Mientras las estrellas te hablen de mí

Capítulo 9

Altair entró a su casa. Aquella gran casa sin alma y sin vida. Siempre había detestado estar allí porque era demasiado amplia y la mayor parte del tiempo la ocupaba solamente él. Su padre casi nunca salía de la oficina, su madre y su hermana siempre estaban de viaje. Era muy fácil sentirse solo en un lugar tan grande. A veces deseaba irse sin ver atrás, empezar de cero y sin que su padre le impusiera sus ideas y deseos. Pero era demasiado cobarde y no debía engañarse, lo más probable era que Liam Moretti se encargase de cerrarle todas las puertas antes de que tuviera la oportunidad de intentarlo fuera. Ojalá pudiese tener más valor, ojalá...

 

Escuchó las risas de Zöe y Vega, que provenían del cuarto de Zöe. Seguro ya se habían contentado. Le daba mucha paz saber que su hermana estaba feliz. Ella no lo decía a menudo, pero él notaba la tristeza en sus ojos cada vez que se acordaba de su amiga de la infancia. Y pensar que había sido Vega todo este tiempo. De haberlo sabido antes las habría reunido en cuanto hubiese tenido la oportunidad.

 

Subió las escaleras hasta su habitación y Orión corrió a recibirlo. Siempre se emocionaba cuando lo veía y corría de un lado a otro entre sus piernas, moviendo la cola sin cesar. Altair lo había adoptado casi seis años atrás y desde entonces su compañía había sido invaluable. Volvía loco a su padre, pero esta era una de las pocas cosas que Altair no había hecho solo para molestarlo. Realmente quería una mascota. El sonido de sus patitas siguiéndolo de arriba abajo por toda la casa, jugar con él y pasar tiempo. Ser responsable por algo. Quería tener compañía.

 

Se agachó junto a él para acariciarlo y entonces Orión se acomodó boca arriba para que él pudiese rascarle el estómago, le encantaba.

 

—¿Cómo estás amigo? —le dijo en esa vocecita que a Orión tanto le gustaba. Él seguía moviendo la cola y sacudiéndose—. ¿Me extrañaste? Porque yo sí. A que sí me extrañaste, a que sí.

 

Orión estaba tan entusiasmado que se subió sobre Tai y este se sentó para que estuviera más cómodo, mientras dejaba que lo lamiera y se reía. Cualquier corazón roto, cualquier situación estresante o confusa, quedaba fuera cuando Orión decidía que quería jugar. De pronto, el perro se distrajo porque Zöe estaba en la puerta y ahora le movía la colita y le ladraba a manera de saludo. Eso sí, sin apartarse de Tai.

 

—Hola, precioso —le dijo ella—, ven aquí.

 

Altair estaba rascándole detrás de las orejas y él no parecía tener la menor intención de moverse y seguir a su hermana. Ella fingió sentirse ofendida y Tai no pudo hacer más que sonreír orgulloso. Le gustaba sentir que tenía el cariño de su mascota de esa forma tan leal.

 

—¿Pasa algo? —cuestionó, pensando en Vega—. ¿Están bien?

 

—Sí, no te preocupes —hizo un gesto de desinterés con la mano—. Voy a golpearla por no cuidar su salud pero ya pedí que le prepararan algo de comer y ahora está descansando.

 

—Qué bien —Tai no sabía qué más decir. Luego, viendo que Zöe seguía empecinada en ganarse la atención de Orión le preguntó—: ¿Qué se te ofrece con Orión, Zoey?

 

—Es que quiero presentárselo a Kess... digo, a Vega —notó lo que le costó corregirse a sí misma, seguramente Vega le había pedido que no la llamara así.

 

Altair instintivamente abrazó a su perrito y frunció el ceño.

 

—De ninguna manera.

 

Zöe hizo un puchero y lucía como si quisiera empezar a patalear.

 

—¿Por qué no, Tai? Estoy segura de que la amara. Además, Kess siempre ha adorado a los perros y con lo gentil que es Orión seguro se le levanta el ánimo más rápido. Por favor.

 

—No.

 

—Pero...

 

—No.

 

—¡No es justo! ¿Cuál es tu problema?

 

—Ah, no lo sé —dijo él abriendo mucho los ojos—. Puede ser tal vez que tu amiga me odia. ¿No te parece suficiente? Porque a mí sí.

 

—Sí, pero te odia a ti no al perro. —el chico estaba ofendido—. Vamos Tai, por mí —había sido una jugada sucia y ambos lo sabían. Altair no podía negarle nada a su hermana.

 

Pero antes de que pudiera aceptar a regañadientes, Orión se bajó de su regazo y corrió fuera de su habitación. Él se encogió de hombros ante la boca abierta de Zöe y le dedicó su mejor sonrisa inocente.

 

—Lo siento, parece que él no tiene ganas.

 

Ella lo miró mal y salió sin decir más, con dirección a su cuarto. Pero entonces, Altair notó horrorizado que su adorada mascota estaba entrando a la habitación de Zöe con demasiado entusiasmo. Se puso de pie de un salto y los siguió.




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