Mil años más

Capítulo XXIV

Capítulo XXIV:

Donde los planes cambian:

Lunes, 4 de marzo de 1996. Día cuatro, 9:15pm (A dos horas, cuarenta y cinco minutos del Juicio Final)

Angel, como todos los niños, había tenido pesadillas de pequeño. Soñaba con monstruos horrendos, de garras afiladas y ojos amarillos que brillaban en la oscuridad, monstruos deformes que se subían a su cama y lo jalaban por los pies para llevárselo consigo.

Era como si todas sus pesadillas se hubieran hecho realidad, y esta vez no podía encender la luz, o llamar a sus padres a gritos para hacerlas desaparecer.

Corrió al campanario, y por primera vez, sus pulmones no protestaron por el esfuerzo. Los demonios lo siguieron, subiendo despacio y a gruñidos, como los zombis de la película de terror que había visto hacía dos semanas. La neblina había entrado por los arcos a ambos lados de la habitación, el frío viento sacudiendo las campanas. El metal tintineó quedamente, y paralizado, observó como el humo se extendía, y sombras antinaturales y decididamente no humanas salían de este, monstruos marrones de dientes amarillos y afilados que conocía muy bien.

No dejes que te toquen, dijo, como traída de kilómetros de distancia, la voz de Sara, y retrocedió, su espalda golpeando la pared mientras los demonios se acercaban. Una docena de monstruos, más la otra docena que subía las escaleras, y sin contar los que aparecían de entre la neblina como creados por generación espontánea…

Va a estar algo difícil, Sara.

Su única ventaja era que, al menos, las criaturas se movían despacio. Escapó de las más cercanas, subiéndose a la pila de sillas acumuladas en un rincón y lanzando cuanto objeto se encontró en su camino a los monstruos que los esquivaban sin ninguna dificultad.

Piensa, Angel, piensa…

Desesperado, siguió lanzando cosas, deseando tener al menos un encendedor para causar un incendio.

Los tipos de la película tenían una pistola, ¿qué tengo yo…?

Como respondiendo a sus plegarias, el cáliz que acababa de lanzar golpeó a uno de los monstruos en la cabeza, y este gimió, ardiendo en llamas.

...Suerte.

Bajó a toda prisa, agachándose cuando las garras de uno de los demonios intentaron degollarlo, y cogió la copa, lanzándola otra vez. Otro ardió, alcanzando al más cercano. La llama se expandió por su brazo (o lo que supuso era su brazo), y los gritos guturales del monstruo retumbaron en la habitación, antes de que desapareciera en llamas de brillante color amarillo.

Como por iluminación divina, Angel tuvo una idea. Regresó a la pila, tomando cuanta cosa del mismo material se consiguió en su camino, y uno de los manteles empolvados con los que se cubrían los bancos desgastados de la iglesia.

Funciona, por favor, pensó, desesperado, y gimió de dolor cuando uno de los demonios lo sujetó del brazo, su piel ardiendo como expuesta a ácido, maldita sea, por lo que más quieras, funciona.

Atravesó al demonio con lo que parecía una cruz muy ornamentada, retrocediendo mientras ardía. Apretándose al pecho el brazo herido, lanzó el mantel hacia las llamas.

Por un segundo, un doloroso segundo, pareció que no funcionaría. El mantel cayó sobre el demonio pesadamente, levantando polvo a su alrededor, y un humo gris se mezcló con la neblina.

Funciona, funciona, FUNCIONA.

Luego, el mantel se incendió también, las llamas cubriendo la porción de piso ocupada por la tela, expandiéndose lentamente.

Sonriendo, y casi en un arranque de histeria, Angel fue a buscar otro mantel.

...

Día cuatro, 9:27 pm.

Sara observó las patrullas policiacas que bordeaban el muelle, impidiéndoles llegar.

¿Cómo habían sabido que irían? No le cuadraba mucho la idea de que estuvieran allí por casualidad, bloqueando su acceso al Támesis, cuando si querían impedirles escapar lo más lógico era que fueran al aeropuerto.

Al menos claro, que también estuvieran allí.

-¿Qué hacemos ahora? -preguntó a Nicolas, luego de que ambos hubieran retrocedido un par de pasos, ocultándose en la neblina.  Él sonrió.

-Esperar a la caballería.

-¿Cuál ca—

Nicolas giró la cabeza de golpe. Abajo, en el muelle, los oficiales de policía desviaron la mirada hacia ellos cuando un grito de mujer cortó a través de la neblina, corriendo en esa dirección. 




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