Mientras las estrellas te hablen de mí

I

Ver a los ojos a Kessley era como mirar más allá de un espejo que reflejaba el futuro que anhelaba tener. Cuando me sonreía, estos brillaban y cualquier cosa que opacaba mi vida parecía una nimiedad.

 

Era tan fácil perderse observándola que no me di cuenta el momento exacto en el que dijeron mi nombre. Ella me hacía señas desde el lugar donde se encontraba, animándome a despertar de mi trance, cuando lo hice, se rio y negó con la cabeza mientras aplaudía al unísono con el resto. Era mi turno para subir a la tarima donde se realizaba la audiencia de petición de mano. Era una tradición que provenía desde el inicio de los tiempos. Las hijas del astro mayor de nuestro pueblo, las princesas que gobernaban estrellas y constelaciones enteras, debían ser pedidas en matrimonio frente a todo el pueblo, en el salón del palacio real que se encontraba suspendido en la cuarta nube del amanecer. Era la ubicación perfecta porque así como los sentimientos cambiaban, lo hacían también las nubes, por eso el palacio del amor se encontraba suspendido en una.

 

Había estado enamorado de Kessley toda mi vida, así que siempre supe que me encontraría aquí, frente a tantas personas a punto de hincarme de rodillas y profesar mi amor, exactamente el día en que cumpliese veinte vueltas al sol. Lo que nunca imaginé fue que me vería obligado a enfrentarme en batalla porque no solo yo deseaba su mano. Izarian, mi hermano, también.

 

Era muy raro crecer junto a un miembro de la familia real, pero mi madre era la nana de Kessley desde que había nacido. El rey disponía de una para cada una de sus hijas y se le permitía quedarse y vivir en el palacio. Las nanas no podían tener hijos pero cuando mi mamá fue elegida ya nos tenía a Izarian y a mí, éramos tan solo unos niños que apenas habían dado una vuelta al sol. El rey permitió que fuésemos la excepción así que crecimos allí, aprendiendo el oficio de dibujante de constelaciones e iluminadores de estrellas. A Kessley no solíamos verla casi nunca, hasta que cumplimos catorce vueltas y se nos permitió estudiar a su lado. Mi madre todas las noches al llegar a nuestros aposentos después de haberla ayudado a dormir, nos contaba historias sobre ella, así que siempre tuve curiosidad de conocerla. La primera vez que la vi sentí que el mundo había cambiado la dirección en la que daba vueltas. Era preciosa, pero no solo eso, transmitía una sensación cálida e inocente, con esos ojos puros y risueños y esa aura juguetona. Rebosaba vida y derrochaba luz. Jamás me había sentido tan impactado por otro ser estelar como lo había hecho con ella.

 

Nos habíamos hecho amigos de inmediato. La seguía a todas partes fascinado por todo lo que sabía, por la visión que tenía del mundo y por su talento. Me la pasaba horas escuchándola sin aburrirme o sentir el paso del tiempo. Su trabajo en la constelación que le había sido asignada era muy interesante, ella sería responsable del amor romántico de todos los seres que fuesen capaces de sentirlo. Ella se encargaría de hacer las conexiones y propiciar el ambiente. Ella sería la estrella brillante que los enamorados verían y cerrarían los ojos para pedir un deseo. Y ella estaba tan emocionada por ello que su alegría era contagiosa.

 

—Algún día, Alessey —me decía mientras recostaba su cabeza en mi hombro—, tú y yo lo haremos juntos.

 

Era imposible que yo pudiese hacer una tarea como aquella, especialmente cuando no era miembro de la realeza. Pero el corazón no me daba para sacarla de su error.

 

—Algún día —repetía yo.

 

Pero a medida que fuimos creciendo, mis sentimientos fueron evolucionado y entendí que si quería estar a su lado siempre, debía pedir su mano. Se lo dije a mi madre y estaba pletórica ante la idea. No así mi hermano, que siempre se había caracterizado por ser callado y distante. Explotó de tal forma que ninguno de nosotros podía reconocerlo.

 

—¡No! —rugió en el momento en que mis deseos abandonaron mi boca—. No puedes ocupar mi puesto.

 

No entendía a qué se refería. Él no quería a Kessley de la forma en la que yo lo hacía, lo sabía. Siempre había estado claro. Cuando éramos más pequeños, cuando recién comenzamos a pasar tiempo con ella, a veces pensaba que quizás ella lo elegiría a él, era el más talentoso de los dos y el más interesante también. Si no fuese por su personalidad hostil probablemente el resto de las chicas estarían peleándose por él. Pero mis dudas fueron disipadas casi de inmediato porque Kessley siempre me repetía que su corazón me pertenecía y la conexión que teníamos era especial.

 

—Si realmente me amas, hermano —me dijo con tono serio—, dejaras que esa corona me pertenezca.

 

Y dicho eso se fue hecho una furia. Quería decirle que a mí la corona me importaba poco, todo lo que yo quería era a Kessley y la vida que podríamos tener estando uno junto al otro. No quería que mi amor por él fuese puesto en duda pero tampoco quería perder a mi amada.

 

Cuando se lo conté a Kessley ella sugirió que debíamos huir.

 

—Podremos estar juntos en cualquier otra parte. Si nos vamos ahora, no habrá corona que pelear —lo decía con toda la convicción del mundo. Dispuesta a dejarlo todo por mí. Pero la idea era inconcebible, ¿cómo iba a dejar que abandonara sus sueños? Ella deseaba con toda su alma ser la estrella del amor, ser miembro de la constelación de los amantes, y solo podía serlo si era reina. Sí, podía elegir la opción egoísta, aceptar que lo dejara todo y huyese conmigo, pero en algunas vueltas al sol más, ella extrañaría aquello que anhelaba y no pudo tener. Y por mucho que pareciera una decisión indiscutible, yo sabía que lo hacía tan solo para darme paz a mí. No podía permitirlo.




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