Capítulo X:
Donde el camino se desdibuja:
Viernes 1 de marzo de 1996. Día uno, 8 pm (168 horas para el juicio final).
-La nariz es más larga -dijo Sara al dibujante- y no tan afilada.
El hombre asintió, trazando la línea nuevamente y borrando la anterior.
-¿Así?
-Los labios son más gruesos, menos anchos. La barbilla es más pequeña y cuadrada.
Le había tomado varios minutos explicarle a Harrison por qué ahora decidía declarar. Había sacado sus viejas dotes de actriz a flote, puesto su mejor cara de tragedia y argumentado que había estado muy asustada para hacerlo antes. Unas cuantas miradas aterrorizadas después, seguidas de una alegada amenaza de la asesina de encontrarla si declaraba, y Sara se había visto frente al dibujante de la jefatura, dando un retrato hablado con lo primero que se le vino a la cabeza.
-¿Algún lunar o una cicatriz? -preguntó el dibujante en cuestión, que creía recordar le había dicho que se llamaba Kirk.
-No que yo recuerde -dijo luego de una larga pausa contemplativa, sonriendo para sus adentros-. Las cejas eran más delgadas, y los ojos un poco más juntos y más expresivos. La frente está bien, pero el cabello era más espeso...
Diez minutos después, Kirk tenía el retrato terminado y se lo mostró a Sara, quien asintió.
-Esa era ella.
El dibujante a su vez le dio el dibujo a Harrison, quien le pidió que le dijera todo lo demás que pudiera recordar.
-Era pelirroja. Espeso cabello rojo vivo y ojos azules.
-¿Algún acento?
-Francés -explicó-. Decididamente francés.
-¿Y dice que la empujó a un lado para escapar?
Antes de que Sara pudiera responder, los bombillos titilaron, se oyó un sonido hueco, como el de una televisión al encenderse... Y la jefatura quedó a oscuras.
-No otra vez -escuchó quejarse a Harrison-. Disculpe, -dijo luego a ella-, el generador no sirve. Hemos tenido problemas con el voltaje toda la semana.
Se puso en pie, dando órdenes a uno de los oficiales de que bajara a revisar el sistema eléctrico, y Sara esperó a que el hombre se hubiera ido para negar con la cabeza.
De usar velas, no tendrían ningún problema.
Una luz exageradamente blanca apareció de un sitio cercano, iluminando el escritorio y parte del rostro del detective.
-Bien -dijo Harrison, dejando la linterna de campamento sobre la mesa-. Creo que con esto podemos continuar mientras tanto. Estoy seguro de que no quiere perder el tiempo aquí hasta que la electricidad regrese.
Sara sonrió cortésmente, aunque lo cierto era que ya estaba perdiendo demasiado tiempo del poco con que contaban sólo estando allí.
-Le preguntaba si la asesina la había empujado para salir de la habitación.
Sara asintió.
-Me sujetó del cabello cuando intenté escapar y me lanzó contra la pared.
-¿Tenía algún arma?
-No que yo viera. Pero todo pasó muy rápido.
-Sin embargo, usted recuerda su cara perfectamente -señaló Harrison. Sara bajó la vista a su regazo, dándose por traumatizada.
-Es extraño. Recuerdo lo que me dijo, recuerdo que me golpeé la cabeza con uno de los cuadros cuando me atacó, recuerdo su rostro... ¿Por qué no puedo recordar si tenía un arma? ¿No debería haberla visto? -su voz se quebró a mitad de la frase, y Harrison la miró con profesional simpatía.
-No se culpe a sí misma, señorita Anglesola, lo está haciendo muy bien.
¡Por supuesto que lo hago! Pasé años practicando, probablemente más de los que usted tiene de experiencia.
En lugar de lo anterior, Sara negó con la cabeza.
-Me gustaría poder ayudar más...
-Ya ha hecho más que suficiente -aseguró el detective, mirando su libreta- De hecho, sólo me queda una última pregunta.
Esperó, atenta. Sabía cuál era, el único tema que no habían tratado todavía.
-¿Dónde estaba el señor Letour?
Y ya tenía una respuesta preparada:
-Él no estaba conmigo. Había bajado a recepción a preguntar algo, sobre el servicio a la habitación, creo. Iba a buscarlo cuando escuché los gritos, y él venía subiendo cuando me escuchó gritar a mí.
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Editado: 07.11.2019