Mil años más

Capítulo XIX

Capítulo XIX:

Donde los errores nublan el presente:

Lunes, 4 de marzo de 1996. Día cuatro, 4:50 am (111 horas y 10 minutos para el Juicio Final).

El mar era infinito, se desdibujaba en el horizonte del cielo de medianoche, reflejando la luna, las nubes, las estrellas, las luces de la fiesta y las sombras que danzaban. Un espejo infinito, imperturbable...

Hasta que su quietud se rompía. Hasta que Sofía se hundía, y las ondas de su caída aumentaban, la alcanzaban, le lamían los pies. Las ondas traían su muerte hasta ella, sus consecuencias.

Del muelle a la libertad.

Sofía saltaba.

Del muelle a la libertad.

Sofía se hundía.

Del muelle a la libertad, nunca al mar...

Sara abrió los ojos a la oscuridad. Estaba en una habitación con las cortinas corridas y la luz apagada. Junto a la cama donde yacía había un joven sentado, el mismo chico que había encontrado en el cementerio, el que había escrito el mensaje de su hermana.

-¿Dónde estoy?

-En un hotel en Tower Hamlets, cerca del cementerio –respondió él, su rostro una mezcla de confusión, preocupación, y miedo mal disimulado- ¿Estás…Bien?

Asintió, y luego recordó que no podía verla.

-¿Alguna razón por la que no hayas encendido la luz?

-Él dijo que era mejor que la luz no te llegara –se removió en la silla, incómodo. Sara frunció el ceño.

-¿Él?

-Se fue poco antes de que despertaras. Fue quién te curó de los d… De los…

-De los demonios –completó, y él asintió, tragando ruidosamente. La vampira puso los ojos en blanco- Seth.

Por la manera en que el chico parecía luchar contra el impulso de alejarse de ella, supuso que Seth le había contado todo sobre los dos, así como de lo que los había atacado.

-Hablaba de la luz del sol.

-¿Qué?

-Cuando dijo que era mejor que la luz no me llegara –explicó, señalando las cortinas-. Se refería a la luz del sol. La luz artificial no me hace daño.

-Bien.

Luego de un silencio incómodo, Sara añadió:

-¿Podrías encender la luz, por favor?

-Claro, sí, por supuesto –se puso de pie de un salto (aprovechando la excusa para alejarse, supuso), y luego de un rato la luz blanca del fluorescente iluminaba toda la habitación. No era muy grande, en realidad: Una salita diminuta, con un microondas en una mesa junto al minibar, la cama donde estaba ahora sentada y la mesita de noche. Una única ventana cerrada ocupaba la mitad de la pared a la que estaba pegada la cama, y por el ruido escaso que venía de afuera, supuso que debía de ser bastante temprano.

El muchacho estaba de pie junto al interruptor, entre este y la puerta, mirando sus manos fijamente, con el mismo miedo que le impedía acercarse y la misma confusión que le impedía irse.

-¿Cómo te llamas? –él levantó la cabeza, y Sara se apoyó sobre las palmas de sus manos para mantenerse erguida.

-Angel.

-No soy Rosa.

-¿Cómo?

-Me llamaste Rosa, en el cementerio. Es mi hermana, yo soy Sara.

-Oh, lo siento –asintió nuevamente, gesticulando con las manos nada en particular- Sí, porque ella tiene el cabello… Y tú…

-Exacto, entre otras cosas.

-¿Sigue desaparecida?

-Estoy buscándola.

-Los demonios…

-Es probable que sean ellos los que se la hayan llevado.

-Él dijo que ustedes también lo eran –las palabras salieron entrecortadas, quedas y cargadas de temor e incomodidad, pero consiguió entenderlas todas. Sara frunció el ceño sólo un momento, con una sensación extraña que no podía sacarse de encima.

-Él sí, yo no –respondió, bajando los pies de la cama- Él se llama Seth, y es un demonio de moralidad dudosa que por alguna razón decide ayudarnos.

-¿Y tú eres…?

-Un vampiro –sonrió, levantando la cabeza con gracia-. Un personaje literario de carne y hueso.




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