Miguel

Veterano

Así, aprendiendo ciencia, trabajo en equipo e informática, el tiempo pasó volando y cumplí los 18 años. Cuando pasó esto me permitieron salir de la fundación, y busqué a mis tíos. Los cuales solo me dieron lo suficiente para comprar una moto. Cuando les reclamé, me dijeron que mis padres no estaban entre los mas ricos del país.

Entonces recordé, que lo que mas extrañaba en mis años en la fundación, eran las películas de Rambo que veía con mis padres. Esas películas siempre me hicieron desear estar en el ejercito, así que me dirigí a la oficina de la armada e ingresé.

Los primeros años fueron duros. El entrenamiento era intenso, exigente y a veces cruel. Pero yo lo soporté todo con una sonrisa. Cada ola que conquistábamos, cada tormenta que superábamos, me acercaba más a mi sueño. Y finalmente, llegó el día en que me asignaron a un barco de guerra.

Era una embarcación imponente, un gigante de acero que surcaba las aguas con poder y majestuosidad. Me sentía orgulloso de formar parte de su tripulación, de ser un pequeño engranaje en esa gran máquina que defendía a mi país.

Un día, durante una maniobra de rutina, algo salió mal. Una orden mal interpretada, un movimiento inesperado... y en un instante, mi mundo se desmoronó. Me caí al agua, golpeado por las olas furiosas. El frío me invadió de inmediato, y el dolor era lacerante. Me di cuenta con horror de que mis piernas estaban atrapadas bajo el peso de una pesada maquinaria.

Mis compañeros me rescataron lo más rápido que pudieron, pero ya era demasiado tarde. Las piernas habían sufrido un daño irreparable. Me amputaron ambas por encima de las rodillas.

El mundo se me vino encima. Mi sueño, mi futuro, todo lo que había luchado por alcanzar, se desvanecía ante mis ojos. Me sentí derrotado, inútil, una carga para los demás. Caí en un pozo de depresión y desesperanza.

Sin embargo, con el tiempo, algo comenzó a cambiar. Vi el amor y el apoyo de mis amigos. Vi la determinación de mis compañeros de barco, que se negaban a rendirse conmigo. Y poco a poco, comencé a ver una luz al final del túnel.

Me di cuenta de que no definía mi valor. Que todavía era capaz de lograr grandes cosas. Empecé a rehabilitarme, a aprender a caminar con prótesis. Fue un proceso largo y difícil, pero estaba decidido a no rendirme.

Con el tiempo, volví a la Armada. No como marinero, claro, pero sí como parte del equipo de apoyo en tierra. Mi trabajo era menos emocionante, quizás, pero no por ello menos importante. Y la satisfacción de servir a mi país de nuevo, de ser parte de algo más grande que yo mismo, era inigualable.

Mi historia es una historia de pérdida y dolor, sí. Pero también es una historia de esperanza y superación. Es una historia que me ha enseñado que la fuerza reside en el interior, que no hay límites para lo que podemos lograr si nos proponemos alcanzarlo. Soy un veterano de guerra, un amputado, pero sobre todo, soy un superviviente. Y mi historia es un testimonio de que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una luz que nos guía hacia adelante.



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En el texto hay: progresismo

Editado: 08.06.2024

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