No paro de darle vueltas a la asunto. Intento pensar en todos los aspectos positivos y negativos de lo que tengo en mente. Quiero estar seguro de que es el momento, de que es ahora y que no me estoy precipitando.
Vale la pena cada espina, cada rosa, cada lágrima que riega lo que florecerá en sonrisa, porque la vida es maravillosa por ella misma; no importan las penas, no importa el desamor, porque pasa… Todo pasa y el sol vuelve a brillar siempre.
Hay momentos que sentimos que todo está mal, que nuestras vidas se hunden en un abismo tan profundo, que no se alcanza a ver ni un pequeño resquicio por el que pase la luz.
En esos momentos debo tomar todo nuestro amor, nuestro coraje, nuestros sentimientos, nuestra fuerza y luchar por salir adelante.
Muchas veces me he preguntado si vale la pena entusiasmarme de nuevo, y sólo puedo contestar una cosa:
¡Hagamos que nuestra vida juntos valga la pena!
Vale la pena sufrir, porque he aprendido a amar con todo el corazón.
Vale la pena entregar todo, porque cada sonrisa y lágrima son sinceras.
Vale la pena agachar la cabeza y bajar las manos, porque al levantarlas seré más fuerte de corazón.
Vale la pena una lágrima, porque es el filtro de mis sentimientos, a través de ella me reconozco frágil y me muestro tal y cual soy.
Vale la pena cometer errores, porque me da mayor experiencia y objetividad.
Vale la pena volver a levantar la cabeza, porque una sola mirada puede llenar ese espacio vacío.
Vale la pena volver a sonreír, porque eso demuestra que he aprendido algo más.
Vale la pena acordarme de todas las cosas malas que me han pasado, porque ellas forjaron lo que soy a día de hoy.
Vale la pena voltear hacia atrás, porque así sé que he dejado huellas en los demás.
Vale la pena vivir, porque cada minuto que pasa es una oportunidad de volver a empezar.
Ahora sí, ahora estoy seguro de ello porque sé que vale la pena.
De repente el sonido del timbre resuena en mi casa con fuerza. Camino hasta la puerta y la abro. Me sorprende mucho la persona que tengo ante mí.
- María, ¿qué haces aquí? – pregunto confuso sin saber que hace aquí.
- Tenemos que hablar – me contesta seria y empiezo a cagarme de miedo. Cuando una chica te dice esas tres palabras, no sale nada bueno de la conversación.
- Creo que lo de antes ha quedado claro, no tenemos nada que hablar – digo serio, mientras intento cerrar la puerta, no quiero que me deje. Aunque soy un completo imbécil por hablarla así.
- Olvida lo de antes ¿vale? Tenemos que hablar es importante – me dice mientras aguanta la puerta para que no la cierre.
- Está bien pasa – digo asustado por lo que me tenga que decir.
Está rara, tiene mala cara, creo que está asustada, tiene miedo o algo. No lo sé, solo sé que me estoy poniendo muy nervioso y no quiero perderla, no quiero, no puedo, no ahora que estoy segura.
Cuando llegamos al salón, nos sentamos en el sofá. María está dispuesta a comenzar a hablar aunque está bastante nerviosa porque se estruja las manos y las piernas no dejan de moverse.
- Sí me vienes a decir que lo dejamos, la respuesta es no, no voy a permitir que te vayas de mi vida – digo seguro pero asustado antes de que ella me diga algo, no pienso dejar que me deje.
Porque estoy segura.
Vale la pena, ella vale la pena.