Mil años más

Capítulo XXXI

Capítulo XXXI:

Donde el mundo reivindica su error garrafal:

Martes, 5 de marzo de 1996.

DURANTE el Juicio.

No quería mostrarse negativa, pero dudaba que Sofía tuviera muchas esperanzas con un ex reinante obviamente detestado por los seis remanentes como abogado defensor.

-Me rehúso a permitir esto –dijo Battista, furiosa, y se volteó con tal brusquedad hacia Dorian que sus rizos formaron un abanico a su alrededor- ¡No podemos permitir esto! ¡Él no puede estar aquí!

-Permíteme recordarte una de las normas que yo mismo escribí –dijo Seth con toda la tranquilidad del mundo- “Si al momento del Juicio, cualquier ser sobrenatural, relacionado o no con el suceso en cuestión, o con el acusado, desea interceder a favor de este, está en total libertad de hacerlo. Corresponde a la Corte…”

-Corresponde a la Corte –completó Dorian, lívido de rabia- Decidir tomar en cuenta o no esta intervención. Supongo que también eres consciente de esa parte.

-Por supuesto –aseguró el nihtgast, ofendido- No pretendo pasar por encima de ustedes en ningún momento.

Siguió a eso otro instante de silencio, donde Dorian fulminó a Seth con la mirada. Sara no creyó que estuviera esperando que eso lo amedrentara, porque con conocerlo la mitad de lo que ellos lo conocían (así esto, tomando en cuenta la vida del demonio, era un lapso considerable de tiempo) sabía que no se iría tan fácilmente.

Al final, Dorian apartó el asunto con un ademán de la mano.

-Como gustes, comencemos de una vez con el Juicio –se enderezó en la silla, mirando a los tres vampiros frente a él con calmada amenaza- A menos, claro, que alguien más tenga algo que acotar.

De nuevo, se tragaron cualquier réplica, y Sara sintió que poseía un lujo incalculable al tener su mente para sí misma, si bien no sabía aún por qué era así. Apartando el prolongado preludio, el juicio fue, en apariencia, más formal que el que ellos habían sobrevivido apenas cinco días atrás –Un privilegio que se reservaba para los juzgados por primera vez, supuso.

-Diga a La Corte su nombre –ordenó Thanos, con su voz de salmo de iglesia, a la acusada.

- Sofía Paola Antonia de Bartomeu. Anglesola es mi apellido de soltera –explicó, dirigiendo la mirada a Seth, como si sintiera que debía explicarle su equivocación en pago porque la defendiera.

-¿Sabe de qué se le acusa, señora Bartomeu? –preguntó Thanos, y Sofía asintió.

-Asesinato.

-Un crimen imperdonable que es castigado con la muerte –completó Battista.

Thanos pasó a citar, igual que la última vez, todas las muertes que se le acreditaban, así como a añadir a la condena “exposición al ojo público”, término que Sara asociaba más a pasear desnudo en un ambiente repleto de gente que a cometer un asesinato.

-¿Cómo se declara, señora Bartomeu?

Sofía dirigió una rápida mirada a Seth, casi apologética y luego otra a Sara, más tranquilizadora, antes de decir:

-Culpable.

Y a esa sola palabra siguió una pesada pausa, tanto de sorpresa como de temor, en caso de Sara.

-Veo que tu defensa será más fácil de lo previsto, Lysandro –ironizó Battista con crueldad. Seth permaneció en silencio, aunque por su expresión, no se esperaba el cambio de eventos-. Ya que ella misma admite su culpabilidad…

-Aguarden –pidió Sofía, y su voz adquirió un tono desesperado-. Sí, cometí esos crímenes, pero lo hice por una razón. Necesitaba llamar su atención, pedirles ayuda.

El interés de la Corte, que parecía ir disminuyendo progresivamente, aumentó de golpe cuando su hermana dijo:

-Temael está vivo. Tienen que ayudarme a detenerlo.

Sus pies ya no tocaban el suelo. Flotaba.

¿O caía? No podía decirlo con exactitud.

¿Dónde estaba?

No podía moverse, fue de lo siguiente que fue consciente. Hacía arriba o hacia abajo, sin importar el sentido en que fuera, no podía luchar en contra de la fuerza que lo atraía. ¿Cómo había llegado hasta allí? Sus recuerdos eran escasos: Una voz, palabras que no comprendía, neblina, un cielo sin estrellas ni luna, agua…




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