El día era precioso. El cielo estaba despejado, el clima ligeramente fresco. Altair adoraba esa clase de días para pasarse horas garabateando en su sketchbook y boceteando ideas. Tenía una maqueta que terminar, y ya tenía mucho del trabajo avanzado. Pero aún le faltaban un par de semanas para la fecha de entrega y ahora mismo todo lo que quería era desconectarse del mundo.
Aquella pesadilla aún estaba demasiado vívida en su memoria y temía que su inspiración lo llevara a dibujar algo tan atroz y horripilante. Estaba harto de sentir que aquella alma que podía o no pertenecer a la suya, había sufrido tanto y entregado y sacrificado tanto con tal de encontrar de nuevo a alguien que amaba. Era como si alguien estuviese escribiendo paso a paso la historia de su vida, y a cada palabra escrita le añadiera un poco más de dolor, un extra más de desdicha. Como si disfrutara muchísimo con su sufrimiento.
No podía dibujar a Kessley. Hacía más de cuatro años que no dibujaba a Kessley. Entonces decidió tomar un concepto totalmente diferente. Dibujaría a Alessey. Con un fondo de estrellas y con sus manos sanas y salvas, sosteniendo un pincel y desafiando cualquier maldición o crueldad. Porque ya estaba harto de sentirse derrotado y porque cuando decidió armar su portafolio y lanzarse a probar suerte, lo había hecho porque finalmente había sentido el llamado a ser feliz y hacer lo que quería y porque esta vez no estaba dispuesto a ignorarlo. Por eso había aceptado trabajar con Vega y por eso daría lo mejor de sí para ya no tener más miedo. Podía haber perdido al amor de su vida en una vida que ni siquiera estaba seguro de haber podido vivir, pero no iba a perder también lo que más le apasionaba en el mundo.
Se pasó horas perdido en medio de lienzos y pintura, ni siquiera sintió el pasar del tiempo. Su especialidad era la ilustración digital pero no había nada más relajante en el mundo para él que mancharse de pintura y perderse en la inspiración. Se quedó observando su obra finalizada unos segundos hasta que escuchó pasos subiendo a toda prisa las escaleras, seguidos de la risa de Zöe. Su hermana había vuelto y estaba ansioso por enseñarle la pintura que acababa de terminar. Pero entonces, escuchó otra risa acompañarla y no hizo falta mucho para reconocerla al instante. Vega también estaba allí.
De repente, la idea de enseñarle a alguien lo que acababa de hacer parecía algo totalmente descabellado. Una idea inconcebible, como abrirse demasiado sin necesidad de hacerlo, como abrir la boca bajo el agua para gritar y ahogarse. Pero aquella voz dentro de él que ansiaba ser libre le decía que estaba bien. Estaba bien si alguien más veía su pintura y echaba así un vistazo a lo que habitaba dentro de su cabeza y aparecía en sus sueños tan a menudo. Estaba bien.
Tocaron a su puerta y sin querer pegó un bote. Miró su lienzo y se dio cuenta que la pintura aún estaba muy fresca como para cubrirlo. Suspiró.
—Tai, ¿estás ocupado? —llamó su hermana. Se acercó y abrió ligeramente y la miró. Zöe y Vega eran exactamente de la misma altura así que tuvo que inclinar un poco la cabeza para poder verla a través de lo poco que había abierto la puerta. Ella le sonrió—. ¿Puedo pasar?
Altair miró más allá del hombro de su hermana, preguntándose dónde se habría metido Vega. No estaba allí, pero estaba cien por ciento seguro de que la había escuchado antes. Asintió como única respuesta y se hizo a un lado para que Zöe pudiera entrar. Lo primero que captó su atención, por supuesto, fue la pintura. No dijo nada, se dedicó a admirarlo por unos segundos y luego se acercó a examinarlo de cerca, con mucho cuidado como si esperase que en cualquier momento él se lanzara a atacar para protegerlo. Como un animal siendo amenazado.
—¿Qué te parece? —le preguntó con los brazos cruzados sobre el pecho. Zöe se giró hacia él y todo el rostro se le iluminó. Estaba pletórica.
—¡Me encanta! Te quedó increíble, de verdad —él sonrió casi de forma tímida, estaba acostumbrado a recibir cumplidos de parte de las personas sobre su arte de muchas formas. Es lo que pasaba cuando tenías una cuenta donde compartías esa clase de cosas. Pero, con lo inseguro que se había sentido recientemente respecto a esto, era bueno escucharlo en voz alta de vez en cuando también—. Además, puedo ver que ya te sientes mejor y eso me tranquiliza mucho.
Tai se conmovió ante la expresión de su hermana tan genuinamente preocupada por él. No pasaba un día en que no diera gracias porque sus padres la hubiesen llevado a casa.
—Oh, ven aquí —le dijo estirando los brazos en su dirección. Zöe cerró el espacio y se dejó abrazar por él—. Gracias por preocuparte por mí, Zoey.
—Es lo menos que puedo hacer —lo rodeó con sus brazos—. Siempre has intentado protegerme así que quiero hacer lo mismo por ti. Por eso... no vayas a matarme pero, te preparé una sorpresa —la forma en la que lo dijo despertó la sospecha en Altair. Su voz sonaba culpable y ella se rehusaba a mirarlo a los ojos pero no lo había soltado así que era difícil saber—. ¡Vega ven aquí!