Pasan las horas y cada vez estoy un poquitín más cerca. El camino hasta Madrid se me ha hecho eterno y no he dejado ni un momento de pensar en que voy a decirle cuando este frente a él. No sé por dónde empezar, solo espero que me dé la oportunidad de explicarme, de decirle lo que pasó.
Y no solamente quiero decirle eso, quiero decirle que le quiero, que quiero estar con él, que no puedo vivir sin él, que le perdono, que voy a dejar todo lo que pasó en Navidad atrás en el olvido. Que le necesito como el aire para respirar.
No he avisado ni siquiera a mis padres de que estoy volviendo a Madrid, bueno no he avisado a nadie. No me ha dado tiempo. En cuanto llegué a la conclusión, a la respuesta que estaba esperando, no lo dude ni un instante y me puse encamino.
Por ese motivo tengo tantas llamadas de teléfono de mis padres, de mis tíos, de Dani… Te todos. Incluso de Isco.
Paro en un área de servicio, necesito entrar al baño y comer un poco. Desde que salí de Santander no había parado y me merecía aunque fuesen 10 minutos de descanso.
Al sentarme un rato y tomarme un refresco miro los mensajes del móvil, los que más me llaman la atención son los de Isco. Me preguntaba por lo que había pasado ayer. También me decía que Marco había llegado esta madrugada mal, llorando y que había destrozado todo el salón, que qué había pasado porque sabía que había ido a Santander a buscarme.
En definitiva, estaba preocupado por mí, porque nadie sabía dónde estaba. Le contesto con un simple “estoy bien, no te preocupes”. Y pongo el móvil en silencio. No quiero oír nada ni hablar con nadie.
Vuelvo a montarme en el coche y sigo mi rumbo a Madrid. Cada vez queda menos y sólo pienso en lo que pasó anoche.
Odio con toda mi alma a Harry. Él sabía que Marco estaba detrás, por eso me beso. Lo supe en cuanto vi su sonrisa cínica mirándome. Por culpa de él, había perdido a Marco.
Pero esto no se iba a quedar así. Voy a recuperarle. Cueste lo que cueste.
Sé que he tardado casi un día en darme cuenta, pero suele decirse, que mejor tarde que nunca.
Metida en mis pensamientos y centrada en la carretera por fin llego a Madrid. Voy directa hasta la casa de Marco, sin preocuparme por ir a casa de mis tíos a ver a Natt. Ahora mismo solo importaba Marco y nada más.
Llego a la urbanización, el portero me deja pasar y subo corriendo las escaleras hasta llegar a su piso.
Y así me encuentro, quieta delante de la puerta, sin saber qué hacer, sin saber si llamar o no. Dudando en si me dejara explicarme o no.
Mi corazón se acelera, sé que soy valiente, así con un simple gesto, llamo al timbre de la puerta.
Los segundos se me hacen eternos, pasan y no ocurre nada. Vuelvo a llamar pero no pasa nada.
Pongo mi oreja en la puerta y no escucho nada, la casa está en silencio. No hay nadie.
Y ahí es cuando lo recuerdo, hoy tenían partido, así que me toca esperar a que llegue a su casa.
Me deslizo por la pared y me siento en el suelo. Apoyo la cabeza y pienso en todo lo que está pasando, en que voy a decirle cuando lo vea.
Los minutos y las horas pasan, la oscuridad se cierne por la capital. El frío está presente en el descansillo de la escalera y yo estoy nerviosa, muy nerviosa e impaciente. No veo el momento en el que le vea aparecer subiendo las escaleras.
De repente oigo unos pasos que comienzan a subir. Y siguen subiendo. Cada vez están más cerca y mi corazón se acelera. Se oyen más pausados y sin tener tiempo para pensar aparece por el rellano de la escalera.
Marco está mirando al suelo y le noto decaído y triste. Al dirigirse a su puerta se percata de mi presencia. Eleva la mirada y me ve sentada en el suelo.
Por alto reflejo me levanto deprisa del suelo y me quedo quita mirándole, suplicándole con la mirada. Intento acercarme a él pero él se aleja de mí dando pasos hacia atrás.
Nos quedamos observándonos durante unos segundos o quizá unos minutos, la verdad es que no lo sé. Cuando estoy con Marco es como si el mundo se detuviera y solo existiéramos él y yo.
Su mirada refleja sorpresa, sufrimiento y desconcierto. Creo que no esperaba que viniera hasta aquí.
- ¿Qué haces aquí? – me pregunta al fin de manera borde y distante.
- Tenemos que hablar – le contesto casi en un susurro.
- No tenemos nada que hablar – me contesta mientras se dirige a la puerta.
- Sí que tenemos – le contesto mientras le agarro del brazo – ayer no me dejaste explicarte lo que paso.