Mientras las estrellas te hablen de mí

Capítulo 10

Zöe y Vega comieron y se la pasaron horas poniéndose al día de la vida de la otra. Era como haber entrado en una máquina del tiempo y regresado años atrás a todas las noches donde se escabullían pasada la hora de dormir para compartir historias y hablar hasta que eran descubiertas. Por un segundo, Vega se atrevió a recordar aquella vida que tanto deseaba suprimir de su memoria, y no todo era tan malo porque Zöe había estado en cada uno de sus recuerdos. La había extrañado demasiado.

 

Cuando llegó la hora de irse, su amiga le dio un sermón largo sobre todo lo que debía hacer para cuidar mejor su salud. Vega la escuchó atentamente intentando disimular su risa. Esta era Zöe, siempre tan mandona y protectora.

 

—Sólo cuídate, ¿sí? —concluyó. Vega se acercó a ella y la abrazó.

 

—Lo haré.

 

—Es tarde y no traes auto —le dijo Zöe como si recién se le hubiese ocurrido—. Debería decirle a Altair que te lleve.

 

—¡No! —se apresuró a decirle ella. Todavía no soportaba la idea de ver a Altair a la cara después de desvanecerse frente a él. Seguro pensaría que era una chica llena de problemas, especularía sobre qué podría haberle pasado y llegaría a la peor conclusión posible. Pero, ¿por qué de pronto le interesaba su opinión? Ugh—. No hace falta molestarlo, yo puedo llamar un taxi.

 

—Pero... —comenzó a objetar Zöe.

 

—No es molestia —la interrumpió Altair y Vega dio un respingo ante la repentina aparición de su voz. No había escuchado que se acercaba y ahora estaba allí, recostado en el marco de la puerta con los brazos cruzados y viéndola con seriedad. Se había cambiado y traía puestos unos pantalones negros deportivos y una sudadera del mismo color. Traía la correa de Orión en una mano—. Después de todo, fui yo quien te trajo y Zöe tiene razón, es tarde. Además, me queda de camino porque estaba por llevar a Orión a su paseo nocturno.

 

Sonaba muy serio e indiferente pero la veía con intensidad, como si quisiera retarla a negarse. Ella estaba perpleja. Él alzó una ceja cuestionándola cuando ella no dijo nada más.

 

—¿Lo ves? —le dijo Zöe—. Me sentiré más segura si te vas con él.

 

—Me odia —susurró bajo su aliento y escuchó que Altair reía. Al parecer el que tenía el oído del demonio era él. Decidió ignorarlo—. De verdad que no importa.

 

—No seas ridícula, Vega. Anda —el tono de su amiga no dejaba lugar a las quejas, suspiró pesadamente y aceptó. 

 

Altair le hizo un gesto para que pasara ella primero y luego la siguió. Orión salió de la nada después de que el chico silbara y empezó a mover la colita emocionado. Él se agachó y le puso la correa e inmediatamente el perro empezó a caminar hacia el auto. Cuando decía que era su paseo habitual, lo decía en serio.

 

La noche era despejada y el cielo estaba bastante salpicado de estrellas. Normalmente no notaba esa clase de cosas pero era difícil no hacerlo ahora que pretendía evitar a toda costa hablar con Altair. Nunca había estado tanto tiempo sola con él, la perspectiva de un viaje en coche no era muy atractiva. No contaba el que habían hecho antes porque se había dormido casi de inmediato. Ojalá pudiese hacer la misma jugada ahora.

 

El aire que soplaba era frío y le ponía la piel de gallina. Vega estaba usando una camisa de seda que casi no la protegía del frío. Se estremeció.

 

—¿Tienes frío? —le preguntó Altair mientras sacaba las llaves de su coche.

 

—No —le contestó ella lo más tajante que pudo mientras se abrazaba a sí misma. Altair puso los ojos en blanco pero soltó una risa entre dientes.

 

—Bien —dijo sin más.

 

Orión se acercó a ella y empezó a restregarse en sus piernas de un lado a otro como si él también hubiese notado que tenía frío y quisiera darle un poco de calor. Ella sonrió y se agachó para recogerlo. Él inmediatamente comenzó a lamerle el rostro. Altair no dijo nada esta vez y Orión no dejaba de mover su cola.

 

—Eres el chico más lindo, ¿verdad? —le dijo ella mientras lo besaba.

 

—Lo soy —soltó Altair con voz aburrida. Después le abrió la puerta del copiloto.

 

—No estaba hablando contigo, idiota.

 

Él le sonrió, esa sonrisa descarada y desafiante a la que estaba acostumbrada. La expresión que estaba destinada a sacarla de quicio la vida entera.

 

—Lo sé, tonta —ella abrió mucho los ojos, pero no le dijo nada porque a fin de cuentas había sido ella la que había empezado—. Todavía no estás lista para confesarme tu admiración, eso también lo sé.




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