¿Cuánto tiempo ha pasado? Ya no lo sé, y no importa.
¿Cuándo comenzó? Ese día lo recuerdo en su totalidad. Recuerdo que caí dormido. En el momento pensé que todo fue cosa de una sesión interminable de estudio. Mi cabeza dolía en una jaqueca y mis ojos ya no daban más de sí. Fue algo instantáneo, como si me hubiese desvanecido. Al siguiente día tomé el autobús, como era habitual, para llegar a mi universidad. Nadie lo supo en el momento. Y tomó una semana para que nos diéramos cuenta.
La semana siguiente no tenía exámenes, por lo que estaba junto a mi novia. Estábamos viendo televisión. Solo estábamos usando el tiempo para apagar nuestros cerebros y besarnos. Lo normal, supongo.
Pero… volvió a suceder. Ambos nos desvanecimos, o nos desmayamos. Volvimos en nosotros luego de una hora exacta. Todo sucedió a las 22:37 de la noche del jueves. No le dimos mucha importancia, a pesar de que hablamos de lo ocurrido por varias horas. Algo nos asustaba de aquello. En ese momento, buscamos una explicación lógica. La mala película, haber comido más de la cuenta. Nos fuimos a dormir sintiéndonos algo mejor.
Al siguiente día, en la radio, la noticia venía de todos lados del mundo. No solo fui yo o mi novia quienes cayeron presa del sueño; fue el mundo entero. El mundo entero cayó dormido a las 22:37. O bueno, eso fue a la hora local. Pero daba igual. ¿Cómo era posible que el mundo en su totalidad cayera presa del mismo fenómeno? La mayoría de los expertos estudiaba y buscaba una explicación lógica. Otra parte, la que cree en lo espiritual, creía que todo era una señal del fin del mundo. Daba igual por lo que se optara. Ninguna era correcta en ese momento.
Lo peor vino tan solo unas horas después de aquella transmisión radial. Estábamos en el aula. La mayoría estaban lo suficientemente distraídos como para tener una clase normal. El profesor, que lo intentó, y tiene mi respeto por aquello, terminó uniéndose a la plática. Entre todos intentamos calmarnos. No éramos expertos, apenas estudiantes de segundo año de una carrera que ya no tiene importancia. Aun así, intentamos llegar a una respuesta. De hecho, muchos incluso creían tener la razón.
Pero, algo más ocurría. Los reportes comenzaron a llegar de inmediato: cien personas desaparecidas en el mundo. Todas entre la franja de horario en la que nadie estaba consciente. ¿Coincidencia? Nadie lo sugirió. La televisión, a través de un noticiero, dio la alarma.
Obviamente, había pánico. En todas partes las personas cayeron dormidas, y luego de eso, algunas personas desaparecieron de forma inexplicable. Recuerdo leer los foros en internet. La policía de los lugares donde estas personas fueron vistas por última vez dio varios testimonios.
Uno era el de una mujer, una madre, que se esfumó en su propia sala. Los vecinos encontraron a un bebé solo, llorando y una cacerola con comida en el suelo.
Otro fue el de un hombre que estaba junto a un grupo de amigos en una ciudad de Canadá. Se suponía que era una noche para celebrar, pues uno de ellos había obtenido un ascenso en su trabajo. El grupo estaba en la calle cuando desapareció. No había ningún rastro de él.
Y así es como la red recogió todas las desapariciones.
Algunos pensaron: ¿y si revisamos cámaras de vigilancia? Todo, absolutamente todo, se saltaba esa hora. A lo menos eso fue la primera respuesta que se obtuvo cuando se revisaron los primeros registros. Era… peor. Y solo podríamos saberlo a la semana siguiente.
El día lunes, todos intentamos seguir nuestras vidas normales. Era raro… No, la verdad, no creo que haya palabras para describir cómo se percibía todo. La mayoría sentían pánico. El día jueves se acercaba. Algunos eran positivos al respecto. Decían: «No pasará. Fue cosa de dos veces». Muchos otros esperaban lo peor. La verdad… me gustan mucho las matemáticas, y en esos momentos pensaba que la probabilidad de desaparecer era mínima. Casi imposible. Fuese lo que fuese el fenómeno, iba a terminar en algún momento. Pero un amigo mío quitó esa esperanza. «Por muy ínfima que sea la probabilidad, a alguien le debe tocar. Alguien debe tener la mala suerte».
Llegó el día jueves. Estaba solo en el departamento. Recuerdo que llamé a mi madre. Ella, como no podía ser de otra forma, estaba angustiada. Digo… si las teorías eran correctas, otras cien personas iban a desaparecer. ¿Y si era yo? ¿Y si era mi madre? ¿Y si era mi novia? ¿Y si era alguien que conocía?
Unos minutos antes del plazo fatal, intenté beber mucha cafeína, azúcar, pastillas para la concentración. Me sentí seguro. Si mi memoria no falla, esa noche la ciudad estaba en silencio. Y yo también lo estaba. Observé cómo cada segundo final pasaba ante mis ojos. Y tan pronto el reloj marcó la hora, estaba en negro.
Desperté… Por suerte. Eso me alivió… Llamé a mi madre una vez más, a mi novia y a mi amigo. Todos estaban bien. Mi corazón latió con alegría. Duró poco. Al día siguiente, el reporte llegó. Una chica, una adolescente que vivía en la misma ciudad que yo, ya no estaba. Ella tuvo la mala suerte junto a 99 personas más esparcidas por el mundo.
Fueron tres semanas. La mayoría los llamaban: Los idos en sueño. No me gustaba. ¿Había una forma de hacerlos volver? Todos buscaron. Usaron de todo. Pero no estaban. La chica de mi ciudad fue inteligente; su celular tenía el GPS activado. Sus padres tenían un rastreador. Pero no estaba. En ningún lugar. Los policías empezaron la búsqueda. Yo sabía que no encontrarían nada. Era un presentimiento. Era lo que todos temíamos.
El gobierno de mi país convocó a una asamblea de emergencia. Recuerdo que el presidente de ese entonces salió en televisión. Llamó a la calma. A seguir nuestras vidas. Ellos, y el mundo, estaban estudiando el fenómeno con todos los recursos posibles. Y algo en esas palabras se sentía vacío; carentes de significado. No lo sé…
Mi novia y yo fuimos a cenar. Era nuestro aniversario. Día sábado. Por algún motivo, creímos que aquello debía ser algo especial. Y lo fue. En nuestra compañía todo el caos se sentía tan tranquilo. Recuerdo que en broma le pedí matrimonio. Ella aceptó con otra broma.