Llevo toda la tarde dándole vueltas a lo ocurrido por la mañana con Marco. He leído la carta unas mil veces y no exagero. Ahora mismo me encontraba en medio de un océano en tormenta, donde en un lado estaba la isla en donde estaba Marco y en el otro lado un barco que me llevaría lejos, al olvido. Y no sabía hacia donde nadar. No lo sabía.
¿Le quiero? Claro que sí, nunca me había enamorado y ahora sé lo que es. Es estar pendiente de la otra persona, preocuparte, hacer todo lo posible por hacerle reír, estar en los momentos divertidos y también en los difíciles, es como si estuviera en una montaña rusa constantemente, subiendo y bajando, llenando mi cuerpo de adrenalina, de amor, cariño, necesidad de estar con la otra persona, es temblar cuando me roza la piel, acelerarse el pulso con solo sentir su aliento, es que tu cuerpo entero reaccione ante su mera presencia, es sentirse amada, respetada, deseada. Es querer a alguien sin dudarlo.
Y yo, yo amaba a Marco.
¿Le perdono? Aunque la respuesta sensata fuera que no, la verdad es que no puedo decir que no, tengo la necesidad de perdonarle, y sí, ya lo está. Sólo con esas palabras, mi perdón ya lo tenía ganado. ¿Por qué? Porque en cierta manera le entiendo, yo también he pensado que no me merezco a Marco y que él aspira a mucho más que yo. ¿Cómo se iba a fijar un futbolista que puede tener a cualquiera en mí? Pero ahí está, Marco me ha elegido a mí. A mí, que no soy nada del otro mundo, pero puede que eso es lo que me haga especial a los ojos de él. Y por eso le entiendo, porque yo también he tenido ese miedo. Lo comprendo. Además se le junto con la final de la Eurocopa y perder el capítulo que se le junto todo. Así que sí, esta perdonado.
¿Le doy una segunda oportunidad? La verdad es que no lo sé, no sé si está relación va a funcionar o no. Porque a veces pienso que por muchos esfuerzos que hagamos por mantenerla a flote poco a poco se va hundiendo. Y es que es la maldita distancia, esa que nos hace estar a cientos y cientos de kilómetros, que nos impiden hacer tantas cosas… Como ir una tarde al cine, pasear por la ciudad o incluso cenar en el sofá de casa. Cosas tan simples y sencillas, pero cotidianas a la vez, cosas que una pareja hace. Pequeños detalles que marcan la diferencia en cualquier relación.
Y por ese mismo motivo estoy delante de esta puerta, a estas horas de la noche, las 23:00, una hora no muy normal para estar fuera de casa. Pero es que antes de llegar hasta aquí llevo fuera, en la calle, dando vueltas en si ir o no.
Y aquí estoy indecisa en si tocar la puerta o no. ¿Toco la puerta o no la toco? ¿Estará o se ha ido a Madrid ya? Preguntas y más preguntas rondaban por mí cabeza, pero la más importante era la de si Marco querría hablar conmigo o no.
Os estaréis preguntando cómo he llegado hasta aquí. Fácil, le obligué a Isco que me dijera en que hotel se alojaba y en que habitación. Tardó un poco en decírmelo pero cuando le dije que necesitaba hablar con él y arreglarlo todo, no dudo un instante en decírmelo.
A veces tenemos que tragarnos el orgullo, a veces tenemos que ser valientes y afrontar los miedos, dejar de ser tímida e ir a buscar lo que queremos. Porque nadie nos va a dar nada, nada. Todo aquello que queramos tenemos que ser nosotros quienes vayamos a buscarlo y conseguirlo.
Así que llamo a la puerta y rezo porque este y quiera hablar conmigo.
Pasan un par de minutos que a mí se me hacen eternos cuando la puerta se abre. Y la imagen que tengo antes mis ojos no es la que me esperaba ni en sueños.
Ante mí se encuentra un Marco recién salido de la ducha con la toalla envuelta en su cintura y con las gotas de agua recorriendo toda su piel. Y ante tal imagen no puedo evitar suspirar, porque vamos a ser sinceras, el chico está muy bien dotado y tengo ojos.
- María… ¿Qué? – intenta decir ya que está sorprendido porque no me esperaba.
- Hola – le digo algo tímida.
- ¿Qué haces aquí? – me pregunta intrigado.
- Tenemos que hablar – intento decir de manera normal pero creo que lo he dicho un poco borde.
- Eh… Claro, claro, pasa – me dice mientras me abre la puerta y me deja pasar al interior de la habitación.
Entro dentro y no sé muy bien qué hacer, estoy muy nerviosa, nunca había estado tan nerviosa. Me siento en la cama y veo que Marco va a hacer lo mismo.
- ¿Podrías ponerte algo de ropa? – le pregunto.
- ¿Qué? – pregunta confuso.