Mientras las estrellas te hablen de mí

Capítulo 19

Cuando Vega abrió los ojos apenas empezaba la madrugada. El reloj de su mesa de noche era lo único que iluminaba la habitación, marcaba las 1:43 de la mañana. Normalmente, continuaba despierta a esta hora. Estaba acostumbrada a trasnocharse o incluso pasar días completos sin dormir. Era demasiado adicta al trabajo y un ave nocturna, así que tenía sentido para ella. Pero esa noche se sintió con mucho sueño, tanto que le resultaba imposible mantener los ojos abiertos porque sus párpados pesaban demasiado, así que decidió permitirse una noche libre y se fue a dormir temprano.

 

Sin embargo, acababa de levantarse muy confundida. Estaba segura de que había soñado con algo pero por más que lo intentaba no podía recordar con qué. Habría jurado que lo último que acababa de ver era el rostro de Altair, aunque mucho más joven, lo cual era imposible porque ella no lo había conocido cuando apenas comenzaba la adolescencia. Además, no podía asegurarlo, la visión era borrosa y conforme pasaba el tiempo lo olvidaba más y más.

 

A Matías le gustaba decir que cuando soñabas con alguien era porque esa persona se había quedado dormida pensando en ti. Pero a Vega le gustaba permanecer del lado escéptico de las cosas, ilusionarse jamás le había dejado nada bueno.

 

Le frustraba mucho no poder recordar su sueño, no poder estar segura de que había visto a Altair allí. Ahora ya no podía quedarse dormida. Daba vueltas en la cama pensando en él. Todavía le resonaban las palabras de Adara y de Zöe. Y lo hacían porque era algo que ella misma ya había considerado. Alguna vez había pensado que Altair era igual a su padre, ahora sabía que eso no era cierto. Tai era gentil, respetuoso y honesto. Lo había juzgado mal porque era lo más fácil de hacer. No tenía tiempo para pensar en esa clase de cosas, por eso tener enamoramientos con personas al azar con las que jamás tendría una oportunidad, sonaba como la mejor opción. Quizás eso es lo que le estaba pasando ahora, tal vez lo que empezaba a sentir por él era eso mismo, sucediendo con una persona nueva, llegando para quedarse y ocupar su mente un rato.

 

Claro, por eso no podía sacarse de la mente su sonrisa o la forma en la que le brillaban los ojos cuando estaba contando algo que le apasionaba. Por eso no podía olvidarse de lo mucho que le gustaba observarlo cuando estaba concentrado creando alguna obra de arte o lo tierno que le resultaba que siempre tuviese las manos o el rostro manchados de pintura pero de alguna forma su ropa fabulosa no recibiera ni una mácula. Tal vez esa era la razón por la que podía recordar con sumo detalle el tono grisáceo de sus ojos, la curva de su cuello y las líneas alrededor de su boca cuando sonreía, incluso cuando no era dibujante como él. Por eso disfrutaba los paseos en auto con la música a todo volumen y el viento entrando por la ventana o los atardeceres en el parque en compañía de Orión. Eso tenía que ser. Una ilusión.

 

Aunque la vocecita de su cabeza que siempre la molestaba con verdades incómodas y pensamientos intrusivos, le recordaba constantemente que jamás había memorizado tantas cosas de Izan. Que las cosas con él no tenían el mismo sentimiento natural que tenían con Altair, con él todo parecía destinado a ser. Todo simplemente encajaba en su sitio. Pero, ¿admitir que le gustaba? Bueno, sí. Como un amigo, evidentemente. Pensar que sus sentimientos habían evolucionado tan solo por pasar unos meses siendo su amiga era absurdo, ¿no?

 

Se quedó mirando el techo por varios minutos, simplemente dándole demasiadas vueltas a toda la situación. De pronto, sintió la necesidad de correr hacia la ventana, apartar las cortinas y observar las estrellas. Esta noche brillaban casi de forma especial, se quedó contemplándolas por un largo rato, mientras de alguna forma sentía su mente despejarse. Se imaginó a Altair a su lado, señalando estrellas y nombrándolas. Luciría como un niño en Navidad, con la emoción dibujada en sus facciones. Sonrió.

 

Tal vez esta vez era real. O tal vez era ella, otra vez armándose fantasías con una persona. Pero no le importaba porque esa persona era Altair, eso era lo único que tenía claro y con eso le bastaba. Y tampoco hacía falta negarse eso a sí misma.

 

Su celular en la mesa de noche se iluminó. Le había llegado un mensaje. Los textos a esa hora eran muy poco frecuentes así que frunciendo el ceño fue a tomarlo. En la pantalla se leía el nombre de Altair. No podía ser, pensando en en el rey de Roma...

 

«Sé que estás despierta estrella.

Las musas han hecho su aparición y me quieren llevar cautivo, ayúdameee.»

 

Esta vez, para su sorpresa, el apelativo no la fastidió, más bien la hizo sonreír.

 

«¿Y por qué no te dejas llevar por ellas?», escribió.

 

«Porque llegaron a mí en forma de pesadillas.»

 

Frunció el ceño. No le gustaba como sonaba eso. Altair vivía a base de sus sueños, estaba casi segura de que tenía un diario donde al despertar se encargaba de registrar con sumo detalle todo lo que le había pasado en el mundo onírico. Por alguna razón, la idea de que tuviese pesadillas simplemente parecía incorrecta. Intentó desviar el tema.




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