Mil años de revolución

I

Los hombres ya no

Saben si lo son

Pero lo quieren creer

Las madres que ya

No saben llorar

Ven a sus hijos partir

La tristeza aquí

No tiene lugar

Cuando lo triste es vivir

Duncan Dhu - En Algun Lugar

 

I

Frente a Carmen se alzaba la casa parroquial del partido, un viejo almacén automotriz tomado, muchos años antes, por los ganadores de el “gran alzamiento popular” para tratar los asuntos comunales. “Bastión de la Revolución” señalaba el letrero de la entrada. Desconocía la razón por la cual se le citaba en aquel lugar, aunque sabía con certeza que, si el asunto había llegado a tal instancia, debía ser un motivo importante.

Según le indicó la secretaria, su caso sería el segundo en ser atendido esa tarde, por lo que tenía que tomar asiento hasta su llamado. La habitación inundada con rasgados versos nacionalistas, de paredes azules desgastadas y piso curtido, se veía empequeñecida por el conglomerado de individuos en ella. Adolescentes embarazadas, obreros, personas con discapacidades, ancianos, todos de un aspecto vulgar y andrajoso llegaban sumisos, dispuestos a suplicar y sollozar lo necesario para obtener la ayuda del partido, por escasa que esta fuera. Por su parte, quienes rompían el modelo famélico y desesperado eran los guardias altamente armados, en cuyos rostros resaltaba una mirada vacía y distante, pero siempre vigilante de todo su entorno. Si desde el exterior la edificación daba la impresión de ser una fortaleza inexpugnable gracias a sus centinelas e imponente enrejado, el interior lucía como la sala de espera al mismo inframundo. En aquel lugar, temía la mujer, sería decidido su destino.

Ante la incertidumbre, repasó con cuidado, una vez más, sus últimas semanas de trabajo, en un intento por recordar algún hecho específico que pudiera perjudicarle. No había violentado ninguna ley, su personalidad algo tímida era incapaz de causar enemigos y su trabajo era, en palabras de su jefa inmediata, digno de admiración. Todo esfuerzo por navegar en la infinidad de su memoria, causando un borroso revuelo hasta en lo más recóndito de su mente, fue inútil. Sin motivos aparentes para haber sido citada, aquella engorrosa situación debía tratarse de un terrible error.  

En medio de sus meditaciones, fue interrumpida por el llamado de una potente voz proveniente de un individuo alto, con barriga prominente y bigote tupido, quien la guió a la oficina principal del recinto. Sus piernas vacilaron ante cada paso y un destello en su mente le exigía a gritos dar media vuelta y jamás volver a aquel lugar, pero sin más remedio que continuar, se obligó a seguir adelante.    

Al entrar, lo primero que Carmen notó fue el deslumbrante afiche que decoraba la pared del fondo. Lo había visto hasta el cansancio desde su reciente publicación. Debajo de aquel hombre blanco de rasgos gruesos y exagerados se podía leer en caligrafía negra “¡Viva El Libertador!”. Acorde a la versión del Estado, los diferentes estudios científicos habían arrojado un importante descubrimiento sobre la fisonomía del padre de la patria, que rompía con más de 200 años de fraudes de los antiguos oligarcas.

-Compatriota, bienvenida. Por favor, tome asiento- Comentó el jefe parroquial con una voz jovial y una amplia sonrisa. Su calvicie y obesidad resaltaban la verruga en la parte derecha de su frente. –Gracias por su servicio, camarada Nicolás-. Sin agregar nada más el hombre tomó un celular de alta gama, imposible de costear para Carmen con su mísero sueldo de docente, y comenzó a escribir en su pantalla táctil.

La espesa espera se prolongó en un tiempo inconmensurable para la  angustia de la mujer. Cada minuto que transcurría en silencio era un puñal frío en su psiquis. Atrapada en aquella espera interminable solo era capaz de simular una tranquilidad que no disfrutaba desde hace mucho, mientras apretaba incesantemente sus puños temblorosos. Asaltada por el último golpe de la ansiedad, de sus labios afloró una pregunta temerosa, casi inaudible -¿Podría decirme porque me han citado el día de hoy, señor?-.

-Resulta innegable, camarada, que el país no es el mismo de hace 25 años– Respondió el hombre ignorando la pregunta. De su cara se había esfumado la sonrisa inaugural y sus ojos implacables se encontraron con la mirada temerosa de Carmen. -Tenemos el respaldo del pueblo y de la fuerza armada, la unión cívico militar. Somos una nación soberana, como quería el Libertador. Pero los enemigos del país, los adversarios del pueblo no descansan nunca. Este es un momento clave en la historia y debemos hacer lo necesario para mantener las bases revolucionarias.- Continuó con un gesto reflexivo. Sacó un libro de una gaveta del escritorio y continuó –Este librito que ve aquí es la respuesta que usted necesita, en especial con los cargos que se le imputan-.

El jefe parroquial extendió el libro a través del escritorio hasta Carmen. En el título se leía: “Unidad, lucha y patria”. Era uno de los libros insignia de la revolución, un manual de vida para todos los verdaderos seguidores del movimiento, escrito en tiempos previos al “Gran Alzamiento Popular”.

-Pero señor, desconozco el motivo por el cual se me ha acusado. Mi supervisora me informó mi citación, pero no quiso mencionar una palabra más del tema- Aclaró la maestra, confusa de la problemática situación en la que se encontraba.



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En el texto hay: distopia, drama, terror

Editado: 05.10.2020

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