No, ella no podía ser Kess. De ninguna manera.
Altair había escuchado cientos de veces historias sobre Kess, la mejor amiga de su hermana adoptiva Zöe, de cuando estuvo en el orfanato todos esos años atrás. Habían crecido juntas, como hermanas, hasta los ocho años cuando alguien había adoptado a Kess y se habían separado y perdido cualquier clase de contacto. De todos modos, Zöe nunca la había olvidado, de hecho el tiempo pasaba y su hermana se encargaba de recordar más y más a su amiga, como si le asustara perder su recuerdo y tuviese que mantenerlo vivo en voz alta, y compartiéndolo con él para que lo recordara cuando ella ya no pudiese hacerlo. Zöe la había descrito tantas veces que en ocasiones Altair fantaseaba un poco con ella, cómo se vería ahora, qué sería de aquella chica que había sido tan importante para su hermana. Incluso de niño empezó a dibujarla y... no, no. No podía ser ella. La Kess de Zöe era una niña dulce, frágil y asustadiza, ella solía contarle historias sobre cómo tenía que defenderla de las niñas que querían abusar de ella porque siempre fue más pequeña y tímida que el resto. La Kess callada y temerosa no podía ser la Vega que siempre tenía una respuesta para él, ambas versiones no cabían en su cabeza bajo el mismo rostro... ¿o sí? Trató de no pensar en eso. Hacía años que había dejado de pensar en eso.
Miró a Vega y notó lo feliz que estaba de ver a Zöe, ella no podía contener su sonrisa. Incluso se le escapaban risitas de vez en cuando mientras su hermana la abrazaba. Jamás había visto a Vega sonreír de esa forma, estaba casi seguro de ello. Tampoco actuar... así. Siempre estaba seria, demasiado enfocada como para distraerse con los alrededores. Ahora parecía ligera, relajada, lucía como una niña emocionada.
—¡Casi no te reconozco! —le dijo Zöe entre risas mientras la separaba un poco de ella para observarla mejor—. Mírate, toda classy e imponente, sin aquellos lentes enormes y parándote erguida —Vega se rio, pero era un sonido estrangulado, como si tuviese un nudo en la garganta—. Oh, pero no podría confundir esos ojazos en ninguna parte, divinos como siempre —Zöe le guiñó un ojo y Altair notó que Vega se sonrojaba terriblemente ante el comentario. ¿Desde cuándo Vega se sonrojaba? La había visto recibir cumplidos cientos de veces, la gracia y seguridad con que los aceptaba. Verla ruborizarse y apartar la vista porque alguien le dijera que tenía ojos bonitos era muy nuevo para él.
Zöe había descrito sus ojos azules cientos de veces. Pero la versión que habitaba en la mente de Altair a veces iba más allá. Recordaba los colores exactos que tenía que mezclar para obtener el tono perfecto que se aparecía cuando él cerraba sus ojos para visualizarlos. Aquel azul cristalino, tan claro y vívido que Altair pensaba en el cielo despejado de la mañana. El mismo cielo donde alguna vez aparecerían estrellas. Las pestañas negras, largas, abundantes y lacias, que no se curvaban y le daban un aspecto melancólico a sus ojos. No podía ser Vega. Vega no era, no podía ser Kess, la vida tenía una extraña forma de gastarte bromas con sus coincidencias. Recordó haber pensado eso mismo cuando la conoció y vio sus ojos y supo que aquella chica jamás podría ser como el personaje al que se había aferrado de niño. De pronto se sintió enfermo.
—Está bien, es suficiente —dijo aturdido—. ¿Kess? ¿Orfanato? Allá dentro dijiste que tu madre había muerto hace un par de años.
—Mi madre adoptiva, sí —confirmó Vega y él tuvo que cerrar los ojos ante el repentino deseo de golpearse a sí mismo al recordar las palabras que le habia dicho: "Seguro nadie te quiso de niña". ¿Cómo podía haber sido tan cruel sin saberlo? Sabía que no se había imaginado la reacción fugaz de Vega cuando las dijo. Recordaba a su propia hermana, a Zöe, llorar por las noches y aferrarse a su mamá suplicando que no la dejaran sola, diciendo que se portaría bien, que sería una niña buena, que no soportaría si alguien más la dejaba. Él se acurrucaba al lado de ambas y la abrazaba, mientras su madre corría su mano por el cabello rizado y rebelde de su hermana y le susurraba palabras tranquilizantes y cálidas. No quería pensar en Vega de esa forma. No se lo merecía, esta era la misma chica que todo el tiempo lo miraba con desprecio sin razón aparente, la que era grosera y cruel con sus palabras.
Zöe ahogó un grito y se cubrió la boca con las manos.
—Lo siento mucho Kess —Su expresión se tornó muy triste de pronto, como si pudiese sentir el dolor de su amiga—. Recuerdo cuando llegó por ti, aquella señora tan intimidante y con cara de disgusto.
Vega sonrió, seguramente recordando. Tenía lágrimas contenidas en los ojos y Altair tuvo que apartar la vista.
—Le dijiste a la hermana Annie que no podías permitir que me llevara. Que no importaba lo bonita que fuese, para ti era una bruja y no me trataría bien.
—Quería protegerte —la voz de Zöe era apenas un susurro—. Pensaba que no te cuidaría.
—Pero lo hizo. Muy a su manera, pero me enseñó muchas cosas. Le debo todo lo que soy y siempre estaré agradecida —y ahí estaban. Más sentimientos que jamás habría asociado a la robótica Vega. La melancolía en su voz, la añoranza. Y peor, porque Altair se preguntaba cómo sería sentir eso por un padre. Jamás podría hablar así del suyo. Y sentía un poco de envidia por ello.