Mil años más

Capítulo VII

Capítulo VII:

Donde La Corte emite su veredicto:

La oscuridad dentro era casi total. Los animales dormían, así que no había ningún ruido aparte de sus pasos en el suelo cubierto de paja. El calor era sofocante, húmedo como el aire cuando deja de llover, pesado.

Nicolas dio otro paso al frente, mirando de un lado a otro en busca de su padre.

-P-père?

Con cada segundo que pasaba, la oscuridad se le hacía más espesa. Consideró regresar y abrir las puertas, pero sabía que eso lo haría ver como un cobarde, y no quería que su padre pensara lo era.

La oscuridad no es tu enemiga, decía Jean Letour, jamás le temas a la oscuridad.

Él sabía moverse en la oscuridad, lo sabía. Sólo tenía que recordarlo...

Y armándose de valor, consiguió encontrar el camino hasta la escalera.

En el piso de arriba había más luz. La ventana estaba abierta, y aunque tenues, los rayos de la luna le dejaron ver la silueta que buscaba. Él estaba de pie, con las manos detrás de la espalda. Miraba fijamente al frente, y sólo giró la cabeza cuando el niño llegó a su lado.

Esperó el regaño que sabría que vendría, y se preguntó si eso pondría fin a sus días de acompañar a sus hermanos en sus aventuras.

Pero lo que su padre dijo fue:

-¿Crees que eres valiente, Nicolas?

Apartó la mirada de las estrellas, del porvenir escrito en ellas, que Nicolas aun desconocía para ese entonces. Las sombras dibujaban figuras en su rostro, y sus ojos azules se clavaron en los suyos más oscuros, como si lo viera por primera vez.

Como si viera más allá de él, del niño. Como si viera lo que sería, y quizás podía.

-¿Crees que podrías ser valiente si la situación lo amerita?

No entendía el rumbo de la conversación, pero igual asintió. Asintió porque sabía que era lo que su padre esperaba, porque negar habría sido una tontería, y porque no tenía que pensárselo dos veces para saber que había sido entrenado toda su vida para responder que sí a esa pregunta.

-Vas a tener que serlo.

Sin más, volvió a dirigir su mirada al frente, más allá de las casas y de las calles italianas, de la gente, y Nicolas esperó que dijera algo más, lo que fuera, pero no fue así, y comprendiendo que esperaba que hablara él, eso hizo.

-Perdón por gritar en la casa de ese hombre- musitó, y a pesar de que su padre no lo miró, las comisuras de su boca se elevaron en una breve sonrisa.

-Si no lo hubieras hecho, sí habrías tenido que disculparte. Ser valiente no significa no tener miedo, Nicolas, recuerda eso.

Asintió, y se contuvo de preguntarle qué observaba con tanta atención.

-Ve a cenar, tu madre debe de estar esperándote.

-¿No vas a ir? -preguntó, y el hombre negó con la cabeza.

-Más tarde. Tengo que hacer algo primero -lo miró, y ahora sí observaba al niño confundido (y puede que un tanto asustado) que le devolvía la mirada- Prométeme que no gritaras la próxima vez.

-Lo prometo.

Jean asintió.

-Bien, ahora ve a cenar.

Nicolas bajó las escaleras. Antes de hacerlo, sin embargo, miró hacia atrás, sólo para ver que su padre le había dado la espalda de nuevo. Poco sabía que esa sería su última conversación, y oculta en esta, estaría la última promesa que jamás le haría.

"Sé valiente, Nicolas."

Y lo había sido.

Medianoche. Para alivio de ambos, la plaza se encontraba casi desierta, lo que significaba que los fanáticos desesperados habían obtenido lo que querían y se habían ido. Incluso con la sombra de un asesino suelto al acecho, Londres permanecía tan activo como siempre, y uno que otro auto rodeaba la plaza, las luces iluminando el pavimento antes de desaparecer nuevamente en las estrechas calles que seguían.

Nicolas miró la acera por enésima vez y los senderos de la plaza/redoma en busca de ella, pero seguía sin aparecer.




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