Mientras no me olvides, no me habré marchado del todo

Capítulo 25 - IMAGINAR 2

Me levanto como puedo de la cama, me miro al espejo y mi cara lo dice todo. No he pegado ojo en toda la noche, no puedo, saber que la puedo perder me parte alma, no quiero. No quiero y no voy a permitir que esto pase, tengo que verla, tengo que hacerlo, necesito decirla cuanto la amo y cuanto la necesito.

 

Preparo una pequeña maleta, por si tengo que pasar la noche allí y después de ducharme y vestirme salgo con la maleta hacia el salón.

 

         -       ¿A dónde crees que vas? – me pregunta alguien desde el salón.

 

Me giro y veo ahí parado a Isco.

 

        -       Me voy a Santander a ver a María – le respondo mientras sigo mi camino hacia la puerta.

        -       No puedes – me responde y le miro confuso – sé lo que ha pasado Marco. María necesita tiempo – me sigue diciendo.

          -       Pero… - intento decir – Necesito que sepa que la amo – digo desesperado mientras me siento en el sofá.

           -       Ella ya lo sabe – me responde mientras me pasa un brazo por los hombros.

           -       No quiero perderla – contesto al borde de las lágrimas.

          -       Lo sé, pero no puedes aparecer así de repente en su casa, no es lo que ella quiere. Ella quiere que sigas con tu vida, te estás jugando la titularidad – me dice – si te vas te van a echar una buena bronca.

           -       ¿Y qué hago? No puedo estar sin ella – pregunto a Isco.

           -       Esperar y ser paciente, dala su espacio. Volveréis, estoy seguro – me responde Isco.

 

Al final le hago caso y no me marcho a buscarla, dejo el espacio que ella necesita, pero dentro de mí no hay mayor deseo de que el tiempo pase rápido para que volvamos a estar juntos. Si hace falta vuelvo a conquistarla.

 

 

Han pasado un par de semanas desde la última vez que hablé con María, quería hablar con ella pero le deje espacio. Pero llega a un punto en el que no puedo más.

 

Busco por Instagram y veo su perfil, doy con una de sus amigas y le mando un mensaje directo. Su amiga, Iris, es una de las pocas que sabe que estamos juntos. Hablo con ella y le cuento mi plan. Iris contenta decide ayudarme y acordamos una hora y un lugar para llevar a cabo el plan.

 

Y aquí estoy, hoy es uno de esos días de noviembre, de esos días donde el frío entra por cada poro de nuestra piel, de esos días despejados y gélidos, un día de esos de abrigarse hasta arriba pero no quedarse en casa.

 

Estoy en el Sardinero, en Santander esperando a la persona que hace cambiar mi mundo con tan solo una sonrisa. No he podido esperar más para verla, para hablar con ella y tengo miedo. Miedo por no saber cómo va a reaccionar, por lo que me va a decir.

 

Iris me dijo cual era su lugar favorito y estoy sentado en la arena de la playa esperando a que aparezca. A decir verdad, el lugar es precioso, ya entiendo porque le gusta tanto a María. Al cabo de unos minutos me levanto de la arena desesperado y comienzo a andar por los alrededores, viendo tras las rocas que hay.

 

Unos segundos más tarde la veo aparecer, tan preciosa como siempre. Busca por todos lados, me imagino que buscando a su amiga y cuando veo que tiene intención de irse, salgo tras las rocas. Me mira y se queda estática en el sitio pero yo no puedo evitar sonreír al verla. Me voy acercando a pasos lentos hasta donde se encuentra pero aún me queda mucho por recorrer.

 

No puedo dejar de pensar en lo mucho que la he echado de menos, sus besos, sus caricias, su sonrisa, sus ojos, sus abrazos… todo, absolutamente todo. Y verla allí, tan cerca hacia que mi corazón se acelerara.

 

Se queda un rato quieta pero después comienza a caminar hacia mí, bueno más bien sale corriendo. Salta con fuerza agarrándose a mi cuello para abrazarme. Intento contener el equilibrio pero me es imposible, por lo que caemos a la arena aún abrazados. Nos separamos y nos miramos a los ojos, allí en el suelo de la playa con el sonido de mar de fondo, nos fundimos en un largo beso. Un beso en el que expresábamos cuánto nos habíamos echado de menos, cuánto nos necesitábamos el uno al otro, cuánto nos queríamos. No podía aguantar sin besarla.

 

Nos incorporamos y en silencio nos quitamos la arena de encima. María me ayuda a quitarme la arena de la espalda. La agarro de la mano y la llevo hasta la manta que había colocado cuando llegué y donde estaba sentado.

 

Y con el mismo silencio nos sentamos,  pero no sin apartar la mirada del uno en el otro, como si temiéramos perder al otro, como si fuera a desaparecer.




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