Capítulo XIII:
Donde los caminos se cruzan:
Día dos, 9 pm.
Se detuvo frente a la comisaría para recuperar el aliento. Los bordes de su visión se habían oscurecido, y el costado le dolía como si lo hubieran apuñalado. La última vez que había corrido veinte minutos había sido para gimnasia, cuando todavía estaba en secundaria.
Hacía casi tres años.
-¡A.L.! -escuchó pasos que se acercaban. Fábio le puso la mano en el hombro, como si temiera que saliera corriendo otra vez- ¿Qué te pasa ahora?
A diferencia de él, que apenas y conseguía respirar, Fábio no parecía que acabara de cruzar media ciudad corriendo- O al menos, su silueta borrosa y llena de puntitos de colores no lo parecía.
-¿Cómo...Lo...Haces…? -jadeó, y el muchacho sonrió, burlón.
-Trata darle 6 vueltas trotando a una cancha de fútbol, antes de una hora de ejercicio y otras dos de práctica...
-¿Cómo demonios sigues vivo? - reformuló, aun luchando por aire, y sintió que se inclinaba hacia adelante. Fábio apretó su hombro con más fuerza, frenando su caída.
-Podría preguntarte lo mismo, parece que te va a dar un infarto -en su mirada había genuina preocupación-. Deberías sentarte...
-No -lo interrumpió, apartándose y subiendo las escaleras de la comisaría-. No puede esperar.
-¿Qué cosa no puede esperar? -El moreno lo siguió, y aunque A.L. hubiera preferido que no fuera así, se alegraba también de que alguien lo acompañara. Al menos Fábio podía testificar a su favor si los oficiales ponían en duda su cordura (Con todo y que estaba seguro que de momento, él también tenía la misma duda).
-Confía en mí, es importante.
-A.L...
-Por favor, Fab.
Se dio la vuelta, la súplica en su tono de voz sorprendiéndolo incluso a sí mismo— No digamos a Fábio, quién nunca había escuchado ni un “gracias” de su parte.
Sin palabras, el muchacho asintió, y los dos entraron en la comisaría.
…
Día dos, 9:20pm.
-Pásalo otra vez -pidió Harrison, y el oficial López asintió y rebobinó la cinta nuevamente. Harrison observó con atención, en busca de algún detalle. La imagen en blanco y negro de su oficina permanecía tan inmóvil, que la única señal de que la cinta estaba corriendo era el ligero temblor durante el corte de la luz- ¡Allí! –indicó, y el oficial pausó la grabación. Casi se le escapaba de nuevo: Un borrón que desaparecía un segundo después, luego de la interrupción de la cinta- ¿Podemos aclarar la imagen?
-Va a tomar tiempo –alegó López.
-Háganlo.
-¡NO, ESPEREN! ¡LES JURO QUE ES CIERTO!- El grito lo sobresaltó, seguido de ruidos de pelea y varias voces que gritaban al mismo tiempo.
-¡Déjenlo en paz! ¡No está haciendo nada!
-¡ESCUCHÉNME, TIENEN QUE ESCUCHARME!
-¡O se calman los dos o los detenemos por desacato!
-¡ESTÁ EN PELIGRO, LA VA A MATAR!
Al salir de la oficina, se encontró con dos muchachos siendo sacados por dos policías cada uno. El rubio gritaba como poseso, sacudiéndose violentamente en un intento de soltarse. El moreno ya se había soltado, y parecía a punto de golpear a los oficiales para que lo dejaran tranquilo.
-¿Qué es todo este alboroto?
Los seis se detuvieron al momento, y el mayor de los oficiales dio un paso al frente.
-No es nada, detective. Sólo un loco tratando de hacernos perder el tiempo.
-¡NO ESTOY LOCO, SÉ LO QUE VI! –los ojos del chico rubio parecían a punto de salirse de sus órbitas, su respiración errática y su frente bañada en sudor por el esfuerzo.
-¿Una sombra que se tragaba a Rosa Anglesola? –Ironizó el mismo policía- ¿Crees que somos idiotas o qué?
El chico no lo oía, tenía los ojos fijos en Harrison, suplicantes y desesperados.
-Escúcheme, por favor -De tratarse de otra situación, habría pedido a los policías que se lo llevaran.
Pero luego de todo lo que había ocurrido, cualquier cosa era posible. Asintió, señalando su escritorio con la cabeza.
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Editado: 07.11.2019