Había pasado casi un mes desde la última vez que vi a María. Entre los exámenes finales de la universidad que ella tenía y que yo estaba jugado la Eurocopa sub 21 no habíamos tenido tiempo para viajar para vernos. Eso sí, todos los días hablábamos por teléfono para contarnos el día o incluso para desahogarnos. Pero la verdad es que no todo era muy bonito. Un mes ya que había pasado y resultaba muy difícil estar lejos de ella. Sabía que iba a ser muy difícil pero no pensé que fuese tanto o que incluso doliera tanto. Porque sí duele, duele el hecho de no tenerla cerca para abrazarla, el no sentir sus labios sobre los míos, no ver su sonrisa o su brillo en los ojos. Duele el no sentir que nuestro pulso se acelera simplemente por la presencia del otro o incluso duele el hecho de no sentir como se eriza el bello cada vez que nuestra piel se roza.
La final de la Eurocopa contra Alemania había pasado tan rápido que ni siquiera me había dado cuenta. ¿Lo peor de todo? Que habíamos perdido, habíamos perdido. No podía creérmelo, con todo lo que habíamos trabajado…
Frustrado doy una patada al suelo, Saúl se acerca a mí y nos damos un abrazo. Nos entendíamos perfectamente, sabíamos cómo nos sentíamos, porque ambos en ese sentido somos iguales. Las cámaras se posan en cada uno de nosotros, en nuestros semblantes serios, tristes e incluso en los de alguno que está llorando. Pero es algo normal, hemos perdido la final y eso nos dolía.
Al entrar a la zona de vestuarios me encuentro con mi hermano y con mi padre. No dudo ni un instante y voy directo a abrazar a mi padre, después a mi hermano. A pesar de que estén aquí, sus abrazos no me reconfortan en lo más mínimo. Sólo hay unos abrazos en los que ahora mismo quiero estar, pero no puedo. La maldita distancia me impedía estar ahora entre sus brazos y no sabéis cuánto daño me hacía.
Estoy tumbado en la cama pensando, pensando y enfado, mucho. No quería hablar con nadie ni sobre nada. No tenía humor para nada. Todos los que habían intentado hablar conmigo les había soltado un bufido. No estoy ni para bromas ni si quiera para hablar.
Al cabo de un rato de maldecirme a mí mismo por el mal partido y móvil empieza a sonar. ¡Dios, no puedo estar tranquilo ni un minuto!
Miro la pantalla del móvil y es María. Sé lo que me va a decir, no me apetece hablar con ella, pero al final se lo cojo.
- Hola Marquito – me dice como siempre.
- Hola – la contesto en tono serio y sin decirla peque como hago siempre - ¿Qué quieres? – la pregunto en el mismo tono.
- ¿Cómo estás o quieres hablar de otra cosa? – me pregunta sin darle importancia a mi tono, no quiere ponerme peor.
- No quiero hablar de nada – la contesto cortante y sincero, ahora mismo quiero estar solo.
- Eso es que no estás bien. Marco no te preocupes, un mal partido lo tiene cualquiera. Lo habéis hecho genial. Sois un gran equipo pero unas veces se gana y otras se pierde, pero no pasa nada – intenta animarme para que me alegre un poco.
- ¡No necesito que tú me digas lo mismo que los demás! ¡Ya lo sé! – la digo enfadado y casi gritando, porque todos me dicen lo mismo.
- Marco… yo solo quería… - intenta decir.
- Querías nada. Estoy cansado de siempre lo mismo – la digo alterándome cada vez más – no sé si te has dado cuenta pero a veces llegas a casar ¿vale? No eres mi madre como para estar llamándome todos los días. No lo eres. Así que déjame en paz de una vez – la sigo diciendo enfadado y cabreado, con ella y con todo el mundo.
- Yo solo quería consolarte, decirte que todo estaba bien, que estoy aquí contigo – me dice mientras oigo unos pequeños sollozos y sé que está llorando
- Pero no estás aquí María, no estás, así que déjame en paz, olvídate de mí – la digo ya gritando porque estoy exasperado.
- ¿Eso es lo que quieres? – me pregunta cada vez llorando más, ya que ahora no lo intenta esconder.
- Sí, olvídate de mí – la contesto enfadado.