En el principio, en alguna otra vida…
El sonido de su voz llamando mi nombre era la única prueba de magia que necesitaba. Saber que sería lo primero que escucharía al despertar durante el resto de mi vida me hacía demasiado feliz, tanto que no podía ser normal. Ella era el eje central de mi mundo, el sol, el astro frente al cual giraban en órbita los planetas. No podía describirla de otra forma, era la gravedad que me mantenía en pie, y los sueños que me hacían volar.
Kessley lucía radiante. Era como si las estrellas brillasen en su rostro, opacando todo a su alrededor. Estaba de pie, esperándome, enfundada en aquel precioso vestido que se amoldaba de forma perfecta a su cuerpo. Los pequeños diamantes que lo decoraban parecían pequeños guiños cómplices hacia mí. Su sonrisa resplandeciente era un fiel reflejo de la mía, y sus ojos brillaban por culpa de las lágrimas que contenía. Lucía hermosa.
Con un movimiento de cabeza, una de las personas del séquito hizo que la música comenzara a sonar. No provenía de ningún lugar en específico, pero se sentía por todas partes. Kessley lo tomó como su señal para avanzar.
Le guiñé un ojo a medida que se acercaba a mí. Su brazo descansaba sobre el de su padre y parecía ser lo único que lograba mantenerla erguida. Su sonrisa se volvió tímida y escondió su rostro tras el velo que la cubría. El lugar estaba repleto de gente, principalmente de su familia puesto que la mía no podría compararse en tamaño a la suya. Después de todo, la familia de Kessley era la familia real, debía contar con suficientes herederos que pudieran gobernar las constelaciones durante su primera vida. Eso decían nuestros libros de historia y nuestros cuentos ancestrales, en eso creíamos ciegamente.
Se suponía que todos los miembros de la familia real encontrarían el amor verdadero en su primera vida, vivirían en alguna de las constelaciones que conformaban el reino y gozarían de su magia con plenitud. Nada podría espantarlos, nada los preocuparía. Serían poderosos, podrían esperarlo todo. Y serían felices hasta morir, para prepararse para su segunda vida en el mundo humano donde al despertar, deberían mezclarse con ellos, ser uno de ellos. Solamente habría una diferencia cuando despertaran: ya no tendrían poderes mágicos. No recordarían nada del poder que había corrido por sus venas y los había hecho felices. Pero volverían a encontrarse con el amor de su vida en el momento correcto. Para nuestros ancianos, parecía una recompensa justa.
Sin embargo, durante generaciones esto no fue suficiente para muchos miembros de la familia real, quienes deseaban conservar el poder más allá del tiempo. El problema era, que no se podía tener todo, ni complacer a todos, así que los astros, después de ver el caos que esto provocaba, concedieron un cambio en las reglas. Los miembros de la familia real siempre encontrarían a su amor verdadero antes de la edad adulta, era una bendición que las estrellas no estaban dispuestas a revocar. Pero, para poder encontrarse con él o ella durante su segunda vida, sería necesario tomarse de las manos antes de morir. Si no sujetabas con fuerza la mano de tu amante mientras moría, demostrándole que estabas allí, aún con la muerte separándolos, estabas allí contra la adversidad, entonces no tendrías derecho a encontrarlo en tu segunda vida, porque no habías demostrado que tu amor era más fuerte que cualquier otra cosa. Sin embargo, a cambio, conservarías tus poderes en el mundo mortal, incluso serías más poderoso dada la clara desventaja que tenían aquellos seres tan simples en comparación. Ese parecía un trato justo.
Pero, cuando tomé la mano de Kessley y escuché a su papá desearnos lo mejor, me di cuenta que esa ni siquiera era una opción para mí. Podría ser un trato justo… pero yo no lo quería. Y, cuando vi directamente a sus ojos y estos brillaron, supe que ella tampoco. Estaríamos juntos hasta el final de nuestra vida, y durante el comienzo de lo que sea que viniera después.
Era una promesa.
Cuando la ceremonia acabó, aparté con delicadeza su velo y acaricié su rostro. Ella contuvo la respiración, y al exhalar pronunció aquellas palabras que me hacían sentir más liviano, listo para flotar y perderme en el sonido de su voz.
—Te amo Alessey. En esta y en todas las vidas. Te amaré siempre.
No contesté a eso con palabras, en cambio, me incliné y acaricié mis labios con los suyos. Un suave roce, igual de delicado que el aleteo de una mariposa. Me acerqué a su oído y susurré las palabras más sinceras que le había dicho jamás.
—Te amaré hasta que mueran todas las estrellas, Kessley. En esta y todas las vidas. Siempre.
Sus brazos pronto estuvieron alrededor de mi cintura, sujetándome con fuerza. Aferrándose a mí con el más anhelante de los abrazos. La rodeé con ternura y le permití a mi pecho ser el hogar donde descansaba el latido de su corazón, tan frenético que casi chocaba con el mío.