05/11
Abrí mis ojos lentamente y los volví a cerrar por la luz fuerte del cuarto. Estaba en una habitación de hospital. Levanté mis brazos.
—Mierda...
Sentía un dolor inmenso en todo mi cuerpo. Deje caer mis brazos nuevamente y suspiré. Visualice la habitación. Paredes blancas; un sillón beige; una puerta blanca, que tenía un cartel de: "baño" y por último una ventana. No era la primera vez que despertaba en un hospital sin nadie y está no sería la excepción.
La puerta se abrió. Una enfermera.
—Hola, señorita...Vól-Vól...
—Moretti.
—Oh, sí —vocalizo, avergonzada—, ¿Recién despierta?
—Supongo, ¿Cuánto hace que estoy acá?
—Hace dos días, tuvo un accidente en un circuito ilegal —Hablaba mientras se acercaba a mí y leía algo en una carpeta—, encontramos algunas de sus pertenencias.
En ese momento algo se iluminó en mi cabeza.
—¿Mi moto?
—Fue secuestrada, ¿No tiene algún familiar para llamar? Registramos varios cortes en su cuerpo que no tienen que ver con el accidente y es menor de edad.
Me senté en la cama, ignorándola y comencé a sacar todo el cablerio que tenía encima.
—¡Señorita! —gritó, intentando que me detuviera— ¡Por favor, a la habitación "8"! —hablo por un pequeño auricular.
La empuje como pude e intenté salir de allí pero, me detuvo una señora, que no llegaba a los cuarenta años. Tomo mi rostro entre sus manos y me obligo a mirarla.
—Tranquila, corazón, ¿Si? Por favor, queremos ayudarte. Quiero ayudarte.
Me sentí extrañamente segura con ella. Mi respiración se regularizo y me deje caer al suelo sobre mis rodillas. No tenía fuerzas.
—Llamaré al doctor correspondiente, así la suben a la cama —comentó la enfermera.
—No, tranquila, yo lo hago. Ve a tu puesto.
—Gracias, doctora Rodríguez.
Y dicho eso salió del cuarto, pasando a un lado de nosotras. Mi cabeza no dejaba de dar vueltas. No recordaba cómo había caído, nunca antes me había pasado.
—Te ayudaré a ir a la cama, ¿Si? —Pasó uno de sus brazos por debajo del mío y me ayudó a ponerme de pie. Caminamos hasta la cama—. ¿Cómo te llamas?
Subí a la cama y me recosté, mirándola. Tenía una mirada dulce.
—Ariadna Moretti.
—¿Así figura en tu identificación, cariño?
—Ariadna Melisa Moretti Vólkova.
—Uy, ruso y italiano, ¿No? Con esa descendencia no me sorprende lo linda que eres —señaló, amable. Comenzó a colocarme todo lo que había arrancado.
Observe el techo, cansada y a la vez triste. No fui capaz de contener mis lágrimas. La doctora lo notó pero, no dijo nada al respecto. Sorbí mi nariz cuando la vi alejarse un poco.
—Gracias... doctora.
—No hay de qué, cariño. —Acarició un poco mis cabellos—. ¿No tienes a quién llamar?
—No... —Desvíe la mirada.
—Me cancelaron unos turnos y estoy aburrida, ¿Te molesta si me quedo? —Negué con la cabeza—. Genial.
Fue hasta el sillón y lo arrastró hacía a un lado de la cama. Nos quedamos unos minutos en silencio y fue ella quien lo rompió. Me sentí segura hablando con ella. Su nombre era Matilda Rodríguez; ojos azul eléctrico; cabello negro azabache; tez morena; una hermosa sonrisa y una gran habilidad para hacer sentir segura a la gente. Era muy sociable y charlatana. Su área era psiquiatría y con su corta edad, treinta y ocho, para ser psiquiatra muchos de sus colegas estaban en su contra. Hablo mucho sobre ella y finalmente, cuestionó pequeñas cosas sobre mí.
—¿Y de quién es el número que me diste, cariño?
—De mi mamá.
—Bien, nos vemos en un ratito si es que no te has ido para ese entonces.
—Bueno.
—Adiós y, me encantan tus ojos. No he podido dejar de admirarlos.
Se puso de pie y salió del cuarto, no sin antes regalarme una cálida sonrisa.
Jamás había recibido comentarios buenos sobre mí, claro, sacando los de mi abuela o los babosos, incluido Thomas, que decían: "estás demasiado buena", "tu cuerpo se ve mejor sin ropa" y un sin fin de comentarios que me habían creado asco sobre mi cuerpo.
Mis ojos nunca me los habían destacado y yo siempre los odie por mi maldita heterocromía, la cual me diagnosticaron a los seis años por una lesión ocular. Mi iris, del ojo izquierdo, había perdido su color, ahora era blanco y mi ojo derecho seguía con su color verde de nacimiento. El comentario de la doctora Rodríguez me había dejado pensando. Perdí la noción del tiempo cuando me quedé dormida.
🧩🧩🧩
—¡Es mi hija! ¿Cómo no voy a poder pasar?
Abrí los ojos sorpresivamente al reconocer la voz de mi madre entre mis sueños. Una voz varonil le dio el permiso de entrar y así lo hizo. Por más que yo haya dado su número, no esperaba que viniera.
—¡Tesoro mío! —exclamó, acercándose a mi—. ¿Cómo es que recién me avisan? Moría de preocupación en casa por vos, mi vida.
Sus manos se posaron, delicadamente, sobre cada una de mis mejillas y deposito un beso en mi frente.
—Acabo de despertar, es por eso.
—Sí, amor mío, lo sé. —Se dejó caer en el sillón que dejó la doctora allí, a mi lado—. No te das una idea de lo locos que nos estábamos volviendo con tu padre en casa.
—Ah... ¿Está en casa de nuevo?
—Sí, vida. Sabes que podrán pasar otras personas por su vida pero, solo por una noche. El amor que nos tenemos es más fuerte que todo eso.
Suspiré, mirándola fijo. Parecía estar sobria, incluso se había peinado.
—¿Y los chicos?
—Les he dicho que venía a buscarte para que vuelvas a casa y quedaron super felices con tu papá.
—Bien.
—Sabes que uno de los motivos por los que volvimos con Igor es por ustedes, ¿Verdad? Son lo más importante para nosotros y ambos soñamos con que tus hermanos crezcan como vos; con una familia unida.
Desvíe la mirada. «crezcan como vos», »familia unida«, repetí en mi mente. No tenía las suficientes energías para discutir así que, preferí callar.
Editado: 22.11.2024