Mil razones para dejarte ir.

2. Consecuencias.

El agua cae como cascada sobre mi cabeza mientras tomo una ducha. Enjuago el champú disfrutando de la sensación de la espuma cayendo sobre mi cuerpo unos segundos, antes de terminar de lavarlo. Por más que me guste la sensación, no puedo estar ara siempre en la ducha, no cuando tengo que estar en la escuela en una hora.

Cierro el grifo y abro la puerta de cristal para salir de la ducha. Salgo del baño directo a mi habitación donde me visto con un jean de talle alto, un suéter holgado color gris y mis converse blancas preferidas. Desenredo mi cabello rubio con cuidado luego de haberlo secado ligeramente con el secador, dejándolo suelto para que termine de secarse. Cuando veo mi reflejo en el espejo, me doy cuenta que aún quedan rastros de mi anterior desvelo en forma de pequeñas bolsas bajo mis ojos.

Minutos, un buen corrector y base después, no lo aparento en absoluto. Un poco de brillo labial, mis gafas y estoy lista para bajar a la cocina, donde mamá ya tiene el desayuno preparado.

—Buenos días —saludo a mamá dándole un beso en la mejilla.

—Buenos días —me responde tendiéndome un plato con tocino—. Luces mejor hoy

—Dormí anoche —es lo único que digo como respuesta antes de sentarme a comer.

Mamá tararea una canción de la radio mientras me deja una taza de café humeante delante. Como siempre que cocina, lleva un delantal rosa con estampado de donas, lleva su cabello rubio recogido en un moño en lo alto de su cabeza y contonea las caderas al ritmo de la música. Barbará Parker es una mujer radiante y joven, para nada aparenta sus cuarenta años.

—Buenos días —anuncia papá entrando a la cocina.

Como cada mañana, besa a mamá como si no hubiese despertado con ella horas antes. Y como cada mañana, yo debo apartar mi vista para no sentirme incomoda. No es un simple y casto beso lo que estos se dan.

—Buenos días a la futura doctora de la familia —exclama acercándose a mí.

Besa mi cabeza antes de sentarse a mi lado y tomar de mi taza de café.

—Oye —protesto haciéndolo reír.

Mamá ríe junto a él, dejándole el plato y su propia taza de café.

—Todos los días son iguales con ustedes dos —murmura riendo.

—Las rutinas son la base de una familia —apunta papá.

—Las rutinas vuelven aburrida la convivencia —le reprende mamá.

Papá asiente dándole la razón, como siempre.

—Por eso, la sorpresa de este mes te va a encantar —asegura tomando su mano y besándola con adoración.

Casi todas las mañanas se presencian en casa estas escenas y yo no podría sentirme más a gusto. 

Papá y mamá son una pareja cariñosa, que no tiene problemas en demostrar su amor delante de quien sea, y tienen el mismo amor hacia mí y a mi hermana menor, quien como siempre, llegará a comer cuando falten solo minutos para que debamos irnos.

Papá tiene razón, las rutinas son la base de la familia.

—¿Cómo te fue en tu examen ayer? —pregunta papá concentrándose en mí—. ¿Valió la pena no dormir nada?

Asiento, con la boca llena de comida.

Aun no saben sobre mi castigo y espero que permanezca así. Por suerte, mamá estaba de compras cuando llegué y papá siempre llega solamente para la cena, pasa todo el día en la universidad donde es profesor y donde conoció a mamá, quien solo trabaja en las mañanas en un spa.

—Creo que deberías cambiar tus métodos de estudio cariño —comenta mamá mientras sirve los últimos dos platos.

Deja uno en el microondas para mi hermana y con el otro se sienta junto a papá.

—No es bueno que te desveles de esa manera

—Durmiendo ocho horas no entraré a Harvard mamá 

—Déjala Barbará, es bueno ver cuánto esfuerzo pone en sus metas —asegura papá—. Significa que va en serio y que no nos decepcionará

—No digo que no se esfuerce Jason —explica mamá—, pero también debe respetar su horario de sueño, como Alina

—Buenos días —anuncia mi hermana como si mamá la hubiese llamado.

Toma el plato del microondas y se sienta junto a mí.

—¿Es cierto que te castigaron ayer? —pregunta haciendo que me atragante con un pedazo de pan.

Mamá y papá comparten una expresión de asombro ante las palabras de Alina, quien se ría con inocencia al ver la mirada de reproche que le lanzo.

—Lo siento, no sabía que era un secreto —se disculpa antes de comenzar a comer.

Le doy un largo sorbo a mi café antes de mirar a mis padres, que me miran expectantes.

—Sí, me castigaron, pero no hice nada malo —les digo de inmediato.

—Un castigo siempre surge cuando se hace algo malo —comenta papá sin dejar de mirarme.

—Es así —concede mamá.

—Pero en mi caso sucedió por querer dar más de lo que puedo. Al final va a ser cierto que debo cambiar mis métodos de estudio mamá




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