamar al otro? —habló, mirándome. Negué con la cabeza—. Entonces estamos bien, ven a la cama, me muero de sueño.
Agradecí hasta a las hadas por su respuesta. Me deje caer a su lado. No tardó en rodear mi cintura con sus brazos y acomodo su cuerpo sobre el mío.
—¿Tenes otro conjunto del Instituto, Thomas?
Su rostro, que estaba pegado a mi pecho, se alejó para mirarme.
—¿Segura que olvidaste las llaves? Es el segundo conjunto que me pedís.
Editado: 22.11.2024