14.
A mí no me podían llamar zorra sin razón. Pero ahora sí.
Migami.
No sabría decirte qué significa tener un padre porque yo nunca lo conocí. Siempre esperé su aparición pero él nunca vino y debe ser que yo esperaba lo contrario.
Idiota de mí. Como siempre esperar algo de los demás para únicamente terminar con un disgusto y con el pensamiento ‘a lo mejor yo nunca valí la pena el sacrificio’.
Mi infancia se basó en la oscuridad y las tormentas. Había partes de mi vida que no terminaba de comprender. Eran como piezas de un puzle que no podía terminar de encajar. Me decían que las cosas eran de una manera y a mí no se me ocurría ponerlo en duda. Yo asentía y hacía oídos sordos al resto de las palabras. Vivir en la ignorancia era lo que tenía.
Era como estar en la casa de un demente sin saber que este te llevaría con él hacia la locura.
Margaret.
—Tú—repetí atontada. La cabeza aún me daba vueltas.
—¿De nuevo con los pronombres personales, delilik?—sonrió con dientes resplandecientes—. Veo que aún…
—No—le corté—. ¿Qué haces aquí? Eres un sueño, ¿cierto? Por favor dime que esto es un sueño—murmuré lo último más para mí misma que para él.
—Podemos confirmarlo...—se mordió el labio inferior con picardía. Yo entrecerré los ojos con sospecha y rezando porque fuera mi cabeza la estaba demasiado ebria. Decían que había sueños muy realistas.
Fue en ese momento que sentí su mano acariciando mi muslo. El vello de mi pierna se erizó inconscientemente y tomé una bocanada de aire al mismo tiempo que arqueé mi espalda, que al haberme apartado de él previamente, había estado pegada al colchón.
Al no verme rechazar su tacto el siguió acariciando con lentitud a lo largo de mi pierna y no sé porque no lo paraba. Fuera un sueño o la vida real no sabía porque no lo paraba.Su tacto me aceleraba el pulso. Tragué saliva y fui a abrir la boca cuando noté cómo uno de sus dedos había llegado a mi humedad.
—¿No seré tu sueño mojado, Margaret?—susurró con su boca pegada a mi oreja. Mordió el lóbulo de mi oreja con socarronería y noté cómo me humedecía más con aquel gesto.
«¿Qué te está pasando, Mar?»
Negué con la cabeza pero él solo rió.
—Mírame— No sé porque le hice caso, pero lo hice. Abrí los ojos enseguida y eso me dio miedo—. Muy bien, delilik. Veo que eres obediente…
Mi respiración se agitó y no sabía si era por la situación, la posición en la que me encontraba o él. O puede que las tres. Sin poder detenerlo, porque verdaderamente no podía hacerlo teniendo mi piel queriendo su contacto, me bajó las braguitas que aún me cubrían.
No podía pararlo porque su contacto me prendía demasiado y necesitaba que no parara nunca. Nunca me había sentido así de deseada. Así de querida. Así de caliente y valiente y prendida en mi vida. Estaba embriagada en todo lo que él provocaba en mí.
En ese momento me olvidé de todo lo que había jugado conmigo. Me había olvidado que de ser un sueño estaría mal. De ser cierto sería ilegal. De ser más de lo que mi mente borracha creía, podría meterme en un lío.
«¿Cuándo fue la última vez?» me dijo mi cerebro que estaba inundado en la fragancia de Cheyn Avalor.
—Margaret...—me llamó y de nuevo mis ojos se clavaron en los suyos de manera recíproca. Sus pupilas estaban dilatadas, su lascivia era evidente y la lujuria no tardaría en aparecer—. Sé que te gusta jugar sucio…
Por un momento arrugué las cejas sin comprender a qué se refería hasta que se apartó de mí, mi piel olvidando por segundos cómo era eso de respirar sin su contacto. Me sobresaltó de tal manera que comencé a cuestionarme lo que pretendía.
Se dirigió hacia el otro lado de la cama y se agachó. En ese momento temblé.
—¡CHEYN, QUÉ-
Caí sobre su espalda evitando que mirara debajo de mi cama sin darle dos vueltas. Nos dimos contra el frío piso de mi habitación. El gruñó como si no se hubiera creído que me hubiera lanzado sobre él para pararle. Había caído bajo mi cuerpo y la sonrisa que antes deleitaba se había desvanecido.
Ay no…
Su mano se enganchó en mi cuello y acercó mi semblante al suyo. Su respiración se entremezclaba con la mía. Su nariz rozaba la mía. Su espalda, pegada al suelo, y mis piernas a ambos lados de sus costados me dejaban en una posición bastante obscena e indecente.
—Delilik desobediente...—murmuró e impulsó con un solo brazo más su rostro al mío, tanto, que sus labios rozaban los míos cuando hablaba—. Mereces un castigo por lanzarme al suelo.
Cerré los ojos instantáneamente porque me daba vergüenza que notase que sus comentarios me mojasen aún más. Aún tenía una camiseta puesta, pero las braguitas habían desvanecido en algún lado de la habitación.
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Editado: 28.06.2021