10/10
Respire profundo antes de abrir los ojos. Allí estaban nuevamente esas luces blancas a tono con todo lo de la habitación; nuevamente en el hospital. Sola.
Lo bueno era que podía respirar. Lo malo era que había sobrevivido.
—Oh, hola, Ari cariño, permiso —anunció alguien desde la puerta—,soy Matilda, ¿Te acordas de mí?
Tenía un tubo en mi boca que me impedía hablar así que, solo asentí. Ella se posicionó a un lado de mí.
—Me...
—No hables, cariño. Sé que no puedes. —Una de sus manos tomó la mía—. ¿Hace mucho despertaste? —cuestiono y negué—. Bien, haremos algo. No llamaré a tu madre aún —Agradecí internamente—, pediré que te saquen algunas cosas y hablaremos en mi oficina, ¿Quieres?
Asentí con la cabeza. Tan rápido como lo hice, me dedico una última mirada, que no supe descifrar y salió de la habitación. Cerré mis ojos nuevamente, estaba muy cansada.
🧩🧩🧩
—Ariadna, cariño, ¿Estás dormida?
Reconocí la voz de Matilda de entre mis sueños. Abrí los ojos lentamente.
—Hola.
—Hola, cariño, ¿Crees que podremos hablar ahora o...?
—Sí.
—Bien, te contaré un par de cosas que pasaron desde que te ingresaron.
Asentí. Ella fue a buscar el sillón. Curiosamente, estaba en la misma habitación de la otra vez.
—¿Cuánto hace que...? —Intenté hablar pero, mi garganta ardió.
—No hables, cariño —sugirió—. Viniste hoy por la mañana, tus padres te encontraron desmayada justo en la puerta de casa, tuviste suerte.
Mis ojos se humedecieron.
—Supongo...
—Te hicieron un lavado estomacal... —informó, mirándome fijo—, parece que sufriste una sobredosis, aunque estuve leyendo tu historial y... ¿Vos sabes que... tenes...?
—Bipo...lar —vocalice como pude—, ansi...
—Bien, lo sabes, eso me deja más tranquila. —Suspiro—. ¿Y tus medicamentos? ¿Hace cuánto no los tomas?
—Unas... semanas...
—No podes dejarlos, Ariadna. No es cualquier cosa lo que tenés, es bipolaridad del dos, depresión, como tres tipos de ansiedades. No es cualquier cosa esto.
—Lo sé.
—¿Y por qué lo haces?
Parpadeé varias veces. Jamás alguien se había tomado el trabajo de fijarse en mi salud, quitando a mis abuelos. Quise contarle la verdad pero...
—No lo sé... —murmuré, desviando la mirada al techo.
—Quiero ayudarte.
La primera lágrima.
—No... nadie quiere hacerlo... —Quise sonar firme pero, mi voz salió entrecortada—. Nadie usaría su tiempo en mí.
Lleve mi mano libre, la izquierda, a mi rostro, limpiando con brusquedad mis lágrimas.
—Todos quieren ayudar, Ari.
Negué con la cabeza.
—No.
Me abrazo. Matilda me abraza. A mí. A Ariadna.
»Seguro que le das lástima, si solo mírate, das pena, Ariadna«.
Me quedé inmóvil, realmente no sabía cómo reaccionar. Jamás me había abrazado una persona ajena. No creí que me sentiría tan cálida allí. Odiaba mi mente, no era capaz de dejarme disfrutar del momento, mi corazón dolió cuando, por un momento, desee que así se sintieran los abrazos de mi madre.
—Matilda.
Ella se alejó, volviendo al sillón individual.
—¿Prometes que mis padres no se enterarán?
—Haré lo posible.
—No, así no. Si ellos se enteran...
—¿Qué?
Tragué saliva, negando con la cabeza.
—Solo... no quiero.
Nos miramos fijamente por unos segundos. Desgraciadamente, lo bueno jamás dura.
—¡Hola, amor de la mami! ¿Cómo estás? —interrumpió mi madre. Matilda se puso de pie y Perla aprovechó el espacio para abrazarme.
—Me lástimas, mamá. Sal.
—Las dejo solas —dijo Matilda.
»No, por favor...«
—Ni siquiera tendría que estar acá —espetó mi madre. Matilda prefirió marcharse en silencio.
—No le hables así...
—No tenés derecho a hablar, Ariadna, nos estás metiendo en problemas con la policía con tus dramitas. —Su mirada se clavó en mí—. Crece... madura de una vez. Si volvés a caer acá, no voy a venir a buscarte.
Chasquee la lengua.
—Ayúdame a retirar mi moto que está secuestrada y prometo no... volver acá.
—Bien. Ya firme para que te dejen salir sola cuando te den el alta y avise que no vamos a poder venir a buscarte —divago.
—¿Por?
—Con tu padre nos vamos.
—¿Y los chicos?
—Te darán de alta mañana o hoy, anda para allá porque ellos van a estar esperándote.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Apreté mis puños.
—No pueden dejarlos solos.
—Los dejamos con vos. No los dejes solos.
—¿Cuándo vuelven?
—En unos días.
Sus respuestas tan automáticas comenzaban a molestarme.
—Esperen que salga de-
—Ya, cállate, Ariadna, me cansas. Me aburrís, nena —gruñó—. Déjate de joder, no porque vos seas una infeliz todos lo debemos ser. —Me apunto con uno de sus índices—. Que nadie te quiera no significa que a los demás no y, con tu padre, nos amamos así que nos tomaremos unos días de descanso. Nos lo merecemos.
—¿De qué mierda se van a tomar descanso? ¿De beber? Porque es lo único que hacen. —Me senté en la cama y saqué todo lo que tenía conectado de un tirón—. Los denunciaré. Mostraré mi historial. Llevaré a los chicos a que declaren. Mostraré todo lo que nos hacen o... quédense hasta que salga y me sacas la moto.
Me puse de pie. Todo mi cuerpo temblaba.
—¿Me... estás amenazando? ¿Escuche bien? —Estábamos frente a frente—. Bien, tendrás tu porquería esperándote afuera cuando salgas y vamos a esperarte hasta hoy a la noche y...
—¿Y qué, mamá?
Di un paso al frente, mirándola a los ojos. Ella tragó saliva.
—Dejare que tu padre haga lo que quiera con tu miserable vida, Melisa.
—Como siempre.
Noté su enojo pero, yo también lo tenía. Podrían hacer lo que quisieran conmigo pero, jamás con mis hermanos.
—Siento interrumpir...
Ambas giramos hacía la voz de la puerta. Una enfermera. La mirada de Perla se suavizó.
Editado: 22.11.2024