¡Hola! Espero se encuentren bien. Con esta entrada comenzamos la segunda parte de Leyendas Inmortales: Mil años más. Espero lo disfruten, está ambientado en 1996, en Whitechapel, Inglaterra. Muchas gracias por leer :) No olviden dejar sus opiniones y críticas en la sección de comentarios.
¡Hasta pronto!
Love,
Nikky Grey.
Prólogo:
Donde visitamos el pueblo olvidado:
Todas las historias deberían comenzar con un evento importante, o deslumbrante, al menos. Una noche calurosa de verano, un cielo azul medianoche salpicado de estrellas, luces de colores que iluminen el aire y se mezclen con las ropas de los personajes y una cálida brisa que revuelva las hojas de los árboles, los cabellos largos y los vestidos de las damiselas.
Todas las historias deberían comenzar con una fiesta, y todas deberían comenzar bien, porque no se sabe cómo terminarán. Porque si bien esa noche hubo risas, y la música apenas conseguía ahogar los cotilleos alegres de los invitados, el desenlace inesperado que tendría lugar minutos después haría que aquella inocente fiesta, con sus bailarines y sus serpentinas, pasara eventualmente al olvido.
Pero volvamos a ese momento. Era junio, era sábado, y sobre todas las cosas, había una fiesta. Las fiestas de la ciudad eran tema importante cuando yo era pequeña, y en esa época, la tradición no había muerto todavía, y las celebraciones se llevaban por todo lo alto, con música y luces de colores. Las luces eran mis favoritas.
En mi opinión, no hay sombra que no pueda ser eliminada con un poco de luz, y no hay mejor luz que la luz de las velas. Llamitas inconstantes que rodean todo de un aura maravillosa y que hacen que las siluetas dibujadas en el suelo bailen, como en un país de cuento de hadas. No sé a quién se le ocurrió la incómoda practicidad de la luz eléctrica, pero, para mí, las velas jamás debieron de perder su uso. Una vela es predecible, a diferencia de esos fallos eléctricos que te cogen por sorpresa cuando menos lo imaginas. Puedes saber cuándo una vela va a extinguirse, y esas permanecieron fieles, brillando sobre el escenario hasta el mismísimo final.
Ella no lo era. Nunca lo había sido. Todo en su cuerpo contenía algo más poderoso y más impredecible que la electricidad, algo que nadie nunca pudo haberse esperado, algo que permaneció mucho tiempo encerrado, y que esa noche, finalmente pudo salir.
Algo que dormía paciente, a la espera de un detonador que lo liberara, y esa noche explotó.
Barcelona era mi cuento de hadas. Mi tierra de ensueño, perfecta en todos los aspectos. O quizás se deba a que la nostalgia la ha hecho así, y no puedo mirar hacia atrás sin sentir la punzada de melancolía que me recorrió el cuerpo por trescientos años, mientras pasaba mis días entre los cambios de las estaciones y hojas que caían y volvían a nacer.
Muchas cosas nacieron mientras yo estaba dormida, y es quizás por eso que me niego a volver a España, a pesar de que Nick ha insistido varias veces en que deberíamos. Es imposible olvidar la alegría en su rostro cuando finalmente pudo pisar su ciudad natal sin ser repelido por los vampiros. Fue capaz de ver las maravillas del cambio, en lugar de ahogarse en el pesado mar de los recuerdos, como tengo la tendencia a hacer- Y como haría seguramente, cuando me encontrara en medio del mundo tecnológico que aún no comprendo del todo en la que siempre será mi ciudad atrapada en el tiempo.
Pero para Marsella aún faltan muchos siglos, así que volvamos a Barcelona.
Mucho antes de Seth y la debacle que se desató después de eso, mucho antes de que Rosa siquiera pensara en contraer matrimonio con el mercader acaudalado que le doblaba la edad y le triplicaba el número de infidelidades, ocurrió un hecho importante en la familia Anglesola. Un hecho que vale la pena contar, porque en esa época causó bastante revuelo, y fue una de las principales razones por la que mi madre se tornó especialmente fastidiosa con respecto al matrimonio de sus hijas gemelas.
También porque, ahora que miro hacia atrás y observo detenidamente los hechos, me doy cuenta de que hizo las veces de detonante, como cuando alguien enciende una llama en los dibujos animados, y ves como la luz corre por la cuerda hasta llegar al barril de pólvora. Un factor iniciador, como diría Daniela. Todas las secuencias tienen un factor iniciador, que desencadena el resto de las acciones y las conecta como las ramas de un árbol a su raíz.
El nuestro, es Sofía.
Aún la recuerdo. Su sonrisa enigmática, casi burlona pero afectuosa, el brillo apasionado en sus ojos grandes y verdes, intrigantes y misteriosos, como dos puertas cerradas. Recuerdo que tenía el cabello largo y rizado, y se lo ataba siempre en una trenza de lado, que sus vestidos eran hermosos y a veces me convencía de ponerme uno, a pesar de que con mi figura aún infantil y mi estatura ridículamente pequeña, terminaba pareciendo un espantapájaros vestido en seda fina y atado con cintas de colores.
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Editado: 07.11.2019