Mientras no me olvides, no me habré marchado del todo

Capítulo 31 - CASUALIDADES 2

Ha pasado una semana desde la última vez que vi María, en aquel día lluvioso de invierno y la verdad es que cada día necesitaba más tenerla a mi lado. 

 

Los carnavales están a punto de llegar y con ella la fiesta que organiza Dani todos los años en su casa, este año ha invitado a toda la plantilla a asistir, y aunque no me apetecía mucho ir, esperaba y rogaba porque ella estuviera ahí.

 

 

El día señalado llega, estaba en mi casa mirándome en el espejo una última vez. Ver que todo mi traje está perfecto. ¿Cuál he escogido? Superman. Ojalá ser él y poder salvarla de todo lo malo que le ha ocurrido.

 

Cuando estoy listo cojo el coche y me dirijo hasta casa de Dani. Al entrar me abre la puerta Isco.

 

         -       Hombre bro, no esperaba que vinieses – me dice mientras me da un abrazo.

         -       Quería despejarme un poco – le digo sin darle muchas vueltas - ¿De qué narices vas? ¿O es que no te ha dado tiempo de cambiarte y has venido con la ropa de entrenamiento? – pregunto intentando no reírme.

         -       Voy de futbolista ¿o no lo ves? – me dice mientras se señala así mismo.

         -       Que original eres pisha – termino por decir mientras no me aguanto la risa.

 

Voy hasta el salón y me pongo a charlar con todos los compañeros, la verdad es que necesitaba salir un poco del vacío en el que me había metido, distraerme un poco.

 

La busco entre la gente esperanzado por ver si ha venido hasta que finalmente la veo entrar al salón. Está absolutamente preciosa, aunque siempre lo está para mí.

 

No sé si es el destino o la casualidad la que ha querido que hoy viniéramos disfrazados iguales o con un disfraz de pareja, ya que María viene vestida con el traje de Supergirl. Pero así es.

 

La miro de arriba abajo cuando ella me observa y se me escapa una sonrisa ladeada. Si es el destino quien nos quiere ver juntos. No necesito más pruebas que esta. La verdad es que es una situación bastante graciosa, para que vamos a mentir, pero veo como Mará guarda la compostura y se sienta entre Pilar y Nacho.

 

La cena pasa tranquilamente, sin ningún acontecimiento que merezca la pena mencionar, salvo que no dejo de mirarla y ella a mí tampoco, lo sé porque me mira de reojo. Ahora toca momento de fiesta y música. Los niños andan correteando por toda la sala jugando mientras los mayores nos dividimos en varios grupos para charla y a la vez bailar.

 

        -       Por cierto María ¿qué tal te sientes al vivir aquí? Te resultará todo nuevo – pregunta Marcos a María.

 

¿Cómo? ¿Está viviendo aquí y yo no me he enterado? Observo como María se sorprende ante la mirada y mira a su primo, Dani. Está algo enfadada. Aunque a decir verdad, no soy el único en la sala que está sorprendido ante la pregunta de Marcos.

 

         -       ¿Se lo has contado? – pregunta enfadada a Dani – Te dije que no quería que supieran que estaba viviendo Madrid. ¡Eres un bocazas Dani!

        -       ¿Estás viviendo aquí? – pregunto de repente mientras la miro con los ojos abiertos por la sorpresa, no he podido evitar preguntar.

 

María mira mis ojos y sé que ha descubierto lo que ellos esconden, porque no solo estoy sorprendido sino que también estoy decepcionado. Porque no me ha dicho que estaba aquí. Los dos soñando en estar en la misma ciudad para pasar más tiempo juntos, para vernos casi todos los días ya ahora… Ahora que podemos, no me lo dice y ni siquiera estamos juntos.

 

María sale de ahí sin ni siquiera contestar a mi pregunta. Y yo me siento en un sofá a pensar. Ya no me apetece festejar nada, por lo que solo me quedo observando la pista de baile, pero sobretodo a ella.

 

Suena por los altavoces una canción lenta, me levanto y me dirijo hasta ella, y poso mis manos en sus caderas. Siento como se estremece ante mi contacto y sé que sabe que soy yo. Se gira lentamente hasta que nuestros ojos se conectan, ella me mira y yo solo hago un pequeño gesto, invitándola a bailar. No se separa de mí y me sigue con el leve vaivén, un vaivén que nos envuelve a ambos y que nos transporta a otro lado, como si nadie más estuviera en el salón.

 

          -       ¿Por qué no me dijiste que estabas aquí? – pregunto casi susurrando.

          -       No quería decírtelo – me contesta.

          -       ¿Y al resto? – vuelvo a insistir.




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