Mientras no me olvides, no me habré marchado del todo

Capítulo 18 - Historia

Mi pulso está acelerado, mi respiración entrecortada, mis brazos llenos de arañazos pero aun así no dejo de correr, de buscarle. A pesar del miedo que recorre por cada poro de mi piel, no puedo dejar de buscarlo, tengo miedo sí, mucho para ser sincera. Pero tengo que saber dónde está, necesito saber que está bien, necesito poder abrazarle.

 

No sé cuánto tiempo llevo corriendo, ¿diez minutos? Quizás más, no lo sé. Lo único que sé a ciencia cierta es que ahora los gritos se oyen más y más fuerte. Eso solo quiere decir que me estoy acercando cada vez más.

 

De repente entro en un claro, me paro en la linde y miro a mí alrededor. Los gritos han cesado de oírse. Y tengo un mal presentimiento, porque si deja de oírse es que algo va mal ¿no?

 

El silencio inunda el claro, no se oye absolutamente nada de nada. Y sin previo aviso se enciende un farolillo en el suelo, al cabo de varios segundos se enciende otro enfrente, y así sucesivamente se van encendiendo, uno tras otro, hasta formar un camino.

 

Ahora no son ruidos los que oigo, sino música. Miro a todos lados pero no veo a nadie. ¿De dónde ha salido esa música? ¿Qué significan los farolillos? Como no veo ningún movimiento decido seguir el camino de luz. Cuando llego al final sobre el suelo se encuentra una manta y miles de flores.

 

No entiendo absolutamente nada.

 

Oigo unos pasos que proceden del mismo lugar por el que he venido. Me giro lentamente sin saber si lo que estoy haciendo es lo correcto o si por el contrario debería de salir corriendo en la otra dirección y alejarme todo lo posible. Pero me puede más la curiosidad. Aunque se dice que la curiosidad mató al gato. Y espero por mí bien que esta vez no sea así.

 

Me giro completamente y ante mis ojos veo a una persona, podría decirse que es un hombre por su manera de andar. Y en su mano sostiene algo, algo que no sé que es. No sé ni quien es ni que es lo que lleva en la mano, la oscuridad me impide ver más allá de dos palmos.

 

La persona se acerca cada vez más, empiezo a temblar. Debería de salir corriendo pero mis piernas no me responden. Es como si todo mi cuerpo hubiera dejado de funcionar y no reaccionara a mis órdenes.

 

El hombre llega hasta mí. Lleva un ramo de flores en la mano, tapándole la cara, por lo que aun no puedo verle la cara. Definitivamente es un hombre.

 

Aparta el ramo de flores y ahí es cuando puedo verle la cara.

 

Es… No puede ser.

 

Es Marco.

 

Me sonríe ampliamente y me tiende el ramo de flores. Yo aún temblando y sin creerme nada lo cojo.

 

      -       ¿Te gusta la sorpresa? – me pregunta mientras mira todo lo que hay montado alrededor nuestro.

     -       ¿Qué si me gusta? – le pregunto un poco alterada - ¿Tú te has vuelto loco o qué? – le pregunto.

      -       ¿Loco por qué? – me pregunta mientras se ríe.

     -       Y encima te ríes. ¿Tú sabes el susto que me has dado? ¿Cómo se te ocurre dejarme sola? ¿Y si te había pasado algo? ¿Sabes el miedo que he pasado, por mi y por ti? – le empiezo a decir histérica.

      -       Ehh, ehhh, ya tranquila, estoy bien – me dice mientras me agarra para darme un abrazo – necesitaba tiempo para preparar esto sin que te dieras cuenta. De ahí los gritos – me explica.

      -       Pero… ¿Eran tuyos entonces? – le pregunto mientras me separo de él.

      -       Era el móvil que está en un altavoz.

      -       Idiota – le digo mientras le doy un golpe en el brazo y me separo de él.

     -       Ey peque, no te enfades anda – me dice mientras se acerca a mí – quería darte una sorpresa – me dice.

      -       Pues más que sorpresa lo que me has dado es un susto de muerte – le contesto.

      -       ¿Pero te gusta? – me vuelve a hacer la pregunta de antes.

      -       Me encanta pero muy romántico no ha sido la verdad – le digo mientras le sonrío.

     -       A veces hay que salir de la monotonía, puedes hacer algo mítico pero versionando un poco para hacerlo más emocionante e inolvidable – me dice mientras me da la mano y me dirige a la manta del suelo.

      -       Ya te digo yo que no lo voy a olvidar – le digo riéndome y sentándome en la manta.




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