Llevo toda la tarde dándole vueltas a lo ocurrido por la mañana con María. En que es lo que puedo hacer para recuperarla o puede que ya esté todo perdido y sea hora de volver a casa. Pero interrumpen mis pensamientos el sonido del móvil.
- ¿Sí? – contesto a la llamada.
- ¿Cómo ha ido? – me pregunta Isco al otro lado de la línea.
- Mal – le contesto desganado.
- ¿Mal, que ha pasado? – me pregunta preocupado.
- Le escribí una carta explicándola todo, disculpándome y diciéndola todo lo que sentía. Cuando me presente en su casa, vi que la había leído pero cuando la pregunte si me perdonaba, me cerró la puerta en la cara – contesto frustrado.
- ¿De verdad? – dice sin creérselo – Pero si ella te quiero, no entiendo nada.
- Yo tampoco Isco, yo tampoco – le respondo - ¿Ahora qué puedo hacer? – contesto rompiendo por dentro.
Y es que pensar en que puede que ya no la tenga más a mi lado, hace que mi corazón se comprima y no pueda evitar derramar lagrimas.
- No lo sé Marco, de verdad que no – me dice Isco – si supiera que hacer en estos casos créeme que te lo diría – me sigue diciendo.
- Lo sé – le contesto como puedo mientras sigo llorando.
- ¿Qué vas a hacer? – me pregunta.
- Volver a casa, salgo mañana por la mañana – le respondo.
- ¿Volverás a intentar hablar con ella? – me sigue preguntando.
- No lo sé – le respondo sin ganas - ¿podemos hablar mañana? No me apetece ahora y quiero estar solo – le digo.
- Claro Marco – me dice Isco – con cualquier cosa me llamas ¿vale? Y ten cuidado en el viaje de vuelta.
- Está bien – le contesto con ganas ya de cortar la llamada y quedarme solo para poder llorar tranquilamente – Adiós.
- Adiós – me responde Isco.
Por fin solo, me tiro en la cama y lloro, lloro y sigo llorando. Parece mentira que con todo lo que he llorado aún siga haciéndolo.
¿La quiero? Claro que sí, nunca me había enamorado y ahora sé lo que es. Es estar pendiente de la otra persona, preocuparte, hacer todo lo posible por hacerla reír, estar en los momentos divertidos y también en los difíciles, es como si estuviera en una montaña rusa constantemente, subiendo y bajando, llenando mi cuerpo de adrenalina, de amor, cariño, necesidad de estar con la otra persona, es temblar cuando me roza la piel, acelerarse el pulso con solo sentir su aliento, es que tu cuerpo entero reaccione ante su mera presencia, es sentirse amado, respetado, deseado. Es querer a alguien sin dudarlo.
Y yo, yo amaba a María.
¿Me perdonará? Aunque la respuesta sensata fuera que no, sería lo lógico después de mi cagada, la verdad es que se lo que va a hacer, si me contestará o simplemente dejará las cosas así, sin más, sin ese punto y final que te permita cerrar el capítulo y continuar leyendo el siguiente. Pero luego pienso y… ¿Por qué me va a perdonar? ¿Por qué? Si no la merezco, no me merezco a María, ella aspira a mucho más que yo. ¿Qué tengo de especial? Nada, absolutamente nada, como mucho que sea futbolista, pero que lo seas no significa que seas una buena persona, una persona a la altura de alguien como ella, porque ella… ella se merece todo y mucho más. Pero sé que ella en algún momento me ha elegido. A mí, que no soy nada del otro mundo, solo sus ojos deben de ver algo especial en mí, algo que le diga que yo valgo la pena. Pero mi miedo me hace cometer estupideces como la que he hecho, estupideces que me han hecho perderla y solo espero, solo ruego que no haya sido para siempre.
¿Me dará una segunda oportunidad? La verdad es que no lo sé, no sé si está relación va a funcionar o no. Porque a veces pienso que por muchos esfuerzos que hagamos por mantenerla a flote poco a poco se va hundiendo. Y es que es la maldita distancia, esa que nos hace estar a cientos y cientos de kilómetros, que nos impiden hacer tantas cosas… Como ir una tarde al cine, pasear por la ciudad o incluso cenar en el sofá de casa. Cosas tan simples y sencillas, pero cotidianas a la vez, cosas que una pareja hace. Pequeños detalles que marcan la diferencia en cualquier relación.